#StandUpEconomy (La dieta del hincha)
He aprendido a medir la inflación en número de fundas de botanas que llegan a la casa. Y claro que me van a creer cuando les digo que, por la misma cantidad de dinero, casi siempre, va en descenso la cantidad de fundas.

Llámenlo frenesí. Llámenlo vicio. Llámenlo admiración a lo más excelso de las habilidades motoras, pero los deportes son “my thing”. Y aunque los de esta subespecie hemos sido discriminados a escala universal y bulleados por básicos (lo cual, hasta tiene cierto sentido, porque perder la compostura siguiendo a personas que siguen una pelota, para el ojo no calificado, puede parecer un absurdo sideral), la verdad es que lo que tengo, padezco, me regodeo y presumo, sea lo que sea, no tiene cura, reparación ni reseteo. 

Hoy mismo, mientras espero el inicio de la final de la UEFA Europa League, entre el Eintracht Frankfurt y el Rangers (en realidad, es irrelevante entre quiénes sean, todos son plato fuerte), ya había suspirado desde la madrugada con el Giro de Italia y ya estoy listo para la jornada nocturna de los Playoffs de la NBA, mientras zapeo de vez en cuando los partidos de la Conmebol Libertadores. Claro, eso solo hoy. Para el fin de semana, ya estaré armado de botanas y el grito pelado afinado, para los cierres de infarto en las ligas de fútbol inglesa e italiana; más Playoffs del Este y del Oeste; otro montón de kilómetros de la corsa rosa; y, por suerte, el Chito Vera no se la tiene jurada a nadie, lo que me da tiempo de ver algún partido del Roland Garros o, si mismo mismo me animo, hasta a sintonizar uno de los partidos del campeonato ecuatoriano, que la verdad, ya quedó medio en blanco y negro después de que mi adorado Nachito descendiera sin pena ni gloria. 

Soy un pollito frito, presa fácil del espectáculo deportivo, no cabe duda. Pero a este fanatismo tan específico, le debo la oportunidad de haber asimilado en campo, más allá de la teoría, algunos conceptos económicos. Vaya viendo. Uno de ellos, que comparto con ustedes, es el de la inflación, que viene a ser como esa sensación térmica cuando se mide el estado del clima: una es la temperatura que marca el termómetro (una es la cifra que marca el INEC) y otra es la que se siente en la calle (otra es la que siente el bolsillo). Lo que es sentido común ciudadano, más que sapiencia derivada del deporte. Lo que sí se conecta directo a la vena es que, en tiempos de euforia deportiva, cada espectáculo debe, sí o sí, acompañarse de un buen banquete de carbohidratos, cremas, dips, aderezos, bebidas de alta concentración de azúcar y grasas saturadas a granel. Cosa muy curiosa, cabe reflexionar, porque al ver todas esas encarnizadas disputas entre súper atletas, lo pertinente sería elegir más bien un menú keto, detox, ornish, dash, pikachu…

Mis constantes abastecimientos de semejantes manjares, en temporada alta, como comprenderán, son frecuentes. Y, claro, para que no se me bullee por este lado también, aprovecho para tratar de equilibrar con la respectiva dosis de frutas y verduras. En esta dinámica, he aprendido a medir la inflación en número de fundas que llegan a la casa. Y claro que me van a creer cuando les digo que, por la misma cantidad de dinero, casi siempre, va en descenso la cantidad de fundas. A eso, en la teoría, se lo conoce como capacidad de compra del individuo. La mía ha mermado ostensiblemente desde el Super Tazón de Los Ángeles. 

Según el INEC, órgano que determina el índice general de precios en Ecuador, la inflación de abril de 2022 se ubicó en 2,89 %, la más alta de los “abrileses” de los últimos seis años. En 2017 estuvo en 1,09 %, en 2018 en -0,78 % (es decir, los precios tendrían que haber bajado, pero como ya sabemos cómo funciona el comercio a lo ecuatoriano, nada de lo que sube, tiene que bajar), en 2019, en 0,19 %, en 2020 en 1,01 % y, en el año pasado, en -1,47 %. Razón por la cual, cada vez puedo comprar menos botanas y contrapeso saludable, y, a este paso, no me quedará más remedio que alistarme para disfrutar de la final de la Champions League, en modo ayuno intermitente. 

He decidido hacer un experimento, para ver cuánto tiempo dura la misma cantidad de dinero, hasta que me salga saldo en contra, es decir, tenga que llevar un par de fundas de K-Chitos solidarios a la tienda o al Super. La verdad espero que mi experimento dure mucho tiempo, porque aún me corre un aire frío por la nuca cuando recuerdo cómo en tiempos del sucre, de un día para otro, la susodicha capacidad de compra del individuo se iba en el viento, algo así como la venta a precio de gallina con viruela en lo que ¿se vendió? el avión presidencial. (O)