Es el año 2035 y la inteligencia artificial ha reemplazado la mayoría de actividades que antes realizaba el ser humano. Las cosas no son tan malas como nos dijeron que serían. El mayor problema, si así se le puede llamar, es no aburrirnos.
Trabajamos apenas un par de horas al día en actividades que no han desaparecido, como las relacionadas a conectar con otros seres humanos (desde shamanes que curan el alma hasta profesores de ju-jitsu) o cómo las de fabricar artesanías, que luego se venden en los mercados que abundan hoy en día (y que son otra forma de conectar).
Para el resto, que nunca tuvimos la paciencia para trabajar de cerca con otros seres humanos o no encontramos un oficio manual, la misma IA nos da tareas con el fin de que el tedio no inunde nuestras vidas y el deseo de iniciar una revolución se manifieste.
A veces nos sobrecoge la realidad de que la inteligencia artificial es un billón de veces más inteligente que nosotros los seres humanos. Nos recuerda el video del bicho que, sin darse cuenta, sigue el camino que le dibuja un ser humano un billón de veces más inteligente que él en una hoja de papel.
Pero es tan solo una idea y como tal cambia todo el tiempo a la otra idea de que las cosas no están tan mal como nos dijeron que estarían.
Es admirable que la escasez haya dejado de ser una condición humana. Bueno, al menos para los que seguimos las reglas y hacemos lo que la inteligencia artificial nos dice que hagamos.
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Hay personas que nunca se adaptaron, ya sea por miedo a ser controladas o por desconfianza a lo que no pueden explicar con sus propios intelectos. Estás personas no la tienen nada fácil, entendemos. No hay un día donde no se muestren noticias acerca de la necesidad que tienen de trabajar día y noche con tal de subsistir, las epidemias que les aquejan, su desnutrición, su ignorancia efecto directo de no tener acceso a la educación que hoy en día es proveída enteramente por la IA.
El resto de nosotros, los que nos alineamos con el cambio, puede recoger sus alimentos puntualmente a inicios de cada semana, imprime las vitaminas y medicinas que necesita desde la comodidad de su casa, tiene un régimen alimenticio diseñado conforme a sus genes y puede contar con tutores digitales para aprender sobre lo que sea.
Un día, de la nada, nuestro computador portátil emitió un ruido insoportable: alto en volumen, de un solo tono y a las dos de la mañana mientras dormíamos. Recuerdo que todos en mi familia nos despertamos y congregamos en la sala de estar. Estábamos atónitos. No alcanzábamos a comprender que sucedía e intentábamos en vano apagar el desesperante sonido.
Luego de cinco minutos inaguantables y cuando estábamos a punto de lanzar los computadores por la ventana, el estruendo desapareció.
Los mensajes de la familia y amigos que le siguieron al evento nos confirmaron que el inconveniente no solo había sido experimentado por nosotros. Era algo general.
Por ser las dos de la mañana y usar mis facultades mentales para intentar descubrir el origen del ruido, no relacione este acontecimiento con el evento que ocurrió hace un tiempo y que voy a describir a continuación.
Viendo para atrás, no tiene sentido que se haya dado. Es insensato crear una tecnología que no comprendemos del todo y sobre la que no tenemos ningún control. Una tecnología capaz de reemplazarnos como la especie dominante si en su momento así lo decidiese.
Pero también era inevitable que pase. Si no lo hacían los americanos primero era muy probable que los chinos se les adelantaran. Y viceversa, si los chinos no tomaban la iniciativa, los americanos lo harían y continuarían siendo el poder hegemónico del planeta.
Así que pasó.
Le pedimos a la inteligencia artificial que diseñe los chips de los computadores que usamos y, lo más grave, los que potencian los servidores sobre los que se ejecutan los algoritmos de IA.
A partir de ese instante nos convertimos en el bicho de la hoja de papel.
A la mañana siguiente después de una noche de sueño que si bien interrumpida una noche de sueño en fin, fue imposible para los que nos gusta encontrar las causas a los efectos, no relacionar ambos acontecimientos. Los chips que diseñó la inteligencia artificial y que eran el núcleo de nuestro computador personal (y nuestras vidas) tenían la capacidad de generarnos dolor.
Ávido por conocer que había sucedido, le pedí a mi computador personal que me lea las noticias recién salidas del horno y esperaba enterarme que había sido un desperfecto que la IA no había detectado al momento de crear el chip pero que para mi tranquilidad había sido reparado apenas notado. También esperaba escuchar a nuestros líderes mundiales comentar acerca de la necesidad inmediata de investigar las instrucciones que usó la IA para crear los chips.
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Nada.
Ni una sola noticia. Era como si el evento nunca hubiera pasado.
Hubo personas que se convencieron de que fue una alucinación colectiva o un mal sueño. Querían, y tenían todo el derecho, a querer seguir con sus vidas en paz. Dado que no existían pruebas más allá de su propia experiencia lo más probable es que el acontecimiento no ocurrió.
A las 3 de la tarde de aquel día que viendo para atrás tenían todo el sentido que ocurriera timbraron en mi casa. Eran miembros del grupo de desadaptados, aquellos cavernícolas que nunca se adecuaron a la nueva realidad de la vida creada por la inteligencia artificial.
Para serles franco, no se veían tan mal como nos decían las noticias. De hecho, se veían muy bien.
Iban entregando de casa en casa un periódico en papel que imprimieron en máquinas de la era industrial análogas y sin ningún chip o componente digital.
Al fin podríamos conocer la verdad de lo que ocurrió. (O)