He releído varias veces tu misiva querido Ezequiel (Respuesta a Robalino. Falta mucho todavía). La he saboreado. Potente, descriptiva -casi gráfica- y rica como es la Argentina (https://www.forbes.com.ec/columnistas/sin-inteligencia-artificialcarta-1respuesta-robalino-falta-mucho-todavia-n32559).
Gracias por tu generosidad al compartir con tu amigo y servidor tus reflexiones, las que suscribo en gran parte (claramente aquellas sobre el fútbol local me producen una sesuda y afectuosa abstención).
Concluyes diciendo que le falta mucho a la Argentina; que ella requiere desarrollo y atención en diversas áreas. Que la Argentina sigue sumida en una dialéctica interminable, incapaz de encontrar consensos. Y preguntas, ¿dónde está la opción de un Estado inteligente o eficiente?.
Ante ello, te pregunto. ¿No será que antes que faltarle, le sobre mucho? ¿No será que a nuestras naciones les sobran recursos, y es ese exceso de recursos la causa de su propia infortuna? ¿No será acaso que países con menos recursos son más eficientes, austeros y conscientes? ¿No será que nuestras patrias iberoamericanas requieren o requirieron más adversidad -incluso climática-, más escasez, al final más retos, para formarse en una disciplina estatal y social que sostenga y mantenga el desarrollo a largo plazo? Y, a costa de importunar, hay que preguntar: ¿y ché, no será demasiado tarde?
Acá abordo con algunas reflexiones. La austeridad es una forma de vida necesaria para personas, empresas y países. Las personas austeras en su forma de vida, con una conciencia permanente sobre la necesidad y el esfuerzo, suelen tener una mejor vida, más equilibrada y generalmente mejor. Saben levantarse rápidamente. Se adaptan. Igualmente lo son las empresas que provocan la impronta de la austeridad. Aquello se extiende a los estados. Ejemplos hay varios. Entre las personas, Warren Buffet es uno de aquellos seres ejemplares. Entre las empresas, podrá ser Toyota, la que ha construido una cultura de esfuerzo fascinante. Y entre los Estados, podríamos pensar en Japón, Corea del Sur, Noruega o Israel.
Es incuestionable que la austeridad de medios, mas no de afectos, será una forma eficiente de criar a un hijo. La necesidad, incluso provocada, como dice aquel artista que vuelve a su cueva en busca de austeridad, activa los sentidos, potencia las destrezas, y al final, hace mejor al ser humano y a sus producciones creativas. Por ello, no cabe temer a los problemas. Si hay sustancia -valores-, aquellos siempre serán superables.
Por otro lado, la necesidad es una forma útil de promover la creatividad y la inventiva a nivel grupal -mas siempre partiendo desde una cosmovisión individual-. Ejemplos de ciudades o regiones motivadas por la necesidad comprueban la configuración de ecosistemas únicos. Por ejemplo, la Bahía de San Francisco en California constituye un ecosistema que tiene ingresos brutos (gross revenue) similar al PIB de gran parte de América Latina (salvo Brasil y México) ¿Qué provocó que este ecosistema pueda producir y aglutinar tal cantidad de emprendedores sin temor al fracaso? En un viaje de observación a San Francisco y Palo Alto nos indicaron que aquello se puede deber a la motivación de los colonizadores occidentales de la Bahía de San Francisco: simplemente buscadores de oro. Cómo y por qué aquella cultura se proyecta en la cadena del venture capital es aún un tema indefinido. Al final no está claro el origen de aquel ecosistema único de difícil reproducción, al que sólo Seúl o Tel Aviv logran acercarse.
Y eso nos lleva a Israel, Japón o Corea del Sur, a la escasez, o a la ausencia de abundancia. Estos países no tienen nada de lo que sobra en nuestras tierras. No hay petróleo, poca o ninguna minería, hay poca agua, no hay grandes extensiones de tierra ni increíbles regiones biodiversas. Han sobrado las guerras y desastres naturales; han sido asilados o lo siguen siendo, y viven de alguna manera, bajo alguna tensión permanente que provoca una suerte de alerta activa, viva y retadora, que los hace pensar, crear y desarrollar.
Sin embargo, podría ser naïve pensar en que solo la austeridad, la adversidad y la necesidad son suficientes para generar un ecosistema innovador, creativo y productivo. Los países requerirán otros factores para poder superarse a sí mismos y pasar a un modo de progreso continuo. Entre ellos, creo que hay dos factores relevantes: Por un lado, los valores sociales; y por otro, el liderazgo.
Un país sin valores es una casa sin cimientos. El patriotismo, la solidaridad, la responsabilidad, la ética y el civismo son intangibles que sustentan el comportamiento de un estado y de su sociedad. Igualmente, son elementos que contienen la arbitrariedad, que promueven el equilibrio y que, al final, facilitan la convivencia. Aquellos valores serán además los que inspirarán el comportamiento de la Administración Pública como aquel macroorganismo administrador del Estado.
Un país sin liderazgo es un barco sin rumbo. El liderazgo legítimo y legitimado constituye el canal por el que fluye la energía social, el que inspira respetando al individuo, el que promueve iniciativas, espacios, diálogos, y otros muchos aspectos, para el desarrollo de aquel conjunto de liderados. El liderazgo debe ser prudente, no invasivo, mas si efectivo y asertivo cuando es necesario, adecuado, astuto y sereno. Un buen líder sabrá administrar la necesidad y la austeridad -e incluso generarla-, y sacar lo mejor de ellas, haciéndolas combustible para el progreso, la creatividad y la innovación.
Algunos dirán que los estados están condenados al fracaso. Es decir, si hay necesidad y austeridad, combinada con liderazgo y valores, que luego producen un adecuado nivel de desarrollo y progreso, generando abundancia, entonces, vendrá el fracaso. Algunos pensadores sostienen que la abundancia ha provocado la caída de las civilizaciones, permitiendo el surgimiento de otras, y así sucesivamente. Pero ese es un análisis para algunas décadas a futuro. Primero, debemos llegar al progreso sustentable en nuestra región. Luego, de haberlo, veremos como manejamos la abundancia.
Y es aquí donde paro un momento y te pregunto. ¿Qué le sobre a la América Latina de esta década? ¿Son nuestros países edificaciones sin basamentos axiológicos? ¿Vivimos en naves a la deriva, incapaces de administrar nuestra propia -y paradójica- abundancia? ¿Ché, entonces, sobra o falta?
Con el afecto de siempre.
New York, mayo de 2023 (O)