La planta de coca, sembrada en los Andes, es la materia prima para una de las drogas más rentables del mundo. En la década de 1970, este polvo blanco viajaba desde Colombia por barcos, aviones y submarinos a suelo estadounidense. Pero, no era la única demanda. En Europa, en menores cantidades, esta sustancia también cruzaba el charco para llegar a nuevas fosas nasales. Es allí donde los puertos sudamericanos jugaron y juegan un papel esencial, gracias a sus extremadamente útiles containers.
La corrupción en el puerto de Guayaquil sembró la semilla del conflicto armado que vivimos hoy en día. Antes, nuestra pequeña nación no levantaba miradas en los controles fronterizos porque todavía no nos habían fichado como sospechosos y como las frutas de exportación eran perecibles necesitaban cruzar de forma rápida las fronteras. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (F.A.R.C) monopolizaron esta ruta por un largo tiempo sin ningún competidor a la vista, ya que contaban con 10.000 operativos armados y 50 años de experiencia en conflicto. Esto explica por qué el número de muertes por cada 1.000 habitantes era más bajo en Ecuador con respecto a nuestros vecinos, generando la ilusión de 'Isla de Paz'.
Al principio de la década de los 2000, la demanda de cocaína en los EE.UU. cayó sostenidamente y se estancó debido a varias razones. La primera fue que los usuarios gringos comenzaron a consumir otras drogas como la heroína, la metanfetamina y los opioides sintéticos. La segunda razón fue que las rutas entre Colombia y EE.UU. se reforzaron, por lo que los nuevos puntos se trazaron a lo largo y ancho de México por tierra, lo que les dio a los carteles mexicanos el dominio absoluto del mercado.
Sin embargo, el mercado yanqui era un espacio limitado para seguir creciendo, por lo que los ojos del crimen organizado voltearon hacia la demanda europea que todavía tenía mucho espacio para crecer. Con la caída del Muro de Berlín y el final de la 'Guerra Fría', el capitalismo, de la mano de la cocaína, empezaron a viajar al este en búsqueda de nuevas oportunidades de negocios. Para tener una idea, se estima que, en 2012, las pandillas podían vender 1 kilogramo de cocaína en Estados Unidos por US$ 29.000, mientras que en Europa se podía conseguir hasta por US$ 90.000.
La mafia italiana fue la primera en entrar en el juego, luego llegaron las pandillas holandesas, seguidas por las bandas balcánicas (particularmente las albanesas). En 2010, estas organizaciones criminales crearon nuevas rutas a Europa para inundarla con esta droga, lo que produjo un aumento espectacular en la demanda. Como respuesta a ello, los agricultores latinoamericanos tuvieron un mayor incentivo económico para sembrar plantíos de coca en sus campos. Convirtiendo a la 'Perla del Pacífico' en una de las rutas más lucrativas del mundo.
Posteriormente, las charlas de paz entre las F.A.R.C y el gobierno colombiano dejaron un vacío de poder en la región que se llenó rápidamente por bandas ecuatorianas, respaldadas por grupos criminales europeos y mexicanos que proporcionaron financiamiento, personal y armamento pesado. A partir de este momento, la caída hacia la espiral de violencia fue inminente. La escalada de las pandillas llevó a que, en Ecuador, la tasa de homicidios creciera en un 200 % en 2022. Más de la mitad de estos asesinatos se cometieron en las provincias que rodean el Puerto de Guayaquil (Guayas, El Oro y Manabí).
Pero, nuestro país no es el único con este problema. 18 de los 21 países latinoamericanos son considerados por la ONU como una fuente principal o un importante punto de tránsito de cocaína. Mientras las fronteras se fortalecen, las bandas de narcotraficantes se están adaptando, forjando nuevos trayectos por países como Chile, Paraguay, Uruguay, Costa Rica y el Caribe.
Mientras al otro lado del mundo, las narices europeas exijan, con cada vez más frecuencia, la producción de cocaína, la oferta de nuestros países y la violencia solo seguirán creciendo. Legalizar el consumo en la Unión Europea es la única forma de acabar con la violencia en suelo latinoamericano. Si los países productores o de tránsito, como nosotros, tenemos que tragarnos el terror del día a día, lo menos que deben hacer los países consumidores es empezar a discutir el camino hacia la regularización de un mercado que, con cada inhalada, crece más grande y fuerte. (O)