Un año, dos meses, ocho días
Carlos Mantilla Batlle Director & Publisher
Carlos Mantilla Batlle Director & Publisher
La verdad es que ya estoy cansado, molesto e indignado y todo lo demás, de perder tanto tiempo en el tráfico de Quito. Yo soy de los que sufren subiendo a la capital desde el valle de Tumbaco todos los días, dos veces, es un desastre, pero esa es mi vida hasta que termine la dieta o renuncie a la salud y me quede almorzando por la oficina.
Son filas interminables de autos, la gente va molesta, tomando fotos desde las ventanas de sus autos para enviar a sus contactos o reportar el gran problema en el que vivimos. Quizás con esa imagen justifican el atraso a sus citas o a su trabajo.
Algunos mal encarados al volante, otros resignados, uno que otro fumando como yo o unos alhajas cantando su canción favorita. Qué fatal es esto para el estado de ánimo de quienes, por mala suerte, tenemos que venir a Quito todos los días. Aunque me imagino que para todos es igual.
Pero no solamente es venir del Valle de Tumbaco. Me comentan mis panas de la oficina que viven en el valle de los Chillos que el calvario es igual o peor y, si llueve, ni les cuento, o si pavimentan uno de los carriles de la autopista o si hay un accidente.
Y aparte de esto siempre hay un “comedido” policía municipal de tránsito que está a la cacería de cualquier incauto, que, por mala suerte, no tenga la calcomanía en el parabrisas de la revisión del auto o si la placa esta sucia, o si el cinturón mal puesto, o si, por mala suerte, al teléfono explicando que va tarde porque le pararon para pedirle la licencia y matrícula.
Esto es cierto, una semana me pararon cuatro veces con cualquier pretexto y se armó un traficazo atrás mío por las puras. Santa paciencia la mía, oírle lo que me costaba todas las multas que me quería aplicar por no tener la placa limpia o la calcomanía de la revisión que todavía no me toca, o que, porque llevo el celular en las piernas, que seguro estoy hablando y no manejando con conciencia. Esto ya es hábito, pero bueno sigamos con mi ruta diaria.
Hace algunos meses atrás, desde Cumbayá hasta el redondel de la Plaza Artigas, tardaba unos 35 a 40 minutos, ahora el mismo recorrido es de una hora y media, en el mejor de los casos, si estoy de suerte. De regreso hago una hora o un poco menos, pero igual es un calvario.
Qué desastre es el tráfico en nuestra ciudad, basta que intenten arreglar una vía secundaria para que todo colapse y sin una planificación adecuada de presente y futuro esto va de mal en peor.
Pero más allá de la falta de planificación de nuestras autoridades, que desde hace ya más de tres décadas no han construido ni visualizado vías hacia los dos valles, recuerdo que la última solución fue la autopista Rumiñahui que tiene más de 30 años, del resto no hay, ni existe, un plan vial a largo plazo para que Quito se comunique con los valles.
Esto quiere decir que yo a mis 59 años no veré una solución vial que planifiquen ahora y que pongan en funcionamiento en los siguientes 20 o 25 años. Qué frustración tendré que vivir en la carretera, para lo cual perderé un año, dos meses y ocho días de vida en las vías y les explico por qué este tiempo estaré sentado en un auto como castigo divino, y que algún dinero se irá, seguro. Esa explicación la dejo a los matemáticos para que la calculen.
Verán, 3 horas y media todos los días en mi ruta Quito Cumbayá ida y vuelta, dos veces al día es de locos, pero le quitaremos la hora y media del pasado y esto quedaría así: dos horas al día por cada semana, tenemos 10 horas semanales perdidas, pero esto no se queda así, sumen esto por un año y nos da 21 días perdidos. Y, como acá cualquier obra o planificación durará más o menos 20 años, perderé 433 días de mi vida en ese lapso, o sea un año dos meses y ocho días, solo en subir y bajar desde mi casa a la oficina. (O)