Comparar ciudades es tan absurdo como inevitable, aunque las conclusiones sean siempre elementales, injustas y provisorias. Al final del día, cada ciudad tiene su proceso y para eso los habitantes eligen alcaldes y los municipios contratan urbanistas con el fin de resolver los problemas más elementales de cada localidad.
Sin embargo, luego de las elecciones presidenciales, hubo mucha gente que expresaba su agradecimiento en redes a los serranos, marcando una diferencia con el electorado de la costa. Eran afirmaciones sin ningún análisis profundo basado en el lugar donde Daniel Noboa ganó -y también dónde perdió-. Pero esta comparación carece de todo sentido porque demuestra prejuicios geográficos producto de la falta de entendimiento de las realidades de cada zona. Los de la costa y los de la sierra eran estigmatizados, cada cual a su manera, con generalizaciones vanas que, a mi entender, no son correctas.
Me detengo porque tengo que hacer una declaración para entender lo que viene más adelante: soy quiteñoffff, hincha del Deportivo Quito, de arrastrar las erres como buen serrrrano y de los que juegan cuarenta. Por circunstancias de la vida, como nos ha tocado vivir a muchas personas, dimos con nuestros huesos y los de mis hijos en Guayaquil. Una ciudad calurosa que nos recibió con los brazos abiertos. Si bien todo cambio es difícil, entendimos que era un buen lugar para vivir. Donde la gente es muy cordial y, a mi entender, sabe vivir mejor.
Sin embargo, son mundos completamente distintos en un país muy pequeño y tremendamente diverso. A veces no nos damos cuenta de que esa es una de nuestras verdaderas fortalezas. Ese intercambio y diversidad hace que seamos un país de muchos colores. A pesar de que siempre hay algún troglodita regionalista, lo más valioso que tenemos es justamente las diferencias.
Somos tan distintos que, si han conducido un vehículo en ambas ciudades es fácil entender lo que digo: en Guayaquil manejas por una avenida de tres vías, pero los conductores se dan modos para convertirla en una calle de cinco carriles. Si quieres ir a la derecha, solo es cuestión de lanzar el vehículo porque el de atrás frena y da paso. No existe el uso de direccionales y es poco frecuente el uso de la bocina. Es bien raro (no imposible) encontrar calles señalizadas, por lo que es difícil apreciar si tienen líneas en el piso. No se pintan porque no hace falta y, a pesar del desorden, todo fluye. En cambio, el mismo conductor en Quito maneja en una calle de tres vías y a nadie se le ocurre hacer una cuarta. El conductor, de manera ordenada y aburrida, solo va por su carril. Si tienen la atrevida intención de cambiarse de vía, no solo que usa direccionales, sino que es común que el vehículo que va atrás acelere para no dejarle pasar. Es una condición muy particular ya que viene acompañado de pito y casi siempre, algún tipo de insulto. El serrano y el guayaco respetan, a su manera, las señales de tránsito. Manejar en Guayaquil es mucho más desordenado y desprolijo, pero funciona. Eso fluye porque así es la sociedad. Se mueve en esa jungla y sobrevive. En cambio, en Quito la gente maneja de manera más ordenada, respetando las líneas que están en la calle. Y está bien también porque también fluye. Cada cuál a su manera. Ni mejor ni peor. Sin duda hay excepciones, pero casi siempre es así. Es algo exagerado lo descrito, pero no tanto.
El actor Andrés Crespo sintetizó con exactitud el ser guayaco con su famoso ¿dónde?, al comparar con la forma de ser de los serranos. En ese mismo diálogo de ese programa Castigo Divino salen otras perlas que han sido opacadas por la fuerza del dicho que vale la pena volver a verlas y que no voy a transcribir este momento. Sin embargo, ¿qué es mejor? Ninguno. Solo son distintos. Se debe aprovechar las ventajas de ambos y aplicar a lo cotidiano: en las empresas, los gobiernos, los políticos, los amigos, etc. Si necesito implementar un plan estratégico urgente y rápido, quizás sea mejor contratar a un costeño. Pero si quiero implementar un proceso de detalle y necesite ir paso a paso para que no se escape nada, es probable que contrate a alguien de la sierra. No existen absolutos. Sin duda hay gente muy rápida y sagaz en la sierra y otros meticulosos en la costa, pero la cultura, la región, el clima, los genes, los diversos etc. que se producen, condicionan particularmente a las sociedades y las vuelve más o menos ricas. La riqueza de las diferencias.
Por eso, saquemos provecho de la diversidad, que no es mala. Es cuestión de saber entenderla. Gastón Acurio decía que nada malo nos ocurre, solo pasan cosas buenas, cuando abrazamos nuestra diversidad. Pues eso. (O)