Mientras escucho con detenimiento la letra de "Eleanor Rigby", una de las joyas musicales de The Beatles escrita por Paul McCartney a sus 26 años, me resulta difícil dejar de imaginar el dramático mundo que se construye a través de la historia de ese personaje ficticio que retrata los efectos de la soledad de la posguerra británica. Al observar la cotidianidad actual, noto cómo los matices de esa misma soledad parecen haberse instalado silenciosamente, ocultos en los signos del individualismo moderno. Si estamos atentos, son manifiestos los síntomas de un preocupante estado de salud mental de la humanidad tras casi cuatro años de la pandemia.
Informes de la Organización Panamericana de la Salud, dan cuenta que la población adulta de Estados Unidos experimentó un aumento significativo en los síntomas de ansiedad o trastornos depresivos pasando del 36,4% al 41,5% entre agosto de 2020 y febrero de 2021. A la par, un estudio de UNICEF efectuado en nueve países de América Latina y El Caribe, revela que 27% de los jóvenes de 13 a 29 años experimentaron ansiedad, y el 15% reportó sentir depresión en los días siguientes a la pandemia del COVID
Científicamente, un estudio de la Fundación Ciudadana Civio y la European Data Journalism Network (EDJNet), respaldado por datos preliminares de la Organización Mundial de la Salud (OMS), recomienda que existan al menos 20 psicólogos por cada 100.000 habitantes.
Hoy en Europa, países como España, Italia, Portugal, Grecia y Croacia no superan el ratio de 20 psicólogos, mientras que Suecia y Dinamarca, en contraste, alcanzan los 50 psicólogos por cada 100 mil. Refiriéndonos a América Latina y el Caribe, existe una disimetría muy marcada demostrada en la última publicación del Atlas de salud mental de las Américas (2020), según la cual, el número de psicólogos en el sistema de salud público por cada 100 mil habitantes es: 4,41 en Centroamérica, México y Caribe Latino; 1,59 en el Caribe No Latino; 50,24 en América del Norte y 9,54 en América del Sur.
Existen efectos alarmantes en poblaciones más vulnerables, reportados en la evaluación de la salud mental que la OMS realizó a niños, niñas y adolescentes en la región, situando la mediana regional en 8,6 trabajadores de salud mental por 100.000 habitantes en este grupo: 12,3 en Centroamérica, México y el Caribe Latino; 8,8 en el Caribe No Latino; y, 0,6 en América del Sur.
La información de otras publicaciones relevantes, señala además los síntomas primarios de la depresión a los cuales debemos prestar atención para orientar su tratamiento profesional y apoyo emocional: “dificultades para concentrarse, sentimientos de culpa excesiva o de baja autoestima, falta de esperanza acerca del futuro, pensamientos de muerte o suicidio, alteraciones del sueño, cambios en el apetito o en el peso y sensación extrema de agotamiento o de falta de energía”.
Los gobiernos están llamados a tomar acción en sus agendas sociales para desplegar estrategias preventivas prioritarias de educación para la salud mental, que impidan el crecimiento de la espiral de encrespamiento social que posiblemente tengan su origen en la soledad, depresión y ansiedad que afectan a la población. Además, como sociedad, todos estamos también convocados a actuar en nuestro "metro cuadrado" para evitar la expansión de esta otra pandemia colateral. ¿Cómo lograrlo? Previniendo la aparición de los síntomas primarios y poniendo en práctica acciones domésticas que aborden dichos síntomas, tales como: llamar a nuestros amigos para preguntarles cómo están, intentar comer en familia, y cuando no podemos llamarlos, estar presentes de otras formas. Preguntar a nuestros hijos cómo se sienten, escuchar a quienes nos rodean, recordar a las personas su importancia, desempolvar nuestras agendas para reunirnos con viejos amigos o simplemente tomarnos un café con nuestros padres, abuelos o familiares. Con gestos simples (a los que el psicólogo y periodista Daniel Goleman, denomina satisfacciones sencillas) podemos iniciar acciones proactivas en la educación para la salud mental.
Esta semana, durante una reunión de capacitación con colegas de mentoría, el profesor Enrique Salas puso sobre la mesa de forma muy oportuna la bella palabra japonesa kintsugi, la cual hace referencia al milenario arte de reparación de piezas de cerámica rotas mediante la aplicación de oro para unirlas, acentuando sus fracturas en vez de esconderlas o eliminarlas. Creo que muchas piezas de la salud mental social están rotas y necesitamos urgentemente actuar.
Gracias a las notas "beatlenianas" que se colaron en las reflexiones de mi escritorio, intentaré responderme las interrogantes centrales de la letra de McCartney que recita: "toda la gente solitaria, ¿de dónde vienen, a dónde pertenecen?". Intuyo que ahora esta gente proviene de todas partes, pertenece a todos los lugares, sin discriminación de edad, género o condición social. Existe una población internamente “rota” que, siguiendo la analogía del kintsugi, necesitamos "reparar" con gestos sencillos y profundos de "oro" y solidaridad humana, materializando así la indispensable educación preventiva para la salud mental. No lo posterguemos, estamos a tiempo. (O)