¿Cuál es el animal más valiente del mundo? No el más feroz. No el más intimidante. No el más fuerte. El más valiente. Le invito a tomarse unos diez segundos para que elija tres.
10 - 9 - 8 - 7 -6 -5 -4 -3 -2 -1- 0
¿Lo tiene? Veamos si coincidimos. Los tres animales que considero yo, como quiteño de Quito, que son los más valientes de este planeta son:
En primer lugar, las palomas y/o tórtolas quiteñas. No sé si las demás en otras ciudades son iguales, pero las quiteñas son de una serenidad, de un valemadrismo y de una sangre fría dignas de arreboles tibetanos. ¿No lo cree? Le desafío a que un día, si las ve picoteando en una calle, acelere un poco el auto, solo para intentar asustarlas. Ellas no se espantarán nunca. Usted incluso creerá, si alguna vez pasó a toda velocidad, que hizo paté de palomas/tórtolas, pero no. Mire por el retrovisor. Se movieron solo un mini pasito para evitar las llantas, pero prácticamente ni se inmutaron. Hasta podría sentir que se le ríen, como la paloma famosa aquella del video viral que se da el lujo de saludar al mismísimo Vladimir Putin como un 'brou' cualquiera.
En segundo lugar, los perros de las calles de segundo orden. A esos manes no los despierta ni los mueve nadie de sus profundos estados de pereza. Acostados bastante adentro de la vía, puede pasar la buseta raspándoles los bigotes, que apenas abrirán un ojo o bostezarán como señal de burla ante el afrentoso que se atrevió a alterar su siesta.
Y en tercer lugar -y en esto creo que la coincidencia es mundial-, el ratón o rata de alcantarilla. Qué admirable capacidad de apestarle la vida. Por estos días hay un roedor que merodea por el jardín de la casa. Y cada tarde, desde las 18:00, como reloj, se juega el pellejo para agarrar o mordisquear algún aguacate que cae al piso, evitando ser cazado y amasado por nuestro fiel escudero ladrador. Esta es mi segunda fobia, a estos bichos. Por eso, las dos ocasiones que en estos días he tenido el disgusto de verlo carcajearse desde el muro, he tenido que llenarme de valentía para esgrimir la escoba y batirme a duelo con él, sin éxito. Espero, de todo corazón, que el susodicho muera uno de estos días de causas naturales.
Por tercera vez en tres años, nuevamente los ecuatorianos hemos tenido que vivir momentos de crisis social. Y es curiosa la forma cómo reaccionamos ante la mera sospecha del advenimiento de un imaginario cataclismo de proporciones apocalípticas. No es sino conectarse con la apacible y afable comunidad tuitera, para que nos invada la histeria colectiva, muy distinta a un funcionamiento valiente-zen-carpe diem como el de los tres animales antes mencionados. Al contrario, la chispa detonó un escenario caótico donde, por desgracia, a los ecuatorianos nos faltó huevos.
Sí. Por razones aún no explicadas por la ciencia, de pronto apareció un voraz apetito por huevos. Y como si perpetuar la descendencia ecuatoriana dependiera de la ingesta de este alimento, su escasez activó a hordas de familias invadiendo tiendas, mercados y comisariatos. Caldo de cultivo, como no podía ser de otra manera, para el fenómeno económico llamado especulación de precios. Según la teoría económica, especulación de precios se define como una operación cuyo objetivo es obtener el mayor lucro posible aprovechando las condiciones que impactan en los precios de los productos. En términos sencillos: comprar barato y vender caro. Y mientras más caro, mejor.
El desabastecimiento durante los 18 días de paralización provocó una dinámica digna de memes. Pude verificar eso sí, en primera fila, el funcionamiento de las fuerzas del mercado. Ante la menor oferta y la mayor demanda, las cubetas de huevos podían comprarse a US$ 8, 9, y hasta US$ 10. Sin duda, los especuladores fueron los únicos que sí tuvieron huevos. Incluso, rodaron por la red historias de quienes compraron 100 cajas para duplicarles el precio, y, vueltos a la normalidad, ellos tendrán omelettes para el resto del año. Algo similar ocurrió durante la pandemia, cuando la histeria colectiva llevó a agotar el stock nacional de papel higiénico, ¡papel higiénico! Sin duda, somos un caso de estudio. ¡EGGSitooooo!
Los huevos fueron trendy durante el paro. Me atrevería a pensar que lo único que nos hubiese unido como país, en esos tensos días, habría sido estar de acuerdo en reemplazar la imagen del cóndor del escudo nacional por su foto en etapa de huevo. Lástima que ningún representante del pueblo en la legislatura mocionó la propuesta. A pesar de ello, para mí, el huevo fue el gran ganador del doloroso pugilato colectivo. Y en honor a este, encontré algunas sabidurías populares que bien podemos agradecer al huevo para tratar de construir un Ecuador menos dividido, menos intolerante, menos cromañón.
- Un arreglo inteligente de huevos podridos, nunca hará una buena tortilla (C.S. Lewis).
- Un huevo es siempre una aventura; el siguiente puede ser diferente (Oscar Wilde).
- Si tengo que poner un huevo para mi país, lo haré (Bob Hope).
- Amigos son los huevos, que están en el mismo nido y nunca se regañan (Roberto Fontanarrosa).
- No fue la curiosidad la que mató a la gallina de los huevos de oro, sino una codicia insaciable que devoró el sentido común (Jodi Picoult). (O)