Razón y fe
El grande yerro de la religión, que ha condenado al culto a ser cuestionado intelectualmente, radica en la reclamación de que la fe se la asuma como resignación frente a propuestas contrarias al discernimiento en lógica.

Cualquiera sea el acercamiento filosófico o teológico en que emprendamos para analizar el tema, en orden a hacerlo, es indispensable contar con suficiente amplitud de mente. El propósito es entender lo que una y otra - razón y fe - representan para el hombre en sus convicciones teleológicas… aquellas de las causas finales. Las pasiones, en su acepción de perturbación o afecto desordenado del ánimo (RAE), son de hecho obstáculos mayores en el desarrollo intelectual de la persona y para su realización como ente pensante. El típico caso del ser anodino, quien jamás superará los prejuicios y manías del hombre masa orteguiano, es el de quien se aferra a ideas preconcebidas, producto de lo que estima debe ser su sumisión irracional a creencias gráciles que impiden recapacitar sobre ellas.

La locución “razón” proviene del latín “ratio”, enunciativo de “cálculo” o “proporción”, que en función del sufijo “tio” es indicativo de una acción o efecto. Por su parte, “fe” deriva del latín “fides”, a su vez del griego “pistis”, significando “lealtad” o “confianza”. Sin ir más allá de la etimología, referirse a la razón es enfrentar un proceso inductivo que equilibra y compensa la idea de algo con la cognición erudita. La fe, por el contrario, está asociada a Fides y Pistis, personajes mitológicos representativos, junto con la diosa griega Elpis, de la mera esperanza, que como tal es expectación sobre un algo incorpóreo.

En términos kantianos, la razón es la facultad cognoscitiva superior. Sin embargo, tiene también una faceta restringida siendo que, según Kant, el conocimiento “puede” comenzar por los sentidos, continuar en el entendimiento y culminar en la razón. No perdamos de vista al desenvolvimiento de las dos razones del de Königsberg: la razón pura y la razón práctica. De conformidad con estas consideraciones, el hombre está llamado a aplicar juicio en todas sus manifestaciones tanto de intención por familiarizarse con el saber, como de aplicarlo en exposiciones factuales. La fe es, por su lado, un convencimiento que sin estar amparado en verdades conocidas sí que ayudan al ser humano a explicar aquello de lo que anhela convencerse.

La fe que por ahora nos interesa, dada su trascendencia filosófica, es la de los hombres en su proyección de creyentes en un ser “divinamente” superior a ellos, lo cual en lógica es inicio viciado. No es que reneguemos de un dios, pero que es necesario poner el tema en su real contexto. Para la religión católica en particular, la trama tomó cuerpo con Tomás de Aquino. Remitiéndose a Hebreos 11,1 (Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.) entiende que la fe es un hábito de la mente. Hábito con base en el cual la inteligencia se sustenta en cosas o creencias intangibles. De allí que para Tomás al ser el “entendimiento más cierto que la ciencia… no puede haber ciencia y fe sobre una misma cosa”. Aquí radica nuestra objeción pues se intenta otorgar a la fe un alcance mayor que la razón, lo que en raciocinio es impresentable.

El teólogo que fue J. Ratzinger, una vez convertido en papa, se expresaba en el sentido de que la fe en su naturaleza es la “relación con el Dios vivo… que abre nuevos horizontes más allá del ámbito propio de la razón”. Puede así apreciarse que Benedicto XVI aboga por una aproximación teológica a, y de, la razón subordinada a la fe, lo cual es cuestionable en lógica. Llega a tal conclusión como consecuencia de sus tempranas aseveraciones que patrocinaban la correspondencia complementaria entre razón y fe. Para nosotros, al estar la razón ligada a la inteligencia, no cabe sujetarla a la fe mística, que es virtud etérea normalmente ajena al intelecto. La inteligencia obliga al hombre a razonar, cualquiera sea su concepción de un dios. Claudicar ante la irracionalidad es aceptar imposiciones que manifiestan afrenta a la libertad y la dignidad.

En el empirismo, y en específico para J. Locke, la razón es el descubrimiento de la certidumbre y de la probabilidad de las verdades que la mente alcanza por medio de la deducción, en todo caso partiendo de ideas adquiridas por el ejercicio de sus facultades. Para el filósofo, a la inversa, la fe es el “asentimiento que otorgamos a cualquier proposición que no esté fundada en deducción racional, pero sobre el crédito del proponente”. 

En consecuencia, quien en temas de creencias se guíe por la fe no debe pretender imponer esos juicios como certezas, pero como simples enunciados teóricos sujetos siempre a cuestionamientos sensatos. El grande yerro de la religión, que ha condenado al culto a ser cuestionado intelectualmente, radica en la reclamación de que la fe se la asuma como resignación frente a propuestas contrarias al discernimiento en lógica. (O)