Los ídolos deportivos son para siempre. No importa el paso del tiempo, ni cómo terminan sus vidas. No importa si en su vida privada fueron ángeles o demonios. Los ídolos deportivos son eternos y nosotros, sus fanáticos, recordaremos siempre sus proezas, sus caídas y sus levantadas.
Sus actuaciones se graban en la memoria colectiva. Allí, en los laberintos de la mente y el corazón se refugian para siempre escenas como la mano de dios de Maradona en México 86, el salto hasta las nubes del cubano Javier Sotomayor en Barcelona 1992, las incontables medallas olímpicas de Michael Phelps en las olimpiadas de Atenas, Pekín, Londres y Río, así como el llanto de Federer al conquistar su octavo Wimbledon. O el abrazo de Pelé con los hinchas luego de coronarse por tercera ocasión campeón mundial de fútbol (marca insuperable) en el Azteca, allá por 1970.
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En esas escenas también nos encontramos con Ayrton Senna piloteando bajo la lluvia de Mónaco o Interlagos, superando rivales en Suzuka y haciéndose eterno, infinito, en Imola. Sí, acabo de ver la miniserie sobre la vida del piloto brasileño y mis redes sociales no paran de mostrarme videos de los momentos cumbres de Magic Sena, o Beco para la familia.
Senna no es una moda. Senna siempre está en la mesa cuando se habla de los grandes deportistas de la historia. Estamos ante un personaje dentro y fuera de las pistas, uno de esos elegidos que cautivaron al planeta entero con su entrega y sacrificios, con su carisma, su honestidad y, sobre todo, su coherencia.
Ver la serie eriza la piel y saca lágrimas a todos quienes lo vimos correr, acelerar, vivir y morir. Un fuera de seria, un súperhumano que dejó un legado que perdurará para siempre.
Las lecciones que dejó son para todos: para emprendedores, para empresarios, para estudiantes, para padres y madres, incluso para los políticos. Recordar su enfoque y su disciplina, más sus ganas de ser mejor cada día motivan a cualquiera.
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Leal hasta el último de sus días, defendiendo a sus compañeros y rivales ante los poderosos que dirigían la F1 (tal como Maradona se plantó ante los mandamás de la FIFA), hijo, amigo, compañero y una suerte de mentor o consejero permanente. Senna nunca abandonó sus principios, ni por un instante.
Más de 30 años después de su muerte ese horrible 1 de mayo de 1994, cuando Senna dejó el plano físico y se convirtió en leyenda de leyendas, su recuerdo está más presente que nunca. Dicen que Pelé fue el mayor ídolo brasileños, pero Senna está muy cerca. Basta recordar que cuando Brasil se proclamó campeón mundial por cuarta ocasión, en EE.UU. 1994, los jugadores celebraron el título con una pancarta que decía: "Senna, aceleramos juntos, el tetra es nuestro". Habían pasado cerca de dos meses de su fatal accidente y los sentimientos eran muy fuertes.
Solo un ser humano de esas dimensiones puede mantener una idolatría global, décadas después de su muerte. Un ídolo de verdad que sigue asombrándonos a todos. (O)