Ninguna otra política económica ha sido capaz de generar un nivel de estabilidad, previsibilidad y aceptación ciudadana como la adopción del dólar.
Sin embargo, más allá de los irrefutables beneficios y aun cuando -definitivamente- no es un mecanismo perfecto, la dolarización se ha convertido, sobre todo, en un escudo de contención a los efectos negativos que pueden producir los excesos de política económica.
Al haber limitado la capacidad de emisión de moneda nacional, los gobernantes están tentados a volcar sus esfuerzos de crecimiento económico sobre la política fiscal.
El problema es que la expansión excesiva del gasto fiscal, así como la falta de sincronización en su aplicación respecto al ciclo económico, provocan impactos perjudiciales en la búsqueda de los equilibrios macroeconómicos.
Como resultado de esta conducta, el Ecuador padeció de incrementos inflacionarios y presiones al sector externo mayores a los que se esperaría en una economía dolarizada.
Así, progresivamente, el Ecuador se fue convirtiendo en una economía con una estructura de costos alta para producir y con regulaciones inflexibles para invertir.
En la medida en que se incrementa el gasto público, el déficit fiscal se amplía tanto como la necesidad de extraer recursos del sector privado para financiar el presupuesto del Estado y la deuda que lo sostiene; y, claramente, en economía, un desequilibrio estructural no se corrige abriendo más desequilibrios. Por lo tanto, es insostenible dejar toda la responsabilidad de la estabilización y crecimiento al gasto fiscal expansivo.
Nos guste o no, convivir en un esquema dolarizado significa asumir un compromiso nacional de disciplina en el manejo fiscal que no ponga más presión al sector externo de aquella que la cantidad de dólares que generamos puede absorber.
Sin embargo, promover únicamente a la disciplina fiscal combinada con la mera existencia del dólar como panacea del desarrollo económico es una recurrente equivocación.
Nos acercamos al primer cuarto de siglo de vigencia de la dolarización. Han sido años caracterizados por amplios debates sobre los efectos, ventajas y desafíos que este esquema le ha traído a la economía del país, pero apenas hemos logrado descifrar como defenderla y no como aprovecharla.
Ninguna otra política económica ha sido capaz de generar un nivel de estabilidad, previsibilidad y aceptación ciudadana como la adopción del dólar.
Sin embargo, más allá de los irrefutables beneficios y aun cuando -definitivamente- no es un mecanismo perfecto, la dolarización se ha convertido, sobre todo, en un escudo de contención a los efectos negativos que pueden producir los excesos de política económica.
Al haber limitado la capacidad de emisión de moneda nacional, los gobernantes están tentados a volcar sus esfuerzos de crecimiento económico sobre la política fiscal.
El problema es que la expansión excesiva del gasto fiscal, así como la falta de sincronización en su aplicación respecto al ciclo económico, provocan impactos perjudiciales en la búsqueda de los equilibrios macroeconómicos.
Como resultado de esta conducta, el Ecuador padeció de incrementos inflacionarios y presiones al sector externo mayores a los que se esperaría en una economía dolarizada.
Así, progresivamente, el Ecuador se fue convirtiendo en una economía con una estructura de costos alta para producir y con regulaciones inflexibles para invertir.
En la medida en que se incrementa el gasto público, el déficit fiscal se amplía tanto como la necesidad de extraer recursos del sector privado para financiar el presupuesto del Estado y la deuda que lo sostiene; y, claramente, en economía, un desequilibrio estructural no se corrige abriendo más desequilibrios. Por lo tanto, es insostenible dejar toda la responsabilidad de la estabilización y crecimiento al gasto fiscal expansivo.
Nos guste o no, convivir en un esquema dolarizado significa asumir un compromiso nacional de disciplina en el manejo fiscal que no ponga más presión al sector externo de aquella que la cantidad de dólares que generamos puede absorber.
Sin embargo, promover únicamente a la disciplina fiscal combinada con la mera existencia del dólar como panacea del desarrollo económico es una recurrente equivocación.
En dolarización, tan importante como el manejo fiscal responsable es el impulso a la producción que genera o evita la salida marginal de divisas; y, para esto, se necesita tener decisión política para invertir recursos desde la esfera pública que se complementen y empujen la iniciativa de inyectar más recursos desde el sector privado para ampliar capacidad productiva.
Si podemos consensuar este primer principio de funcionamiento macroeconómico, podremos superar el simplismo estéril de discutir la conveniencia o no de mantener la dolarización en el Ecuador.
En el próximo artículo, profundizaré los cambios conceptuales que pueden formar parte de una base de debate para capitalizar a nuestro favor las ventajas de tener una moneda dura.
Si podemos consensuar este primer principio de funcionamiento macroeconómico, podremos superar el simplismo estéril de discutir la conveniencia o no de mantener la dolarización en el Ecuador.
En el próximo artículo, profundizaré los cambios conceptuales que pueden formar parte de una base de debate para capitalizar a nuestro favor las ventajas de tener una moneda dura. (O)