A fines de los años 50, Arturo (nombre real como real es su historia) frisaba por los treinta y cinco años de edad y se ganaba la vida como pintor de brocha gorda, su campo laboral abarcaba principalmente Latacunga, de donde era oriundo, Ambato y Quito. Trabajaba de sol a sol, no conocía días libres, siempre solícito y listo para atender cualquier chaucha que se le presentaba. Pintaba fachadas e interiores y desde pequeño se destacó por ser muy acertado en la consecución de tal o cual color o de tal o cual tonalidad, habilidad que le permitió diferenciarse en su gremio y ser llamado por constructores o propietarios de ese entonces.
Los trabajos y los contratos se sucedían con tal rapidez que cualquiera hubiese pensado que la vida económica de Arturo estaba resuelta, pero la verdad es que la paga- como la de todos los artesanos de la época- era muy mala. Sus ingresos le permitían salir con las justas cada mes y eso que era soltero y huérfano, vivía con su hermano Bolívar que también era pintor y casi siempre su yunta en el trabajo y en la vida. Reyes del fío y eternos clientes del chulco, el ahorro jamás estuvo en su léxico peor en su cotidianidad.
Cierta ocasión una propietaria al recibir la obra de Arturo, le dijo ese era el tono que tanto había buscado y a modo de sugerencia le manifestó que debería viajar a Estados Unidos porque allá sí reconocen el talento. Arturo le hizo caso, empezó a reunir dinero y asesorado por esa señora sacó pasaporte, compró pasaje y él que nunca había subido a un avión fue a dar a Los Ángeles, California, donde con su habilidad innata de conseguir colores y tonalidades, hizo suyo el sueño americano y de pintor de brocha gorda, el paso del tiempo sumado a su esfuerzo y sacrificio lo convirtió en solicitado painting mananger. A los tres o cuatro años de su llegada pidió a su hermano Bolívar. Nunca regresó al Ecuador. Hizo y terminó su vida en Estados Unidos de Norteamérica. Sus restos reposan en un cementerio gringo como fue su voluntad. Alguna vez el mayor de sus hijos (Marine jubilado) y dos de sus nietos- que no hablaban español- vinieron a conocer las Galápagos.
A inicios del año 2023, Angel (nombre real como real es su historia) de profesión plomero, mucho conocimiento y aptitud en soldaduras de todo tipo - con empleo formal hasta antes de la pandemia- treinta y ocho años de edad, casado y padre de dos niñas, hastiado de trabajos ocasionales y harto de depender únicamente del ingreso siempre variable y escaso de su modista esposa, se planteó seriamente la posibilidad de viajar a Estados Unidos o Canadá, hizo las averiguaciones del caso y asesorado por un comedido, sacó pasaporte y compró un pasaje aéreo hasta Guatemala ya que desde allí el viaje es más fácil dijo. No hizo caso de ningún argumento y pese al llanto de sus familiares se fue. Dejó a su esposa e hijas donde sus padres y prometió que regresaría por ellas y cumpliría con la enorme deuda que semejante empresa demandó.
Actualmente se desconoce su paradero. Han pasado los meses y no se sabe nada de él. Su familia espera y reza por su vida. El comedido dice que Angel llegó bien a Guatemala pero del resto del viaje no puede aportar información alguna. Al momento no hay a quien preguntar ni averiguar nada. Angel a igual que miles de compatriotas o colombianos o venezolanos o centroamericanos, se fue buscando ese sueño americano que en la actualidad es prácticamente inalcanzable y cuya consecución lleva a desgarradoras escenas en la selva del Darién, en la frontera México-americana, o en las calles y aceras de New York.
Lo curioso es que a pesar de haber transcurrido siete décadas, Arturo y Angel viajaron por el mismo motivo: encontrar el trabajo digno que su propia tierra les negó. Ecuador según dicen las estadísticas y lo comprueban distintos indicadores, que tan hábilmente manejan los políticos, creció y lo hizo significativamente pero no a extremos de impedir la migración o superar la atávica pobreza de sus gentes, sino veamos que la desnutrición infantil - utilizada como logro por el actual gobierno- asomó nuevamente, como propuesta en la reciente campaña electoral ecuatoriana. Mientras que desde hace mucho tiempo poblaciones enteras se han ido al exterior, dejando caseríos y barrios rurales casi vacíos, infinidad de familias se han fragmentado, abuelos, tíos, primos y vecinos pasaron a cumplir otros roles y este desarraigo brutal - con incontables muertos y desaparecidos -ha significado que el sueño de unos se convierta en pesadilla de otros.
Que, si Arturo lo logró y Angel desapareció en el intento, es dolorosamente secundario, lo relevante pero igual de doloroso y triste es que ambos- con setenta años de diferencia- salieron de su terruño, por idéntica razón, sus talentos fueron aprovechados en otras latitudes o se perdieron en la aventura. El fenómeno de la migración es así de duro y casi siempre sucede entre pobres y marginados cuya esperanza es la consecución de mejores días para los suyos y que ha servido para que unos populistas gobernantes, en forma cínica y hasta burlona, la recojan para enarbolarla únicamente en campañas electorales, para olvidarla después o postergarla hasta cuando sea útil nuevamente. Los pocos inmigrantes - en comparación al número total de ellos , es decir de los que están legalmente en Estados Unidos - y que acuden a votar cuando Ecuador los llama , manifestaron hace poco en noticieros de TV, que añoran su Patria pero reconocen que quisieran volver algún día o "quien sabe si a morir en mi tierra pero de momento admiten y sienten que su presente está afuera y su país de origen es solo una nostálgica quimera, un pasado con ribetes de olvido, y un sueño que quizás algún día se realice. (O)