La globalización en el mundo vegetal ha existido siempre. Plantas originarias de un continente aparecieron en otros, vegetales que cambiaron de sitio y se adaptaron a nuevos climas, suelos y temperaturas. Cultivos aparentemente exóticos son hoy parte del paisaje de cualquier lugar del planeta, la lista es casi tan larga como sus consecuencias. A unas les llevó directamente el hombre, otras fueron transportadas por sus animales y existen varias que viajaron por el aire, el agua y hasta por tierra. Hoy día se puede afirmar que no hay lugar en el planeta donde no exista una planta extraña a su geografía natal, eso sin contar con todos los cambios y modificaciones genéticas de que han sido objeto.
Herbáceas, arbustivas, arborices, vegetales grandes y pequeños, rastreros o trepadores, aéreos o tubérculos, de tupido follaje o de parcos tallos, ornamentales o comestibles. Todas se movieron de su sitio original, pusieron su impronta en selvas, montañas y llanos. Avanzaron sobre estepas, desiertos y deltas de los más ignotos parajes. Formaron bosques, oasis o plantaciones -pequeñas o extensas- de índole diversa. Siempre desempeñando su papel en la ecología como consumidores o como aportantes de oxígeno al medio ambiente.
La papa, el maíz, el cacao y el tomate salieron de América. El café tuvo su origen en el África a igual que el pasto llamado kikuyo. El trigo llegó de Europa. El eucalipto nativo de Australia y el árbol de Teca de Birmania. El plátano del sudeste asiático y alfalfa de las montañas del Cáucaso o la caña de azúcar oriunda de Nueva Guinea, por citar unos cuantos ejemplos.
Todas esas plantas desempeñaron y desempeñan un importantísimo papel en el desarrollo de la humanidad. Forman parte de la dieta de los humanos y sirven como sustento económico a varios países. No se entiende Ecuador sin banano o Colombia y Brasil sin café. Holanda sin papas ni Italia sin tomates. Méjico y Estados Unidos sin maíz. Vegetales domesticados que ocupan un lugar de privilegio en la historia del mundo. Varias guerras las tuvieron como protagonistas de primera línea y sino revisemos el caso de los cereales producidos por Ucrania que se ven impedidos de salir libremente al mundo o el colapso que sufre la agricultura mundial por los altos costos de los fertilizantes ocasionados por la misma guerra.
Han sido precisamente los vegetales y su manejo los que han transformado el paisaje del planeta. Sus llanuras, prados y valles son otros desde que aparecieron los diferentes pastizales. Sus bosques se decantaron por especies arbóreas distintas y sus plantaciones variaron en función de los cultivos explotados. La agricultura ha servido y sirve como fuente primaria de alimentación. Desde que el hombre se transformó en un ser sedentario las plantas fueron sus incondicionales aliados.
Esa transformación en el paisaje ocurrió en nuestra sierra, donde desde la época colonial la verde y apacible campiña se estaba convirtiendo en un descomunal erial. Ese gradual y nocivo cambio se producía por la indiscriminada tala de especies forestales autóctonas, madera que se la destinaba a leña -popular combustible de la época- y al auge de la construcción especialmente de los grandes centros poblados como Quito, Latacunga, Ambato, Ibarra y Riobamba, demandaban enormes cantidades de madera.
A mediados de siglo XIX según cuenta el sabio ecuatoriano Misael Acosta Solís en su libro El eucalipto en el Ecuador, la población presionó al entonces presidente de la república Gabriel García Moreno para que solucionara este grave conflicto. El paisaje por acción del hombre se había deteriorado y auguraba un futuro incierto. Se requería una solución rápida y definitiva. Se necesitaba una especie forestal salvadora.
García Moreno quien había estudiado en París y conocía a varios botánicos y biólogos franceses hizo las consultas del caso y después de un tiempo- Mayo de 1865- por recomendaciones de estos, llegó un cajón conteniendo una colección de semillas de eucalipto. García Moreno entregó el cajón al destacado investigador y agricultor ambateño Nicolás Martínez, quien fue el primero en sembrar, cultivar y promover el eucalipto en el Ecuador, sin imaginar que esa siembra significaría la solución del acuciante problema por el que fue traído, pero sobre todo por el inicio de un cambio paisajístico tan radical como impensado.
En 158 años, el eucalipto que inicialmente fue sembrado en la provincia de Tungurahua, ha trepado por los Andes, poblando cerros, laderas y valles serranos, y su madera se ha convertido en la más popular del Ecuador. Actualmente no hay sitio a lo largo y ancho de la sierra donde no se lo encuentre y su presencia ha significado una transformación del entorno a tal extremo que muchos lo consideran como árbol autóctono, aunque su origen está al otro lado del mundo. (O)