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Lo fácil es pedir al estado que controle todo y que garantice la seguridad en el país, pero qué deberíamos hacer nosotros, cómo colaboramos es la pregunta del millón.

16 Noviembre de 2022 17.01

No tienen idea cómo extraño y recuerdo los años ochenta y noventa.  Los amigos, la música de esos años, las reuniones, las fiestas, una que otra discoteca por ahí, que cuando no teníamos para pagar hasta nos fiaban, los partidos de indor fútbol de los sábados, ir al estadio Atahualpa los miércoles por la noche o el domingo y pedirle al Quinde un sabio de las canchas, unas cervezas para el calor y un fuerte para el frío. ¡Qué épocas! Salías del Atahualpa y lo máximo que te pasaba es ver y oír una bronca entre los hinchas, eso sí bien bravos e insultadores, pero nada más. En las fiestas de Quito unos chispos bronquistas cantando y los guambras peleando entre ellos, pero todo esto sin mayores consecuencias. Quizás era feo y desagradable para la época, pero sin armas ni disparos. Salías de las farras en la casa de los “panas” y todo era tranquilo, llegabas a tu hogar en paz, sin temores, sin que nadie te persiga para robarte. Y sobre todo no había celulares, imagínense sin celular, ¡qué maravilla, que época!

Viajabas a Esmeraldas sin sustos, podías dormir en carpa en Atacames o Tonsupa, qué maravilla, lo máximo que te podía pasar es que te piquen los moscos. Comías donde se te ocurría y todo era rebueno. Si querías ir un poco más lejos, Manabí era el destino, Bahía o Canoa, San Jacinto, San Clemente, Crucita y luego Manta. Qué paseo mas bueno, qué lujo de playas, ¡qué gente, qué comida! Y todo en paz, sin temores ni preocupaciones y, sobre todo, y nuevamente sin celulares. Si querías llamar a casa para saber cómo está tu familia, buscabas un Andinatel y por poquísimos sucres te metías en un cubículo y la operadora te conectaba con tu casa. Buenas tardes atienda la llamada, siga por favor, hablen, hablen… qué tiempos más buenos.

Qué buena época, no como ahora que da un miedo todo. Antes era más bonito o tranquilo, o qué se yo. 

No tenías que reportarte cada momento para tranquilizar a los tuyos, ¿dónde estás?, ¿si ya llegas?, que tengas cuidado por donde caminas, ¡no parquees por ahí que no es seguro!, si te vas al cine que vayas a un centro comercial para evitar sustos. Vendrás temprano que no duermo hasta que llegues o me llames, con esto nadie descansa, qué desastre otra mala noche. Si te vas al fútbol escoge bien el estadio para que no te metan la mano y saquen la billetera que no tiene mucha importancia, solo te vas a demorar tres meses en sacar la cédula y la licencia y eso con paciencia, y sobre todo el celular que te cuesta reponerlo y que además tiene toda tu información, desde las cuentas de los bancos y claves de tarjetas de crédito hasta los teléfonos de la ex. Tienes todo, pero hay una ventaja: compras otro teléfono, recuperas los datos de la nube y vuelves a la vida.  

Cómo ha cambiado nuestro país en estas décadas, hoy ya no puedes viajar a la costa sin que vayas muy prevenido, buscando donde dormir seguro, comiendo con una mano adelante y otra por detrás por si acaso y con los ojos en el celular para que no camine. No es broma. ¿Cómo haces turismo en las ciudades de la costa? Si con solo ver los noticieros y los periódicos no te arriesgas a visitarla.

¿Qué nos ha pasado? Ciudades con toque de queda, estados de excepción a cada rato, muertos por sicariato todos los días, robos a diario. Qué desastre, ¿Qué hacer frente a este fenómeno?

Lo fácil es pedir al estado que controle todo y que garantice la seguridad en el país, pero qué deberíamos hacer nosotros, cómo colaboramos es la pregunta del millón. Ayuden a pensar queridos lectores.  (O)

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