Muy temprano en mi vida comprendí que el dinero sería mi esclavo, y no yo un esclavo de él es mi frase predilecta de J. D. Rockefeller, el hombre más rico que ha existido en el planeta Tierra (así es, más rico que cualquier rico que se te venga a la cabeza). Se puede escribir un libro con ella. Divina.
Me ha acompañado desde que leí su biografía (Titan, para el lector hambriento) y en su cercanía ha escondido la necesidad de preguntarme:¿qué es el dinero?
Si la pregunta te impulsa a sacar un billete de tu cartera cometerías un grave error. No es un error inusual, puedes estar tranquilo, de hecho me pasaba a mí hasta que escribí este artículo que ahora lees. Lo cual no le quita la etiqueta de falloso, la necesidad de corrección.
El papel moneda no es lo mismo que el dinero. Es un bien que facilita el intercambio, mas no dinero.
Para comprender que es el dinero conviene viajar en el tiempo a la isla de Yap, en el Mar de Filipinas.
En Yap, el símil al papel moneda que usamos hoy en día, eran unas piedras enormes elegantemente talladas en forma de anillo ubicadas en el centro de la población, para que pudieran ser vistas por todos los habitantes.
Debido a su colosal tamaño y peso, eran imposibles de transportar. Si yo tenía un producto o un bien que alguien que poseía una de estas piedras deseaba y yo estaba en la disposición de vender, lo vendía y a cambio recibía una piedra enorme que no podía llevar a ninguna parte. Pero que me serviría como un medio de intercambio para poder comprar cualquier cosa que yo quisiera en el futuro.
Para poder fabricar estos enormes aros la población requería viajar a la isla vecina para extraer fragmentos de roca caliza suficientemente grandes y resistentes para poder ser tallados. Esta complejidad en su proceso de fabricación hacía que su producción estuviera limitada y por lo tanto que su valor no se perdería en el tiempo, como sucede con el papel moneda, que al ser más fácil de producir pierde valor cada vez que a los gobiernos se les ocurre alguna nueva crisis (de las que cada vez se les ocurre más).
En cierta ocasión mientras los pobladores de Yap encargados de la extracción de la piedra caliza y tallado de los aros transportaban una de estos enormes anillos de roca desde la isla vecina, el bote que la llevaba se hundió. Se dieron cuenta rápidamente de la imposibilidad de rescatar la piedra hundida en el fondo del mar así que sin más contratiempos, con una practicidad digna de incorporarse en cualquier sociedad, concluyeron que no importaba si el canto rodado estaba sumergida en las profundidades del océano o en el centro de la isla de Yap. Al fin y al cabo, pensaron, independientemente de su ubicación, el propietario de la misma no podía llevársela a ninguna parte.
En lugar de complicarse, le comunicaron al dueño de la piedra que ocurrió un accidente a la vez de mencionarle que ellos estaban acostumbrados a dar solo soluciones y nada de problemas, por lo que habían decidido que sería igual de dueño del enorme aro como si éste se encontrase en el pueblo, y que por lo tanto la podría usar a su conveniencia. Le confirmaron ante las dudas del propietario que si llegara el caso de que quisiera comprar un producto o bien de alguien que estuviera interesado en vender, le podría entregar la roca invisible sumergida en el fondo del mar.
Si estuviera en capacidad de preguntarle al dueño del anillo hundido la misma pregunta con la que inició esta fantástica exploración, se le haría imposible mostrármelo, no se diga sacarlo de su billetera. En parte porque, obvio, porque la piedra estaba hundida y era imposible de señalar. En realidad porque para ese instante la roca era tan solo una idea.
Y una idea no es susceptible de mostrarse, tocarse o señalarse.
Su materialidad existe únicamente como un pensamiento, en este caso, como el de una piedra reposando en el fondo marino (así tal cual como te la acabas de imaginar).
Esta historia que les acabo de contar revela la naturaleza mental del dinero.
La primera conclusión es que el dinero no tiene sustancia y que, por lo tanto, cuando alguien habla de tener una buena o mala relación con el dinero, está un poco loco. Sería lo mismo que escuchar a alguien hablar de su relación con el pastel de chocolate o con el día viernes. Conceptos que se originan como pensamientos y con los que una relación no es posible. Al menos una donde las partes sean racionales.
La segunda conclusión es que si lo que se desea es tener dinero, no conviene enfocarse en él. Hacerlo sería similar a un futbolista que, en vez de jugar el partido, se concentra en la pantalla que muestra el marcador.
Si lo que se desea es tener dinero, lo conveniente es generar riqueza, y para ello, es necesario aprender a generar valor para otras personas o, lo que es lo mismo, resolver los dolores que tienen y que suelen ser infinitos.
Si somos atentos, notaremos que esta última es la definición de generosidad y la confirmación de que la naturaleza de la producción de riqueza alberga intrínsecamente esta virtud.
O dicho de otra manera, lo único que se requiere para tener dinero es no ser egoísta con nuestros talentos y esfuerzos.
Y así como el dinero es un concepto que solo puede hallarse en la mente, la riqueza es una expresión de la abundancia inherente en el cosmos.
Ser rico es tener salud, poder pasear en un bosque, tener un amigo con quien conversar, respirar aire puro, aprender todos los días, enamorarnos, escuchar música o cocinar para alguien la comida que más nos gusta.
Dado el estado actual de las cosas, la frase que compartí al principio necesita ser replanteada. Muy temprano en mi vida comprendí que la mente sería mi esclava, y no yo un esclavo de ella. - H. K. Bockefeller (O)