A Teresa García
Todos morimos. Sin embargo, hasta que eso ocurra, hay un trecho que andar y la única forma de vencer a la muerte es viviendo. El gran Pedro Páramo de Juan Rulfo, decía que al final “ya no tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ya lo único que le quedaba por cuidar era la vida”. Y vivir es lo único que tenemos y lo único que nos queda. Siempre. A veces cansa, pero no hay alternativa ni tiene cura y lo que hacemos es lo que dejamos cuando morimos.
Vivir es una cuestión de generosidad, debe ser un gesto sin vergüenza, un camino sin arrepentimientos, una acción imprudente del destino, un baile sin música (y con música también). Cuando vives descubres que los sentimientos pueden ser inesperados, las pasiones catastróficas, las ilusiones no son errores y el tiempo, si existe porque es relativo, no es lineal. Sin embargo, eso es justamente lo que vale y lo que queda.
Por eso, la muerte nos recuerda que su llegada es certera y, hasta que eso ocurra, debemos aprovechar el camino que debemos recorrer. Repetir espacios y gente y recuerdos y anécdotas e historias. Hacer nuevos amigos, cambiar de camino si es necesario, abrazar bajo la lluvia, patear piedritas por las calles. Y aunque no nos acordemos de la muerte todo el tiempo (sería bastante macabro, la verdad), es esa idea la que nos permite que construyamos nuestra historia, la que podamos contar porque, aunque nos creamos fuertes e inmortales, solo somos hombres o mujeres.
Pero la vida está compuesta de opuestos. Blanco, negro. Alegría, tristeza. Vida, muerte. Por eso esta puta vida encuentra lugares por donde romper nuestra armadura para hacernos tropezar. Pero, así como aquellas lanzas nos atraviesan, también tenemos una infantería de abrazos leales a los que dar las gracias. Recompuestos, nuestros soldaditos de plomo siempre nos sostienen, aguantando el peso del guerrero herido que ya se sabe vivo para enfrentar futuras cruzadas porque no entienden de rendiciones. Y así, siempre. Luchando batallas, dejando huellas, aunque sean de sangre.
Por eso, ahora que vivimos una vida llena de prisas, en un mundo en el que Twitter aburre porque hay que leer 280 caracteres y eso es mucho, es común olvidar que el verdadero aprendizaje no es llegar al objetivo de manera apresurada, sino que lo que vale es lo que podemos hacer y disfrutar mientras hacemos el camino. “Ten siempre a Ítaca en la mente / Llegar ahí es tu destino. / Más nunca apresures el viaje.”, escribe Constantino Cavafis en su poema Ítaca, que canta el regreso de Ulises a su pueblo. Sin embargo, lo que resalta este poema es la importancia de disfrutar el camino, cualquier camino, y no sólo añorar el objetivo. Si bien no hay que olvidar llegar algún día a Ítaca, es más importante disfrutar el recorrido, porque Ítaca “no tiene ya nada que darte”, por eso es mejor llegar ahí viejo, habiendo vivido aventuras y experiencias. Ese es el verdadero secreto de nuestro breve tránsito por este mundo.
Desde luego que somos lo que podemos ser, pero mucho de eso es gracias a las enseñanzas que nos depara el camino. Ortega y Gasset decía “yo soy yo, y mis circunstancias”. Desde luego, pero ese yo lo controlo con decisiones que debo tomar para, al final del recorrido, poder vencer a la muerte.
Hay personas que vencen la muerte y la muestra más clara es cuando los que nos precedieron hicieron bien las cosas. Porque les recordamos y su legado sirve para mantener viva su memoria y su ejemplo guie nuestros pasos. Las narices mojadas no mienten. No cabe duda de que hacen falta. Pero la vida sigue y algún día todos moriremos. Por eso hay que pensar en el camino y luego de haberlo vivido, ojalá podamos vencer a la muerte como lo han hecho quienes nos han precedido. Vivir es la muestra más rotunda de querer vencer a la muerte todos los días. Ítaca es el propósito de la vida, de eso que nunca dejaremos de perseguir. Pero disfrutar del camino es más importante. Y esto fue lo que me enseñó Teresa García. (O)