Prejuicios. La planificación patrimonial está plagada de prejuicios. Lo he dicho muchas veces y lo reafirmo todos los días. Dicen que se usa para lavar dinero, cuando está demostrado que los canales de lavado suelen pasar bastante lejos de las herramientas y los países o canales habituales para la correcta estructuración.
Dicen que la utilizan los ricos para no pagar impuestos, cuando es claro que los ricos pagan más impuestos que cualquiera, incluso haciendo uso de las herramientas disponibles para estructurar el patrimonio. Dicen, también, que es una cuestión moral: cómo vas a cambiar de residencia fiscal o estructurar el patrimonio para reducir la carga impositiva si esos impuestos van a parar a los que menos tienen, la falsa teoría de la redistribución de la riqueza.
Dicen además que se usa para ocultar u ocultarse, como si la inseguridad no fuera moneda corriente en la mayoría de los países de la región, como si mantener cierta privacidad no fuera un derecho que tenemos todas las personas. Dicen muchas cosas sobre la planificación patrimonial, sobre las jurisdicciones offshore, sobre los trusts, sobre modificar la residencia fiscal, sobre proteger lo que uno tiene, sobre cuidarse y sobre cuidar lo que tenemos para beneficio de los seres queridos.
Dicen muchas cosas, y muchas de esas cosas las creemos. Las creen. Nos hacen ver la planificación patrimonial como algo ajeno, lejano, peligroso. Y es entonces cuando yo me hago muchas preguntas: ¿Queremos mantener nuestros bienes a lo largo del tiempo? ¿Queremos disfrutar del patrimonio sin temor a que nos lo roben, confisquen y reduzcan? ¿Queremos ver que el fruto de nuestro trabajo sirve para el futuro? ¿Queremos dejarles algo a nuestros hijos? ¿Queremos vivir sin miedo? Yo quiero. Imagino que ustedes quieren.
Desestructurarse es el primer paso hacia la estructuración patrimonial. Quitarse de encima los prejuicios, evadir esos mitos construidos fundamentalmente por países o grupos de países que buscan que los impuestos suban, que las cajas estatales se financien cada vez más obscenamente, y también por un sector del progresismo que apela a la cuestión moral: si tenés mucho, debés compartirlo o sos mala persona. ¿Acaso no lo hacemos todos los pagadores de impuestos?
En algún momento esto va a cambiar, yo lo sé. La cultura del pague cada vez más tiene que modificarse hacia un sistema tributario amable para el contribuyente, que sienta que lo que paga sirve, se utiliza en razones lógicas y no se va por la canaleta del despilfarro estatal, de la corrupción, del gasto sin fin, de la caja partidaria. Necesitamos ver que el esfuerzo fiscal es acorde a nuestras posibilidades. Necesitamos ver que los impuestos bajan y la vida sigue igual o mejor; no que los impuestos suben y la vida empeora.
Esto va a cambiar. Pero antes tenemos que cambiar nosotros. No está mal planificar el patrimonio. No solo no está mal: está bien. Es aconsejable para cualquiera que tenga algo para cuidar, así como cuidamos otras cosas de nuestras vidas. Así como cuidamos nuestra salud y no esperamos enfermarnos gravemente para adherir a un servicio de medicina (sea público, mixto o privado). Así como planificamos nuestras vacaciones familiares y no llegamos a un sitio, cualquier día, para ver dónde dormimos nosotros y nuestros hijos.
Toda esa planificación está bien. Es lógica. Es correcta. Apela al sentido común. ¿Por qué nuestro sentido común no acepta que tenemos que planificar también nuestro patrimonio? Desestructurarse para estructurar. Desestructurarse. Estructurar.