Regateo
Él regatea, nosotros regateamos, ellos regatean. La práctica del regateo se filtra a todos los rincones. Muestra beneficios y también peligros.

El regateo nos invade y nos identifica. Lo hacemos todo el tiempo. Y más en países no desarrollados como el nuestro, en donde lo informal baña todas las actividades. La esfera de la compra-venta es su escenario predilecto, aunque se lo aplica o extrapola también a otros campos. 

Podríamos definir al regateo como un proceso cultural generalizado de negociación entre comprador y vendedor; proceso en el que ambas partes buscan ajustar el precio de un producto o un servicio. El comprador apunta al precio más bajo que el originalmente planteado, y el vendedor aspira lograr la mayor ganancia posible.

El regateo parte de un supuesto: el precio original no es fijo, puede modificarse. Es un elemento referencial, una especie de autoengaño colectivo. Es un símil de juego y de arte que implica habilidades, paciencia, ingenio, persuasión. Los interesados van acercándose gradualmente a un punto común, generalmente a través del diálogo y la puja. La libertad, la voluntad y la ausencia de condicionamientos son sus insignias.

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Como en toda transacción se establecen límites, en forma explícita o implícita. El vendedor tiene un piso del cual no puede bajarse pues implicaría pérdidas o ganancias insuficientes. Y el comprador tiene un techo del cual no intenta sobrepasarse porque sus recursos no lo permiten. 

En otras palabras, hay líneas rojas que no pueden franquearse porque romperían el acuerdo en ciernes y quebrarían el sentido mismo de la negociación. Si el asunto implica presiones de algún tipo, estamos frente a otros fenómenos: la imposición, el chantaje, la extorsión.

El mundo privilegiado del regateo son los mercados informales, tiendas, ferias de artesanías y manualidades. Y entre los servicios los oficios de operadores: gasfiteros, carpinteros, albañiles, etc.  En ellos los precios no son inmutables. En nuestro país - informal de los pies a la cabeza- las ferias artesanales, son un ejemplo de regateo en grande. A nivel mundial, suele ponerse como referencia los famosos bazares turcos. En ambos casos, comprador y vendedor llegan dispuestos a regatear. Hay personas expertas y novatas en la práctica. Los hombres, por lo general, son más torpes e impacientes para estas aproximaciones. 

El tema del regateo no se queda en los mercados y bazares. Se traslada a muchas escenarios, como el mundo laboral, por ejemplo. La negociación de contratos colectivos son una muestra. En estos procesos, los trabajadores plantean primero las aspiraciones más altas, sabiendo que en el camino puede rebajarse algunas para conseguir las principales. La contraparte -empresas o estado- hacen lo suyo: plantean las mínimas concesiones para empezar las negociaciones... Una pequeña guerra de posiciones.

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Esta práctica de muñequeo se ha trasladado también al mundo de la política, copada por negociadores sin escrúpulos. Aquí se cocinan casos singulares con frecuencia. La búsqueda de un acuerdo parte siempre de aspiraciones desmedidas aceptando que pueden cederse algunos componentes. Suelen intervenir "especialistas" de apoyo para estas negociaciones, que a veces arrancan con trabajo de "lobby" para sondear aspiraciones, posicionar ideas, entibiar las posiciones extremas. Llegar con acuerdos casi listos, es la consigna. 

En estos ejercicios políticos, lastimosamente, las actitudes de los actores políticos -asambleístas en especial- suelen ser reprochables. Los objetivos -beneficios para los ciudadanos- se pasan por el forro. Sobresalen intereses personales o grupales, pequeñas o grandes cuotas de poder. Y se manosean hasta el infinito idelogías y principios. 

Por eso, asistimos a pactos de los montes, pactos que parecen imposibles de lograr frente a los discursos puros. Las líneas rojas desaparecen. Todo vale mientras los intereses particulares prevalecen. El regateo en estas esferas, es una práctica nada inofesinva. Está llena de vericuetos y peligros. El sentido de voluntad y libertad son pisoteados a cada instante. Y los procesos suelen transformarse en intercambio de favores, el "dando y dando", como se conoce. Distorsionan así el sentido constructivo del regateo. 

Las prácticas de regateo van a continuar en nuestros escenarios cotidianos, en la calle y en la política también. Las alternativas que tenemos como ciudadanos no son muchas. Nos queda exigir y dar seguimiento para que los procesos se presenten transparentes y muestren la ética como bandera. Que no sean juegos de ilusionismo, que no predominen los acuerdos rebosantes de mezquindad. Ningún proceso de regateo debe perder su sentido de libertad, de voluntad, de ausencia de presión. Y tampoco atentar en forma abierta o encubierna contra la coherencia, la consecuencia, el valor social. (O)