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PLAZA GRANDE QUITO
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Quito es la paradójica mezcla que expresa y concilia el encuentro de dos culturas, y es el escenario por el que ha desfilado el poder, sus protagonistas, y el hombre común que, desde su grito o desde su silencio, desde la sumisión o desde la obediencia, desde el dolor o la alegría, se atreve con la verdad, se reconoce en las piedras históricas, busca la paz en la penumbra de las iglesias.

29 Noviembre de 2024 12.09

Quito es el testimonio de la Colonia, ese largo y complejo proceso que articuló la hispanidad y moduló lo autóctono. Quito es también la expresión histórica de los avatares políticos de un país que aún pugna por encontrarse y por descubrir el argumento que vincule a una sociedad en la cual blancos, indígenas y mestizos viven juntos sin reconocerse del todo. 

Quito es una arquitectura de conventos y de iglesias, de casas coloniales y republicanas, asentada sobre el paisaje sinuoso de la cordillera. Quito está hecha de su gente, de sus cuestas y calles de vieja traza medieval.  Expresión de la ciudad vieja son los balcones y zaguanes que dieron rostro y personalidad a las casas, y son los patios que marcaron la vida hacia adentro, en el recato de cada familia; son las celosías y los aldabones. Quito es la sobriedad de San Francisco y el barroco deslumbrante de la Compañía, es también la severidad de La Merced y la talla distinta de Santo Domingo. Es la Sala Capitular de San Agustín, son los altares y los púlpitos, y los artesonados y las pinturas. El centro histórico nació de la inspiración española cuajada en ciudad andina por la mano de obra nativa; es el dibujo del fraile europeo que se tradujo en altar gracias al artesano que manejó la madera y cinceló la piedra. Nació la capital del adobe y de la teja, del carrizo y el bahareque. Y ha prosperado después en el cemento y el cristal, en el rascacielos ostentoso y en la casa humilde.

Ni el imperio español ni el Incario. Ni nativos ni forasteros. Quito y los quiteños son el Nuevo Mundo que nació de la confrontación de dos culturas y del abrazo de seres distintos. Quito es el resultado de ese encuentro bélico unas veces, doloroso y trágico, y amoroso otras. Además, Quito, desde los días de su fundación, es el rostro de la República en ciernes, es el espacio del poder y el sitio de encuentro y de desencuentro de las fuerzas, las ambiciones, los heroísmos, las alegrías y las tragedias, que hicieron posible que se articule la Real Audiencia, primero, la Gran Colombia, después y, finalmente, este espacio de identidad que se convirtió en el punto de equilibrio del antiguo Departamento del Sur, y que después de la precaria vida de la Gran Colombia, se convirtió en la capital de un país.

A Quito se la distingue por el predominio de la arquitectura religiosa, testimonio único en el mundo. Sin embargo, no menos importante y monumental ha sido, y es la Plaza Grande, como escenario del poder. La Plaza Mayor es la faceta política de la ciudad. En el tiempo ya remoto de la Real Audiencia, por allí transitaron los gobernantes españoles, los revolucionarios de las alcabalas y de los estancos, los marqueses criollos, los doctores y los soldados; transitaron los frailes y los hacendados. Junto a la Plaza Mayor nació, vivió y conspiró Manuela Cañizares; sus piedras fueron escenario de la vida y de los desvelos de Eugenio Espejo, Manuela Sáenz y Juan Pío Montufar. El 2 de agosto de 1810, en los calabozos cercanos al Palacio de Carondelet, fueron masacrados los tempranos pensadores de la libertad. Allí murió buena parte de la élite quiteña y mucha gente del pueblo.

En Quito se proclamó la constitución de 1812, antecedente de la República y paradójico documento en que se mezcla el incipiente pensamiento liberal con la rancia tradición católica. En Quito se radicó el poder del Departamento del Sur después de la batalla de Pichincha. Por sus calles transitaron Carlos Montúfar, Bolívar y Sucre, Juan José Flores y las tropas colombianas. En Quito se vivió la euforia de los días de la independencia, la instauración de los primeros despotismos y de los iniciales ensayos del pensamiento libre. En Quito se editó "El Quiteño Libre", y allí fueron ejecutados sus mentores, a manos de los déspotas 

En esa ciudad católica y conventual cayó asesinado García Moreno aquel 6 de agosto de 1875, que partió en dos la historia de la República. En sus calles ocurrió el arrastre y muerte de Eloy Alfaro. En una de sus casonas, el crimen político cortó prematuramente la vida del general Julio Andrade.  En los balcones de Quito se forjó el verbo apasionado de Velasco Ibarra. En la Plaza Grande se concentró el pueblo de la "Gloriosa", aquel mayo de 1944. En Quito se forjaron las precarias constituciones de una República que no termina de encontrarse. La ciudad fue el escenario de los golpes de Estado, de las dictaduras, y de las rebeliones que concluyeron con los mandatos de populistas vestidos de demócratas. Flameando banderas, la gente volvió por sus fueros en febrero de 1997 y en abril de 2005. Desde el balcón del palacio de Carondelet la gente escuchó las arengas para defender la frontera, y escuchó también el discurso que, desde siempre, ha enhebrado el poder, el que ha construido el espejismo de las redenciones y las frustraciones de la participación popular.

Quito ha sido el centro político y la cara visible de la República. En sus calles y balcones se han diluido las ilusiones del cambio; se han destruido las esperanzas de la gente y se ha edificado la fe en las libertades y la certeza de que, desde los tiempos coloniales, el progreso está en su gente.

Quito es la paradójica mezcla que expresa y concilia el encuentro de dos culturas, y es el escenario por el que ha desfilado el poder, sus protagonistas, y el hombre común que, desde su grito o desde su silencio, desde la sumisión o desde la obediencia, desde el dolor o la alegría, se atreve con la verdad, se reconoce en las piedras históricas, busca la paz en la penumbra de las iglesias, o en la luminosidad de cualquier mañana con sol en la Plaza Grande. (O)

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