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La idea del "pueblo" como entidad reflexiva, depositaria de la soberanía, debe replantearse, porque lo que hay es una multitud de espectadores embelesados por la propaganda y un universo creciente de consumidores. No hay pueblo como hecho que responda al riguroso concepto que imaginaron los liberales del siglo XVIII.

19 Agosto de 2024 09.25

Hemos olvidado ese texto fundamental para entender a la sociedad moderna que es “La Rebelión de las Masas”, escrito por José Ortega y Gasset y publicado en la década de los años treinta. Ortega advirtió tempranamente, con lucidez y anticipación, lo que serían las características del mundo moderno: la invasión de las multitudes, la masificación de la cultura, la degeneración de la democracia, la extinción de las elites dirigentes, el crecimiento del autoritarismo, la desaparición de la identidad individual y la abdicación de las libertades.

En efecto, la sociedad es una masa inorgánica en que naufragan los valores y se disuelven las instituciones. La democracia, inventada para poblaciones mínimas, de pronto, se volvió incongruente y debió enfrentar la presencia de multitudes tras el poder, con la consiguiente ruptura de conceptos, como el de la elección racional de los gobernantes, y el nacimiento del populismo como respuesta política a las nuevas realidades. Lo que por costumbre se llama democracia, es cualquier cosa menos democracia. Nociones como la legitimidad han quedado desbordadas. La idea del “pueblo” como entidad reflexiva, depositaria de la soberanía, debe replantearse, porque lo que hay es una multitud de espectadores embelesados por la propaganda y un universo creciente de consumidores. No hay pueblo como hecho que responda al riguroso concepto que imaginaron los liberales del siglo XVIII.

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 La ética, y el esforzado aparataje teórico -religioso o agnóstico- que la sustentaba es otra especie en extinción. Impera un pragmatismo que ha enterrado sentimientos como la vergüenza e ideales como la integridad. Los límites se han borrado y las libertades, que funcionaban en un sistema de elección entre pautas y responsabilidades, de pronto, se encuentran con que “todo vale.” Si antes la sociedad generaba cultura, referentes y valores, hoy es todo lo contrario: es un hecho multitudinario, instantáneo y variable, sin más norte que la satisfacción inmediata de apetitos y modas, que vive al día, anclada en la coyuntura.

La relectura de Ortega me hace pensar que la intensa mudanza que han sufrido las sociedades, no tiene todavía una respuesta racional que reformule el pensamiento, replantee los sistemas políticos y la organización de las repúblicas; que piense desde otra perspectiva a la cultura; que mire a la persona enterrada en la masa y condicionada por ella, braceando para sobrevivir; que mire a los derechos como núcleos de autonomía; que vuelva al individuo.

Para debatir tan enorme realidad es preciso tener intelectuales. Lo grave es que la “teoría de la multitud” los devoró. Los que sobreviven están en implícito ostracismo porque estorban con su persistencia crítica, o se acomodaron y andan por allí especulando sobre las tesis caducas en torno al socialismo, ahora remozado con la carátula del siglo XXI. (O)

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