Somos hijos de la muerte cruzada. Ella tomó el control en nuestro paisito desde mayo 23. Culminará su dominio con la resurrección presidencial de febrero 25. Algo más de año y medio, que no se parece a ningún otro momento histórico. Y 7 meses que restan desde hoy que tampoco se parecerán a nada.
La muerte cruzada dislocó los tiempos “regulares” del ejercicio del poder: planes, estrategias, resultados esperados. Lo cargó de múltiples expectativas e incertidumbre. Un período así, colgado sin raíz, obliga a matizar, a dosificar y esperar distinto. Vivir la excepcionalidad, la anomalía, tiene un piso, un sentido y un techo. No se puede pasar sobre ella sin lastimarse.
Por si fuera poco, la fase muestra otra signo: elecciones. En los 7 meses se ejecutarán -con circo de por medio- campañas para captar el poder a cualquier precio. En realidad se iniciaron en abril con la consulta popular. Hoy contamos ya con 6 prospectos insaciables, algunos de los cuales no tienen ningún chance de ganar, pero igual exponen su “deseo de servir”. Y probablemente de “negociar”.
Lo menos que se esperaba en este fase corta e intensa es claridad de prioridades y ejecutorias. Programas estratégicos proporcionales a la circunstancia. Pero no. Se ha gobernado como si se dispusiera de una eternidad. No se ha visto plan acotado y sistémico, con resultados visibles y actores enlazados para una transición. La Asamblea, tampoco exhibe una agenda pertinente. Actúa reactivamente desde una mayoría que mira la vida con un solo ojo… impunidad y retorno del que sabemos.
Por mala lectura del momento o por impericia o por intereses electorales, o por todas ellas, el Presidente ha entrado en un momento de peligroso debilitamiento. Tiene abiertos excesivos frentes: con la Vicepresidenta, con las mayorías del Congreso, con los indígenas, los trabajadores, los jubilados, los ecologistas… Hacia el exterior persiste la herida abierta con México. Y la imprudente crítica contra presidentes de América Latina. Extraña conducta de alguien que se jactaba de evitar confrontaciones y hablar solo cuatro palabras justas.
A esta soledad y vulnerabilidad en camino, habría que añadir las promesas no cumplidas a cabalidad o contradichas con datos del propio estado: seguridad, empleo, petróleo, electricidad. También las graves denuncias estancadas -sabotaje, traición, participación narco en contratos. Y alguna señal de intolerancia y cruce de temas familiares y estatales.
Celeridad sin atropellamiento
Pero no todo son limitaciones. El esfuerzo en seguridad ha sido notorio: prisión a capos claves, incautación de droga, requisas de armas, baja de violencia en muchos espacios, control de cárceles, reducción de minería ilegal. La resolución del tema de subsidios -papa caliente en otros gobiernos- parece que funciona. Los créditos FMI han vuelto (con sus odiosos ajustes). El riesgo país decrece y aumentan las ilusiones de inversión y empleo. La naturaleza, lastimosamente ha sido mezquina: deslaves, vías cortadas, muertes, damnificados, recursos adicionales.
Recordemos, la muerte cruzada planteaba crear condiciones para una mejor gobernabilidad. Significaba al menos: reducción del enfrentamiento y acuerdos básicos sobre prioridades. Hoy queda poco, pues las elecciones han quebrado el espinazo del país. Todo viene calculado y disfrazado, y de espaldas a la ética y al interés común.
La oposición tampoco logra agendas ni acuerdos de fondo. Está enfrascada en luchas menores, en shows efectistas, en figuraciones personales y en negociaciones abiertas o encubiertas, en torno a las elecciones venideras. Pero sabe que en estas aguas oponerse a Noboa deja réditos políticos
Aun queda tiempo y Noboa aún dispone de capital político. Su oscurecimiento no es irreversible. Resulta esencial repotenciar los 7 meses que quedan, a pesar de que su equipo resbala. Dos recomendaciones se han levantado en estos tiempos: selección de prioridades urgentes, nítidas y viables para la transición (electricidad, petróleo, seguridad, empleo), y bases, solo bases, para los cambios estructurales de futuro, por los que claman los ciudadanos.
Y claro, la sugerencia recurrente: una fresca política de comunicación. Que tome el pulso al país, que escuche y se asesore, que no esquive, que informe realizaciones y obstáculos, que no encubra propaganda política y electoral.
Precisamos -incluso como antídoto al eleccionismo- un espacio de serenidad y prioridades diáfanas para estos tiempos anómalos. No se trata de que le vaya bien o mal a Noboa. Se trata de que el país tenga una hoja de ruta y no naufrague otra vez. (O)