Esta es la República de la irresponsabilidad.
Nadie asume las consecuencias de sus actos dañosos, de su violencia o de sus omisiones. Al contrario, se ufanan de sus tropelías y de sus abusos, de su osadía y de sus desplantes. O se inventan excusas. Son las formas de los nuevos heroísmos, y son el veneno de la convivencia y de la paz.
Así no se hace ninguna transformación, así solo se retrocede, así se empantanan y se marchitan las ilusiones y los esfuerzos, así crece la pobreza y mueren las instituciones y las certezas.
¿Quién responde?, ¿quién da la cara?
¿Quién se hace cargo de los daños, de las angustias, de nuestros silencios y de nuestros gritos?
¿Cómo pueden aspirar a que se les reconozca alguna legitimidad los que encabezaron las turbas, y los asesores de tantos excesos, y los inventores de semejantes estrategias?
El país está dolido, angustiado, marcado por tanta violencia, está confundido; y estamos dudando de si éste es un espacio de convivencia, de si somos República, o si es apenas un precario y simple escenario de los excesos, la politiquería y los malabarismos.
¿Qué somos, quiénes somos? ¿Enemigos o paisanos, hermanos en un solo destino o adversarios en los intereses y los egoísmos?
Tenemos que restaurar la fe. Será dura la cuesta que habrá que trepar y los dolores que deberemos asumir.
El poder, por su parte, tiene el gran desafío de restaurar la confianza de los que creyeron, de los que sembraron, de los que hicieron las cosas con honradez y sacrificio, de los que dieron empleo y de los que trabajaron, y de todos los que vieron esfumarse sus ilusiones entre la violencia, el griterío y los incendios.
El poder tiene el desafío.
Nosotros, quienes vivimos del trabajo, tenemos la tarea de seguir, de cerrar nuestra mano en otra mano, de abrazar al otro, de no empuñar los garrotes, de no ofender. Tenemos, sí, el deber de pedir, de exigir justicia, certeza, paz. Un poco de sensatez y algo de claridad.
Habrá que procurar, pese a todo, que volvamos a ser UN país, sí, un solo país en el que nos reconozcamos todos, en el que apostemos otra vez a ser solidarios, respetuosos, tolerantes. En el que ensayemos nuevamente la democracia, la tolerancia, la legalidad, la razón. Un espacio, nuestro espacio, del que queden desterrados la violencia, la intransigencia y el odio.
Lo de estos días ha sido la pesadilla que nunca debió ocurrir. Ojalá sea solo un mal sueño. Ojalá despertemos otra vez mirando nuestra cordillera, sintiéndonos en casa, embarcados en el mismo destino.
Ojalá sea así. (O)