Hasta el fin de semana anterior, solo tuve una lejana noción de la existencia de Tinder. En serio. Palabrita. Nunca lo descargué y, por ende, nunca supe su mecánica. Al parecer, en esa plataforma, la apostura fotográfica del tindereante se puede exhibir en una amplísima vitrina, a merced del escrutinio de la humanidad en pleno. El único trabajo de todes sería decidir, a golpe de dedo, si la foto sería deslizada hacia la derecha o hacia la izquierda, aceptado o rechazado. Asusta pensar que, como regla general, la cantidad de deslizamientos hacia el lado inconveniente es abrumadoramente mayor que hacia el que hace match. Que ¿cómo lo sé, si digo que nunca he tenido esta app? Sencillo, yo también vi El estafador de Tinder.
Esa cinta de Netflix ha sido plato de conversación en todo lado, en los últimos días. Y, aunque tenía previsto escribir esta columna acerca del impacto económico, anímico y pornográfico del anunciado concierto en Ecuador del hermano malo de Bugs Bunny, la verdad es que me decidí por compartirles el por qué opino, humildemente, que Simon Leviev debería ser nuestro Ministro de Economía.
Ahí va:
Primero, porque tendríamos asegurado un flujo -y no pequeño- permanente de dinero, sin que medien cartas de intención, pagarés, concesiones, acuerdos, letras de cambio, contratos, ¡nada! Solo con su encanto de Hamelín, nuestro Ministro nos traería la plata de los gringos, para con esa conquistarles a los chinos y, luego con el efectivo de estos, encandilarles a los europeos y, después con sus bienes, flecharles a los rusos.
Segundo, porque contaríamos con un amplio inventario de activos, de calidad AAA, que, lejos de depreciarse, tendería a aumentar su valor, proporcional a la fama que iría alcanzando nuestro arrebatador Ministro. Una especie de 'fonditos' de contingencia, por si el precio del barril de petróleo cayera por debajo de lo presupuestado. Es más, nuestro Ministro, con su astucia chapulinezca, sería capaz de organizar un mega desfile, superior al de 1972, con comida y bebida a borbotones para todos, para rebautizar el primer barril de petróleo, repaseándolo sobre un Ferrari o un Bentley, y, por consiguiente, revaluándolo exponencialmente.
Tercero, porque no estaríamos obligados a pagar intereses, tasas o multas por atrasos en el pago del capital. Es más, ni siquiera tendríamos que pagar el capital. Porque con los mismos emojis y mensajes de amor, mantendríamos cautivados a todos nuestros financistas. Ni pensar en un 'default'. Gracias al sex appeal de nuestro Ministro, seríamos el Jaguar (el auto) de América Latina.
Cuarto, porque seríamos de largo el país más fiestero del mundo. Ibiza, amebas. Las Vegas, amebas. Cancún, amebas. Ecuador podría hasta cambiarse de nombre a Montañita Republik. Festivales como Tomorrowland, Coachella, Lollapalooza serían el Show de Yuly (millennials: googlear) al lado de las mega parrandas, jolgorios y jaranas que se podrían organizar en el país, con su consecuente beneficio para todos los sectores de la economía.
Y quinto, porque jamás podrían embargarnos, bloquearnos o invadirnos para exigir de vuelta su dinero, porque, gracias a nuestro Ministro, este habría sido entregado libre, voluntaria y alegremente.
Si eso no les convence, entonces, el plan B es mantenernos fieles a la esperanza de que algún día llegarán los miles de miles de millones de dólares en inversiones, que cada año se anuncian con camaretas, bombos y platillos. ¿Qué les suena más viable? Yo digo que linkediemos -porque ya está vetado en Tinder- a Simon Leviev, a ver si pegamos match. (O)