Me entero con preocupación y sorpresa que numerosos cantones de Ecuador volvieron a cerrar las escuelas ante el aumento de casos.
En este artículo se repasan algunos de los enormes costos que implica esta medida.
Los costos educativos, sociales, psicológicos que recaen sobre la población menos afectada por el COVID 19 y, sin embargo, la más castigada por los políticos en todo el mundo. En Argentina, por ejemplo, entre marzo 2020 y junio 2020, los niños debieron permanecer encerrados en sus hogares sin siquiera poder salir a pasear. No alcanza el justificativo "en ese momento no se sabía mucho del virus": salvo el norte de Italia, parte de España y Portugal, ningún país desarrollado y occidental encarceló a los niños en sus domicilios tanto tiempo. Argentina batió el récord mundial: 90 días en la Ciudad de Buenos Aires y 120 días en la Provincia de Buenos Aires.
Ahora repasemos la historia de las escuelas.
Entre marzo y mayo 2020, casi todos países -menos Suecia- decidieron cerrar las clases presenciales: se temía que los niños fueran los propagadores del C-19, tal como sucede como con otros virus respiratorios. Lo absurdo es que, presas del pánico, las clases se cerraron también en provincias que habían cerrado sus fronteras y no registraban casos positivos: ni uno solo. Así se perdió casi un semestre. En mayo, superada la primera ola invernal en Europa, distintos países retomaron la presencialidad en forma escalonada. Ni en Holanda, ni en Francia, ni en los países escandinavos ni en Reino Unido, la reapertura parcial de clases generó más casos. Ante esa evidencia empírica, todo Europa alineó su compromiso de cara a la segunda ola: "Las escuelas serán lo primero en abrir y lo último en cerrar", resumió Angela Merkel.
Y así fue. A medida que la segunda ola avanzaba, el compromiso político por y para la educación se mantenía vigente. Solo se volvieron a cerrar, entre noviembre 2020 y marzo 2021, cuando los semáforos epidemiológicos marcaba cifras récords. Y se cerró por no más de dos semanas. Lo que quedó claro es que los niños no eran, como se suponía en marzo 2020, los propagadores del virus.
Las clases virtuales distan de ser efectivas tanto por el proceso de aprendizaje, como por las limitaciones técnicas o coyunturales. Por un lado, en América Latina, las restricciones de conectividad o cantidad de dispositivos por hogar. Y por el otro, nueve de cada diez niños menores de doce años requieren asistencia de un adulto para conectarse, aprender y estudiar. Y, por supuesto, son pocos los hogares donde los adultos no deban trabajar y dispongan del tiempo de ser docentes paralelos. Los padres, y en especial las madres, son por cierto, héroes de esta pandemia.
Además de los enormes costos en la educación, las clases virtuales aumentan los casos de violencia doméstica, abuso infantil, deserción escolar y tienen un impacto psicológico negativo en niños y adolescentes. Aumentos de casos de depresión, trastornos de alimentación, de comportamiento, alergias tópicas, son algunas de las consecuencias del encierro y el abandono de las clases presenciales.
El compromiso de priorizar la educación como una actividad esencial se fijó en Europa antes de las vacunas. Es decir, cuando aún no existían las vacunas, la evaluación de costo (sanitario) / beneficio (educación) llevó a los países desarrollados a abrir las escuelas y ya no cerrarlas.
Los niños, también antes de las vacunas, no sufrieron por el Covid. Incluso la Influenza tiene tasas de mortalidad más altas que el C-19 en niños menores de 3 años. ¿Se contagian? Sí, pero la inmensa mayoría sin síntomas o con síntomas leves. ¿Contagian? Sí. Los adolescentes tanto como los adultos, los niños menores de doce años, se estima que la mitad. ¿Son los vectores centrales del virus? En absoluto. Las escuelas no son un ámbito de contagio mayor a otros. Pero lo más importante: estamos en febrero 2022 y en numerosos países, la vacunación con dos dosis llega casi al 100% en población de riesgo (Mayores de 70 años o pacientes con comorbilidades) y al 80% de la población total. Vimos como todo este invierno en Europa y aún así, el verano en Argentina (sin escuelas por vacaciones), los casos de multiplican exponencialmente sin mayor impacto en los sistemas de salud: hay que dejar de contar casos, ya no tiene ninguna utilidad. Lo importante sin duda es evitar la saturación del sistema de salud. Ni la variante Delta ni la Omicron lo han hecho en Europa ni lo están haciendo en la Argentina donde hay más de 150 mil casos diarios pero la ocupación de las camas de terapia intensiva continúan en menos del 50 por ciento. Las vacunas aún son malas para evitar el contagio pero son muy efectivas para disminuir drásticamente hospitalizaciones y muertes. Como ejemplificó el presidente Lasso: "En 2021 morían 43 personas cada mil contagiados, hoy no llega ni a uno", y puntualizó que "estamos ante una variable controlable que no llega ni a saturar los hospitales". Sin embargo, Guayaquil anuncia estar al borde del colapso. El punto es ¿qué se cierra en ese contexto? Lasso descartó el regreso al confinamiento. ¿Pero no deberían ser las escuelas lo último en cerrar? Se comprende la intención de proteger también la economía: ¿pero los centros comerciales, los restaurantes al 50%, los cines con aforo, deberían tener prioridad antes que las escuelas presenciales donde más del 82% de los niños mayores de 5 años ya recibieron las dos dosis?
Los países desarrollados comprendieron hace tiempo que las clases presenciales son claves. En Argentina, recién volvieron parcialmente a fin de 2020. En su momento entrevisté al ex ministro de Educación (debió renunciar por su pésima gestión) y llegué a preguntarle más de diez veces si abrirían totalmente las escuelas en marzo 2021: siempre respondía algo distinto. La presión de algunos medios y sobre todo de actores sociales como la agrupación @padresorganizados que se ocupó de reunir evidencia científica ignorada por los "expertos" asesores del gobierno nacional y finalmente encontraron eco en el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El hashtag #abranlasescuelas fue tendencia y sumó adhesiones masivas. Este grupo de padres se originó en las redes sociales y convocó a amas de casa y profesionales de diversas actividades que a su vez contaron con apoyo de médicos y especialistas de la salud. Victoria Baratta, historiadora, compiló toda la evidencia científica disponible en un libro, "No Esenciales, la infancia sacrificada". Parte de esa evidencia, se puede encontrar también en este sitio inglés que recopila meta-análisis sobre literatura pediátrica y Covid 19 y no sólo "Papers aislados": copiar y pegar publicaciones aisladas para fortalecer algunas posiciones y ocultar otras, fue una de las tendencias mediocres reflejadas en las redes.
Los sindicatos más poderosos también fueron un obstáculo para reiniciar las clases. Distintas encuestas post elecciones legislativas en Argentina, concluyeron que el cierre desmedido de escuelas fue una de las razones por las que el peronismo tuvo su peor resultado electoral desde el inicio de la democracia en 1983. Se estima que más de un millón de chicos abandonaron la escuela en Argentina.
Ya en mayo de 2020 el periodista John Carlin, resumió lo que se veía por delante: "La gente tiene miedo de contagiarse, los políticos tienen miedo de pagar el costo y los medios tienen miedo de cuestionar el miedo". Casi dos años más tarde, #abrirlasescuelas es una necesidad urgente. (O)