Forbes Ecuador
Guaranda
Columnistas
Share

No son las casas de ladrillo y hormigón lo que muestra el progreso: es la gente, que cree en sí misma y, sobre todo, cree en la fuerza de la unión, pues practica una economía en la que se obtienen resultados económicos que se aplican a fortalecer el propio emprendimiento y a obras sociales de beneficio colectivo.

16 Marzo de 2022 13.45

A veces, la vida le ofrece a uno momentos de elevación espiritual. En medio de las tensiones de la repatriación de los ecuatorianos desplazados por la guerra en Ucrania y de los tristes avatares de la política nacional, tuve el honor de ser invitado a hablar en la presentación del libro “La laguna de los sueños”, del sacerdote salesiano P. Antonio Polo sdb, cuyo nombre tal vez no suene a muchos lectores pero a quien seguramente ubicarán cuando diga que ha sido por 50 años párroco de Salinas de Guaranda, el pueblo que no era sino “un insignificante montón de chozas” hace cinco décadas y que hoy es una de las parroquias rurales más dinámicas de la Sierra ecuatoriana, patria de los quesos Salinerito, de las mermeladas, los hongos, las prendas de lana, los turrones, y ejemplo latinoamericano de cómo sí existe una vía al desarrollo a través de la economía solidaria.

El P. Polo, hoy de 83 años y sobreviviente de cáncer de páncreas (se lo extrajeron por completo hace seis años y ha vivido para contarlo, y contar su historia y la de Salinas en este hermoso libro publicado por la Universidad Politécnica Salesiana y la Editorial Abya Yala), habló en la presentación de su obra y dijo que la choza era precisamente uno de los símbolos del trabajo. Que cuando joven sacerdote salesiano vino por primera vez al Ecuador (acompañando a una misión de laicos agrupados en la Operación Matto Grosso para construir una escuela en Simiátug) y visitó Salinas, de cada choza salía una columna de humo y que todas se juntaban en una sola que ascendía al cielo. Que luego entendió que eso era un símbolo de lo que vendría después: el esfuerzo comunitario que, junto con el trabajo duro y el ahorro, han sacado adelante a ese pueblo. Se trataba de una comunidad que tenía tanta desconfianza del sistema imperante a inicios de los setenta que no quería construir su casa comunitaria porque “se la ha de llevar el patrón”.

Conocí Salinas en aquella época. Tuve la suerte de estar vinculado algunos años al desarrollo rural desde una de las primeras ONG que existió en el Ecuador, la que en Bolívar desarrollaba uno de sus proyectos de crédito asociativo y asistencia técnica. El gran obispo Mons. Cándido Rada, primer obispo de Guaranda, y quien trajo a los misioneros salesianos de Italia a trabajar en su diócesis, me prestó las instalaciones de la hacienda La Liria para hacer nuestra oficina, depósito de maquinaria y, sobre todo, residencia de los voluntarios austríacos que trabajaban con nosotros. Por eso soy testigo de cómo era la condición de los indígenas de haciendas de altura, totalmente desposeídos no solo de tierra sino de cualquier fe en sí mismos: su destino era ser siervos de la gleba como lo habían sido sus padres y lo serían sus hijos. 

Hoy Salinas está conectada por carretera asfaltada con Guaranda y la única choza que queda es un elemento museístico para que las personas que visitan Salinas, que hasta antes de la pandemia eran miles cada año y provenían sobre todo de sectores rurales, vean cómo se hervía el agua para sacar la sal mineral del lugar y aprendan cuál fue el camino que siguió esa comunidad a 3.560 m sobre el nivel del mar, con malos terrenos, clima duro y escasísimos recursos, para salir de la pobreza.

No son las casas de ladrillo y hormigón lo que muestra el progreso: es la gente, que cree en sí misma y, sobre todo, cree en la fuerza de la unión, pues practica una economía en la que se obtienen resultados económicos que se aplican a fortalecer el propio emprendimiento y a obras sociales de beneficio colectivo. Sí, hay capitalismo individual, y a nadie se le niega esa posibilidad, pero el éxito de Salinas es haber practicado consistentemente la filosofía de la economía solidaria, lo que, con su exitoso ejemplo, ha ido sembrando (sobre todo a través del Fondo Ecuatoriano Populorum Progressio, liderado por ese otro voluntario de la Operación Matto Grosso que se quedó a vivir en el Ecuador, Beppi Tonello) un modelo de cooperativas de producción, cooperativas de ahorro y crédito y consorcios microrregionales (como el consorcio lácteo que multiplicó las queserías rurales en Bolívar) por todo el Ecuador rural.

Agradecí al P. Polo y a los salesianos italianos, y lo vuelvo a hacer hoy en estas líneas, por haber hecho del Ecuador su patria y haber trabajado de manera tan consistente, a pesar de los fracasos, que los hubo, y haber demostrado al mundo, y no se diga al Ecuador, que pueden concretarse los sueños. La laguna de que habla el título es una imagen recurrente que une la laguna de Venecia, de donde es el P. Polo, con una laguna en el parque de una casa de formación salesiana en Italia y con la que ha construido el P. Polo en Salinas. Que esos sueños permiten a las personas dejar atrás el huasipungo, la pobreza, el analfabetismo, el alcohol y la desidia y plantearse un futuro diferente, creándolo a través de recorrer un camino certero al progreso: la comunidad organizada.  (O)

10