“Los ocupantes no pueden oponerse a nosotros en el campo de batalla: por eso recurren al terror”, fue lo que dijo el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski este lunes. Se refería a los ataques en el centro de Kyiev y otras 13 ciudades, entre ellas Zaporizyia (sur), Lviv (oeste), Dnipro (centro) o Járkov (noreste), que causaron al menos 14 muertos y un centenar de heridos. Cuatro provincias se quedaron sin electricidad —Lviv (este), Poltava (centro-norte), Sumi (norte) y Ternópil (este)—, según los servicios de emergencia ucranios, y otras regiones sufrieron apagones parciales, los que se incrementaron por nuevos ataques de cohetes este martes. La oleada de misiles, que atacan sobre todo a las centrales eléctricas, a acueductos y a blancos civiles ucranianos (una escuela, un centro cultural, un campo deportivo y hasta un memorial del Holocausto) fue condenada por el G-7, que declaró que se trata de crímenes de guerra y que hará “que el presidente Putin y más responsables rindan cuentas”.
La lluvia de cohetes es la airada respuesta del presidente de Rusia, Vladimir Putin, a la explosión de un camión bomba en el puente de Crimea el sábado, duro golpe a su prestigio y a la logística de sus tropas invasoras las que se abastecen a través de Crimea, la provincia anexionada por la fuerza en 2014.
Ucrania no ha reivindicado esta acción pero ya Rusia ha apresado a nueve personas y considera a Ucrania como responsable. No hay duda de que se trató de una acción audaz y bien planificada contra una obra, orgullo de la infraestructura rusa, que Putin inauguró en 2018 con gran pompa. Esta pareja de puentes (uno ferroviario y el otro automotor) tiene 18 km y une a Rusia con Crimea sobre el estrecho de Kersch. La explosión de este sábado sucedió en la calzada entre Rusia y Crimea, contaminó a siete vagones de tren que transportaban combustible y provocó grandes daños en el puente, incluyendo el colapso de un tramo de su tablero.
El 24 de febrero, cuando empezó la invasión (y cuando también se le planteó al Ecuador la urgencia de extraer a sus ciudadanos que residían en ese país, una operación eficiente y exitosa), el 99% de los analistas consideraban que Rusia derrotaría a Ucrania en cuestión de semanas. Pero no ha sido así. Cinco meses después, en julio, Ucrania recuperó la Isla de la Serpiente, y desde allí ha ido reconquistando terreno hasta que, en las últimas semanas, avances fulminantes le han devuelto la soberanía sobre pueblos, ciudades, nudos ferrocarrileros y miles de kilómetros cuadrados de su propia tierra, recobrándolos de Rusia que los tenía ocupados desde las primeras semanas de la invasión.
Según algunos analistas militares, los misiles que Rusia lanzó este lunes y martes, días 229 y 230 de esta absurda guerra, son misiles no guiados, sin mayor precisión, porque, creen ellos, las fuerzas armadas rusas se estarían quedando sin los más avanzados, los que se orientan a sí mismos a los blancos. También se ha dicho que usó drones iraníes que se autodestruyen al recibir la orden de lanzarse a un blanco (ya se sabía que, en los últimos meses, Rusia había comprado drones a Irán y cohetes a Corea del Norte, otra demostración de los límites que tiene su propia producción y su propia tecnología).
Y aunque Rusia intenta sembrar terror con estos ataques a la población civil, los corresponsales extranjeros también reportan que la población ucraniana está mucho más decidida a luchar por su patria, tiene la sensación de que sus triunfos en las últimas semanas están virando la suerte de la guerra y que el supuesto triunfo contundente de Rusia, que tantos pronosticaban en los primeros días, no sucedió y no sucederá. La conscripción de 300.000 reservistas y la fuga de miles de rusos que no quieren ir a la guerra, son otras tantas muestras de la desesperación de Rusia, que ya ha perdido decenas de miles de soldados (55.000 según el presidente Zelenski en su canal de Telegram) y cantidades ingentes de tanques, carros de ataque y otro material (en parte, nuevo y útil, abandonado por los soldados desmoralizados que huyen despavoridos).
Si Vladimir Putin quería sembrar el desconcierto y minar la moral de los ucranianos, ha fracasado una vez más: su capacidad de resistencia y su deseo de triunfar sobre el invasor parecen más fuertes que nunca. (O)