Es común escuchar que Quito se beneficia en muchos sentidos por ser la capital del Ecuador, o que su economía se basa en la burocracia que alberga al ser centro político del país. La verdad sea dicha, más allá de la gran responsabilidad que representa como ciudad ser la sede donde residen el gobierno central y todos los órganos supremos del Estado, el ser capital nacional tiene también sus bemoles.
Por su condición política y capitalina, históricamente Quito ha sido testigo y víctima de revoluciones, revueltas y manifestaciones que han terminado en agresiones, ataques y atentados que afectan a su población, infraestructura, economía, patrimonio y ornato. Es un costo alto y desgastante, tomando en cuenta que es una ciudad pacifica y dinámica, situación que se ve interrumpida por acontecimientos que por lo regular, y más aún en estos tiempos, han sido largos, dolorosos y sobre todo violentos. Las manifestaciones, por más que sean de legitimo derecho, se han convertido cada vez más, en un espacio de irrespeto y agresión a los quiteños, acompañadas de destrucción de su espacio público, patrimonio y propiedad privada.
Muchas veces son pequeñas fracciones de nuestra sociedad que con el auspicio de alguna ONG lejana a nuestra realidad y amparadas por derechos humanos hechos a la medida para minorías, atentan contra la capital. Parecería que su trofeo son sus destrozos. Sin embargo, al terminar la protesta, nadie se hace responsable ni repone los daños, y vuelven una vez más los quiteños, con gran paciencia y civismo, a pintar sus paredes, a rehabilitar sus parques, y a reconstruir sus negocios. Por lo regular el balance final es un saldo rojo por las perdidas ocasionadas, pero que en la práctica, los causantes nunca las asumen.
La capital de los ecuatorianos, siempre democrática, acoge a estas manifestaciones. Sin embargo en más de una ocasión, ha debido reaccionar en su defensa, que muchas veces termina siendo la de todo el país. Es un gran mérito como sociedad, y podría hasta ser un caso de estudio, ya que a pesar de que haya ausencia de líderes, Quito se auto convoca, se organiza y responde con altura a estas embestidas. Se puede decir que a falta de líder, la ciudad en sí, tiene su liderazgo propio, y el defender la institucionalidad, el orden constituido, la democracia y la libertad, está en el ADN de los quiteños.
Es importante desmitificar la aseveración injusta de que Quito vive de la centralidad y su burocracia. Es evidente que su condición de capital incluye la administración de la cosa pública y sus recursos centrales. Sin embargo el dinamismo económico de Quito va mucho mas allá, con industria, comercio, agricultura, construcción, turismo, servicios y academia. De hecho y de acuerdo a cifras oficiales, la capital del Ecuador aporta con el 25% del PIB nacional, y concentra el 30% empresas del país. Representa el 35% de las exportaciones nacionales de manufactura y valor agregado, y el 20% del total de las exportaciones no petroleras. Maneja el 21% del comercio interno ecuatoriano con el 43% del total de las ventas nacionales, y el 52% del impuesto al patrimonio de personas naturales del Ecuador, se recauda en Quito. Adicionalmente, el 35% de las universidades del Ecuador está en la capital.
Quito, ciudad en la que se gestó la libertad latinoamericana, acoge siempre con generosidad y solidaridad a todos. Eso no significa que sea tibia y tolerante ante la anarquía, tiranías, falsos caudillos, caos o el desgobierno. La capital de los ecuatorianos, seguramente una de las más bellas del mundo, con sus problemas y maltratos, es un referente de resiliencia que se levanta y reconstruye luego de cada abatida. Es el costo de ser la capital nacional. ¡Con cuánta valentía, en su historia muy noble y leal, ha sabido llevar tan alta dignidad! (O)