Michelle Montenegro cumplió 33 años este 26 de febrero. Un cumpleaños que debería pasar con sus padres, Fernando y Valeria, con sus hermanos, con sus compañeros de lucha. Hoy, mientras escribo esta columna, Michelle cumple 33 años, pero todavía no llega a casa.
Hace siete años, la vida de su familia cambió. Michelle, educadora y activista quiteña apasionada por los procesos sociales, desapareció el 5 de junio de 2018 en la Armenia II. En ese tiempo, trabajaba como profesora de inglés en el colegio Thomas Jefferson de Conocoto y militaba en organizaciones como el Comité de Lucha contra la Violencia, Desapariciones y Feminicidios (Covidefem), Luna Roja y la Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas (Asfadec). Pasaba por una recuperación de un trasplante de córnea fallido. Aquel día, su madre, Valeria, salió a la tienda a hacer compras y, al regresar, Michelle ya no estaba.
Para su familia, denunciar su desaparición significó enfrentarse a obstáculos, indiferencia y cambios constantes de fiscales, como la mayoría de casos en el país. Ante la inacción de las autoridades, decidieron viralizar su rostro en redes sociales y pegar afiches por toda la ciudad.
He visto de primera mano la lucha de sus padres. Fernando, o Don Fer, se levanta cada día con valentía para buscar a su hija. Recorre ciudades, habla con funcionarios, organiza cicleadas y, cada miércoles, convoca un plantón en la Plaza Grande junto a sus compañeros de lucha. Porque no está solo. Porque desde 2017 hasta mediados de 2024, había 2.220 casos de personas desaparecidas sin resolver de acuerdo al registro histórico del Ministerio del Interior.
Ecuador no tiene un registro único de desapariciones. El Ministerio de Gobierno, la Fiscalía General del Estado y, en ocasiones, la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestros (Dinased), presentan cifras e informes sobre este delito, al ser en estas instituciones donde se receptan las denuncias. Lo que genera un subregistro que no nos permite obtener un número claro sobre esta problemática.
Pero no nos asusta. No nos asusta saber que, durante tres años consecutivos, más del 50% de las personas desaparecidas fueron mujeres. Que en 2024, más de 700 no fueron localizadas. No nos asusta ver afiches en postes, paradas de bus y espacios públicos.
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Michelle todavía no regresa a casa. Y eso debería preocuparnos, indignarnos, movilizarnos.¿Cuándo nos dolerá? ¿Cuando sea un hermano, un padre, un amigo cercano? ¿Cuándo compartir un afiche deje de ser una opción y se vuelva un acto desesperado? ¿Cuándo nos golpee en carne propia la inoperancia del Estado?
Hoy pienso en Michelle. En que ella merece regresar a casa. En que nadie merece salir y no volver. Pienso en todos los que no regresaron.En la lucha de sus padres, en la lucha los familiares y amigos de desaparecidos. En que no podemos seguir normalizando las desapariciones.
Y en este año electoral, pensemos en cómo los candidatos hablan de seguridad, pero pocas veces mencionan planes concretos para mejorar los procesos de búsqueda de personas desaparecidas. Escuchémoslos. Preguntemos. Exijamos respuestas.
Porque nos faltan todas y todos. (O)