¿Por qué es tan cara la educación en Quito?
Si pensamos en los 14 años de formación en uno de los colegios “más top” de la Capital, el monto supera con facilidad los US$ 120.000, casi cinco veces lo que cuesta una carrera completa en una universidad promedio. ¿Quiénes acceden a esto tienen más posibilidades de brillar? ¿Por qué no existe una educación pública que elimine estas barreras?

El inicio de clases siempre genera emoción e incertidumbre, sobre todo en los padres que tienen que rebuscar en sus bolsillos para comprar útiles escolares o uniformes y pagar las pensiones. La mayoría busca la mejor educación para sus hijos, pero qué pasa cuando el dinero no alcanza o no es suficiente. En mi caso, me gradué en uno de los mejores colegios fiscomisionales, en esa época, de Riobamba, con una pensión mensual de US$ 35. ¿Tuve la mejor educación? Llegar a la universidad me demostró que tenía varias falencias, algunas fueron corregibles como los idiomas, pero siempre pienso que mis opciones estuvieron limitadas por el desconocimiento. 

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Esto me invita a pensar sobre la brecha que existe entre la educación de provincias pobres como Chimborazo y la de ciudades principales como Quito. Me invita a pensar en que los niños y las niñas que estudian en las 492 instituciones estatales, las 53 fiscomisionales y las 35 municipales no tienen las mismas oportunidades de formación que aquellos que están en los 846 planteles privados de Quito. Más de la mitad de estudiantes de esta ciudad asiste a escuelas y colegios fiscales. Una situación que se replica a nivel nacional y también en la región Sierra, donde existen 361.000 planteles fiscales, 25.000 fiscomisionales y 23.000 municipales, en comparación con los 173.000 centros particulares, de acuerdo con cifras del Ministerio de Educación. ¿Si no tienes dinero no puedes acceder a una educación de calidad que te permita construir oportunidades de crecimiento y superación? 

Muchas veces vemos a estos personajes que, con un origen humilde, logran grandes cosas y pensamos que esa es la regla. Sin embargo, esa es la excepción. Vivimos inmersos en una construcción social donde el pobre es más pobre y el rico es más rico. Vivimos pensando que los niños que tienen que caminar kilómetros para llegar a su escuela, donde una profesora está a cargo de 50 estudiantes, tiene las mismas posibilidades de un niño que paga US$ 1.900 por la pensión en la Academia Cotopaxi. ¡Pensamos que el futuro está en sus manos y que pueden lograr lo que ellos se propongan! Es una gran mentira.

Unidades educativas más caras de Quito. Fuente: Ministerio de Educación/Primicias

Hace unos meses escribí la historia de Elizabeth Quishpi, una ecuatoriana que nació en Pungalá, un pueblo pequeño de Chimborazo. Ahora ella trabaja en Gartner en Londres. Obviamente, llegar a ese puesto es su logro, pero sus papás cumplieron un gran papel al migrar a España, buscando un futuro mejor para ella. Seguramente, si no hubieran salido de Ecuador, Elizabeth estaría casada, con tres hijos o en el mejor de los casos estudiando en una universidad pública en Riobamba. Lo digo porque conozco dos jóvenes de esa misma zona, de la misma edad, vendiendo frutas en los semáforos, con sus hijos amarrados con una sábana a su espalda.

En el otro lado de la moneda. Recién trabajé con un practicante que es brillante y tiene claro lo que quiere en su vida. ¿La diferencia? Estudió en uno de los colegios más caros de la Capital y está cursando su carrera en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos. Sus oportunidades son gigantes porque no solo tiene el apoyo económico de su familia, sino que contó con una formación académica que le permitió abrirse al mundo y pensar en grande. Estoy segura que en Pungalá no saben ni de la existencia de esta universidad. En nuestro territorio no existe una igualdad en la educación que permita derribar estas limitaciones y dar las mismas oportunidades a todos. La meritocracia no existe en estos casos y todo depende de en qué cuna naces.

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¿Qué nos queda a nosotros? ¿Comenzar a ahorrar desde que nacen nuestros pequeños, empeñar un riñón cada año o resignarnos con un colegio promedio? En mi caso, si busco un colegio que tenga una formación que promueva el desarrollo académico y personal de mi hijo, fortaleciendo todas sus capacidades y habilidades, debería invertir cerca de US$ 126.000 en 14 años de estudio, casi 9.000 al año, el doble de lo que gana un ecuatoriano con el salario básico unificado. ¿La otra alternativa? Que el Gobierno invierta verdaderamente en la educación pública, en el área rural y urbana, y siga el ejemplo de países como Noruega, Islandia, Dinamarca… que han mejorado considerablemente sus índices de calidad de vida al apostar por la educación. ¡Soñar es gratis!  Espero que este inicio de clase nos invite a cuestionarnos y entender que la educación no debería ser un negocio para pocos, sino una inversión para muchos. (O)