Estamos a las puertas de un nuevo gobierno. Momento plagado de incertidumbre y expectativas. La juventud de Noboa y su carrera meteórica desde fuera de las trincas políticas, se interpretan como una “nueva generación”, una “nueva forma de hacer política”. Ojalá.
El flamante Presidente llega con nuevas marcas de identidad: frescura, sencillez, diálogo, no confrontación, paz y unidad, capacidad de propuesta, no contaminación, mesura en el lenguaje. Se espera que insumo tan valioso se materialice en acuerdos y realizaciones.
El escenario al que llega, está signado por crisis económica y complejos problemas sociales. La inseguridad y la falta de empleo han sido marcadas como obsesiones ciudadanas. El tiempo apremia. En 17 meses no se podrá atacar estructuras, pero sí colocar bases para futuras intervenciones integrales. La elección del 25 rondará como sombra durante todo el mandato.
Todo indica que Daniel Noboa no llega con las manos vacías. Dicen que su formación de empresario y su baño con la cultura gringa le ha dejado un sello de pragmatismo y eficiencia. Su plan de gobierno -más allá de acuerdos o no- contiene propuestas redondas y con pretensiones de sostenibilidad, tanto en el campo del empleo como en el de la seguridad.
En seguridad ha adelantado: retomar el control de las cárceles, cambios en sistema judicial, nuevo rol de la Fuerzas Armadas. Avanza temas anunciados como presencia del estado en territorios tomados por el narco, intervención en fronteras y en puertos. Dos adicionales: tecnología y apoyo externo.
En el área de la economía, las intenciones van por el aumento de la inversión nacional y externa, incentivos tributarios, baja de impuestos en algunas áreas, nuevas modalidades de empleo, austeridad generalizada. “Sin corrupción, la plata alcanza”, ha afirmado el nuevo Presidente.
Uno de los anuncios, que busca aterrizaje, tiene que ver con una nueva Consulta Popular. La Vicepresidenta electa -Verónica Abad- le ha atribuido poder para “sacar al país de la oscuridad” ,para “recobrar institucionalidad”. Deberá tomar forma en los primeros 100 días de mandato.
Alcances y desafíos
Vale recordar… Las consultas son en esencia procesos -en democracia- para conocer el parecer de la ciudadanía sobre temas trascendentes. Petición de información, opinión, consejo. Herramienta extraordinaria de participación directa. Confiere espacio a tópicos no contemplados en elecciones ordinarias. Resultados vinculantes, mandatorios; no pueden ni ignorarse ni torearse.
Por lo pronto existen tres ingredientes avanzados. Decisión política, tiempos oportunos (no está quemado como Lasso cuando lanzó la suya) y temas trascendentes (delineados por ahora). Están pendientes dos asuntos cruciales: tipo de consulta y alianzas para efectivizarlo. Y claro, la concreción de las preguntas.
Sobre el tipo de consulta -no la forma: plebiscito, referéndum- hay que considerar que, si va a topar la Constitución, puede inclinarse por la enmienda, la reforma o la sustitución. Cada una con condiciones particulares. En las dos últimas interviene la Asamblea. En las tres, la Corte Constitucional y sus estrictos controles.
Sobre las alianzas, aún es prematuro pronunciarse. Una cosa es suscribir seguridad y empleo como emergencias, y otra respaldar forma y fondo de una consulta y sus secuelas. En esta perspectiva, los acuerdos con los bloques legislativos resultan esenciales. No se visualiza una agenda común. Es una pena, porque los cabildeos en torno a autoridades ya han empezado. Ojalá no se pasmen ahí las pretensiones relevantes del país, entre ellas la consulta.
Una señal, sin duda, es la emergencia de apetitos particulares e intenciones para el 2.025. Y también el levantamiento de líneas rojas para el consenso. Desde varias tiendas se ha puntualizado límites infranqueables frente a la impunidad, la injerencia de poderes, el reparto de tronchas.
Momento complejo y decisivo. Las posiciones críticas han surgido también, incluso antes de las concreciones. Marca de país. Aducen que los tiempos no alcanzarán. Y que habría sido mejor un paquete de acuerdos con la Asamblea y solo después y como medida extrema una consulta… En fin, una muestra más de un camino que se presenta empedrado.
En cualquier caso, resulta imprescindible coincidir que el país se desangra por la violencia en calles y cárceles y por la violencia de la desigualdad y la miseria. Si una consulta popular -con acuerdos previos- puede abonar para algunas soluciones prioritarias merece valorarse. Caso contrario seguiremos haciendo abortar cualquier iniciativa que no empate con intereses personales o de sector. Ya hemos probado todo. Es momento de probar la unidad. (O)