Sabotaje y bolas
La palabra "sabotaje" se ha instalado en nuestra cultura. Antes, ni se la nombraba. Hoy aparece y desaparece sin respetar su sentido esencial.

Para empezar, recuperemos el significado exacto del término sabotaje. No es cualquier acusación ni epíteto emocional. Se trata de un concepto serio, complejo, profundo e inequívoco. Una acción intencional y deliberada orientada a obstaculizar, dañar, interrumpir o destruir el funcionamiento de una causa, de un programa, de una organización, de un gobierno. Suele involucrar la manipulación de equipos, instalaciones, informaciones....

La palabra viene del francés y se popularizó a fines del siglo XIX en el contexto de las luchas laborales y protestas obreras. Hoy, este significado particular, ha sido superado. Las esferas del sabotaje se extienden a múltiples campos.

El término ha sido colocado en la escena pública ecuatoriana por parte del gobierno. Sobre todo en dos ocasiones concretas. La primera relacionada con la crisis energética. Y la segunda con los incendios provocados.

Durante la crisis energética (aún vigente) la acusación de sabotaje cumplió todos los requisitos: intencionalidad, daño de gravedad, objetivos de destrucción, manoseo de recursos. Una ex ministra fue acusada y le costó el puesto. Se fue por la puerta de atrás. Mucha gente considera procedente y cierta la denuncia... Sigue esperando el desenlace. 

Durante los incendios, especialmente en Quito, se alarmó a la gente con sabotaje y terrorismo. Palabras mayores. Se difundieron noticias y videos de sospechosos. Se habló de incendios provocados, que resultaron ser la mayoría. (Se vio incluso a un taxista pirómano disculpándose y justificando todo por su borrachera). Los incendios provocados se alínean también con un sabotaje: acciones deliberadas, daños cuantiosos, deseos de destrucción, flagrancia. Se acuñó la frase: "Quito bajo ataque". La ciudadanía lo creyó, lo cree todavía... Aún espera la conclusión.

Las autoridades han creado un vacío respecto a los sabotajes.  Las denuncias fueron alarmistas, no por eso menos reales. En el caso de los incendios, se apresó incluso a un par de sospechosos. Y se mencionaron investigaciones y sanciones con todo el peso de la ley. Al poco tiempo y cuando la ira no habían desaparecido, vino el silencio. La palabra se devaluó. Cada vez asusta menos.

Al parecer asuntos tan bárbaros se tramitan a oscuras. La consecuencia: baja de credibilidad en las autoridades (centrales y locales). La ciudadanía veía (ve) una oportunidad inmejorable para avanzar desde los indicios hacia las pruebas y desde las detenciones momentáneas a la exposición de los causantes y su historia y pertenencia, a la prisión ejemplarizadora, a las multas proporcionales al daño. La gente se creyó lo de los sabotajes y el terrorismo. Habrá muchos que lo siguen creyendo. Y merecen respuestas.

Lastimosamente, este estilo, de explotar y luego bajar el perfil, genera suspicacias y desconfianzas. Muchos pensarán: otra vez no ha pasado nada; farfulladas del momento; nos han timado. Los conceptos han perdido volumen y densidad, se han enfriado, han extraviado su sentido de emergencia. Al parecer, nadie está siguiendo estos procesos; quedaron atrofiados. 

Estos episodios lastimosamente nos llevan a ratificar la existencia de un hoyo profundo en las políticas de comunicación. Parecen no existir. Se organizan eventos, momentos comunicacionales, chispazos en las redes, pero se pierde el sentido de proceso, de líneas estratégicas, de oportunidades pedagógicas de la información. 

Y ojo: los vacíos dejados por las autoridades, no permanecen vacíos. Se llenan con las famosas "bolas", práctica generalizada en nuestro medio. Las bolas no son otra cosa que informaciones no verificadas y sin autor definido. Surgen de hechos reales que en el comentario cotidiano se vuelven rumores que se difunden cada vez con mayores distorsiones.

La verdad y la falsedad pierden sus perfiles. Mucha gente las asume como ciertas y en base a ellas realiza sus análisis y toma decisiones. Mientras más débil es la información oficial, más fuertes y extendidas son las bolas.

Resulta oportuno solicitar dos respuestas a las autoridades. La primera, información completa sobre el estado de situación de estos sabotajes. En qué momento están las investigaciones, quiénes son los apresados, qué grupos (en caso de haberlos) están detrás de estos atentados bárbaros, qué medidas de prevención se están tomando....

Y la segunda, más de fondo, delinear por fin una política de comunicación, conscientes de que ella favorecerá a todos los actores, o a casi todos. Al poder, cuya credibilidad se mantendrá y fortalecerá. Y a la ciudadanía que se sentirá más segura, más respetada, mejor atendida. No hay que descartar, sin embargo, que habrá grupos interesados en echar tierra sobre estos acontecimientos. Tenemos de todo. (O)