"...la travesía por el 2023 nos ha dejado un país mal herido, un estado al borde del abismo por la violencia y la muerte, esperamos voltear la página en el 2024, ya es hora de comentar buenas noticias, el Ecuador lo merece..." con estas frases terminamos el año anterior, que más que un balance anual, pretendían ser una súplica al universo, terminamos el 23 y empezamos el 24, hoy escribimos con esperanza para el 25, conscientes de que la esperanza es lo último que se pierde, tal como se acostumbra decir, cuando la desesperanza empieza a ganar terreno.
Hay dos circunstancias seguras en esta vida, la muerte y el paso implacable del tiempo, en ese tránsito perpetuo de los días, semanas y meses, el Ecuador vivió un 2024 que pareció, a ratos, una sucesión de sequías y tormentas y, en otros momentos, un silencio que anunciaba la calma solo para quebrarse de nuevo.
Las horas se han deslizado entre crisis y optimismo, avances y retrocesos, entre decisiones, pugnas, conflictos y el eco de la voluntad popular. ¿Qué nos deja un año que ha sido tantas cosas a la vez? ¿Es acaso un año más ganado o un año menos arrebatado a la eternidad?
El Ecuador en 2024, ha transitado con una brújula -a veces averiada y otras no- en medio de la oscuridad y la antropofagia política, siempre a medio gas, en medio de la tempestad, encajonado entre sus cordilleras y descubierto ante el mar, ha soportado los embates de lo económico y lo político con la fortaleza de un pueblo que siempre ha sabido resistir.
Los ecuatorianos hemos contenido la respiración hasta el límite de lo inaguantable, con la enfermedad diagnosticada con precisión desde hace muchos años, con una clase política que no encuentra el camino, porque no sabe por dónde y no tiene con qué, es evidente el hartazgo de la población hacia una política que parece girar sobre sí misma.
En las urnas, el país habló de nuevo. Nuevas promesas surgieron, nuevos liderazgos emergieron con la responsabilidad de restablecer un tejido social desgarrado por la inseguridad, la pobreza y la desconfianza. Al mismo tiempo encarando el manejo de una crisis casi general, en medio del fragor de una violencia que ya no respeta escenarios, autoridad, ni códigos. La vorágine y brutalidad de los sucesos, nos ha recordado la fragilidad de la paz, un bien que empezamos a nombrar en tiempo pasado.
Pero si el 2024 estuvo marcado por el ruido, también lo estuvo por las señales de resiliencia y reconstrucción. La economía no empeoró, atada a las oscilaciones de una región convulsionada, demandó nuevas políticas, mientras los ciudadanos buscaron en el día a día pequeños respiros ante la carestía y la incertidumbre. Entre cifras y discursos, el pueblo ecuatoriano, siempre terco, siempre firme, siguió cultivando su presente como quien siembra sin certeza de lluvia.
El fin del año ha sido, es y siempre será una paradoja del tiempo, persistentemente nos devuelve a una misma pregunta: ¿qué hemos hecho con el tiempo que se nos ha entregado? ¿Acaso sumamos días a nuestras vidas, o simplemente restamos tiempo al inevitable final?
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En Ecuador, como en otros confines del mundo, la llegada del fin de diciembre tiene un matiz ritual. La quema de los "años viejos", monigotes y el fuego, expía lo que fue. Pero, ¿de verdad dejamos atrás las sombras al incinerarlas? ¿O el fuego solo nos concede un instante de consuelo antes de cargar con lo mismo el año siguiente?
El tiempo, con su reloj invisible, nunca nos espera, va devorando lo que somos, aunque a la vez nos invita a crear. El fin de año, no es más que el final de un ciclo -porque el año no es otra cosa que un invento humano- responde exclusivamente a una necesidad de sentir que lo vivido tiene una medida, es ahí cuando surge la eterna reflexión:
¿Es un año más que sumamos, como si acumular tiempo fuera nuestra victoria? ¿O un año menos que nos queda por vivir? o un recordatorio de nuestra brevedad en este mundo?
Para el Ecuador, quizá el 2024, fue un año menos de estabilidad, un año menos para encontrar respuestas, pero también un año más de resistencia, de caminar en medio de una tormenta que aún no cesa. La gente, en sus calles, plazas y mercados, en sus selvas y montañas, en sus costas, ciudades y pueblos, ha encontrado formas de sobrevivir, y en esa persistencia se esconde algo heroico: la certeza de que vivir un día más, es también un acto de rebeldía frente a la tiranía del tiempo.
La llegada de un año nuevo, siempre transcurre entre promesas que nunca se cumplen del todo, suele llegarnos envuelto en buenas intenciones, es como si el primer amanecer de enero viniera acompañado de un pacto con lo desconocido: ¿seremos mejores? ¿el país cambiará? ¿el tiempo será ahora un aliado y no un tirano? Sin embargo, ¿qué puede prometer el tiempo, si no su paso incesante?
El año que comienza es un papel en blanco donde, más que escribir, nos limitamos a borrar expectantes las sombras del pasado. Ecuador es un país que guarda tantas voces y tantas historias y seguramente enfrentará al 2025, con una mezcla de escepticismo, ilusión y determinación.
Porque el año que empieza no será otra cosa que lo que usted, amable lector, decida hacer con él, con cada día que transcurra, con cada acto pequeño o monumental que se construya siempre con sacrificio y trabajo.
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¿Un año más o un año menos? La respuesta al final es nuestra. El tiempo no se detiene, pero tampoco decide. Nosotros somos quienes definimos si el año vivido fue una suma o una resta, si nos acercó más al abismo o a la cima. Ecuador es un país que aún sueña, aunque tiemble, este 2025 su gente tendrá la última palabra.
Así, en el reloj que se aproxima a la medianoche... el tiempo nos mira callado... sin reproches... únicamente parecería preguntar: ¿Qué harán con mi paso? (O)