“Si profundizamos en las Humanidades, seremos capaces de orientar nuestras vidas para que NO las dirija alguien que mañana le da a un botón y cambia el mundo” (María Iraburu, rectora de la UNAV).
Al leer esta frase siempre pienso en que ese botón representa el gatillo de un arma de fuego o algo aún peor, que es el botón que inicia un estallido nuclear y aunque suena exagerado, en los tiempos en los que vivimos post pandemia, abrumados de noticias negativas, guerra y con índices altos de violencia a nuestro alrededor, esto se hace creíble.
Pero ¿qué tienen las Humanidades que hacen que podamos elegir mejor? La respuesta se resume en cuatro aspectos: fomentan la capacidad de juicio, promueven un razonamiento profundo, rompen con sesgos y prejuicios y, sobre todo, dan valor al ser humano como un tesoro invaluable.
Dentro de las Humanidades está el arma más poderosa para cambiar el mundo: La Educación, así lo mencionaba Nelson Mandela el expresidente de Sudáfrica y Premio Nobel de la Paz. En esta misma línea parafraseando a Mark Twain también se puede añadir que, la enseñanza es tan poderosa que puede cambiar la mala moral en buena, puede convertir prácticas horribles en prácticas poderosas, puede cambiar a los hombres y transformarlos en ángeles. Y para acercarnos más a nuestro entorno ecuatoriano, debo añadir el legado de Dolores Cacuango quien fundó la primera escuela bilingüe quechua-español en 1946 y además, logró concientizar contra el racismo y luchar por la educación, la identidad y derechos de la población indígena.
Todo esto suena muy bien, sin embargo, a la hora de evaluar, si las generaciones actuales optan por esta rama de las Humanidades, se observa que no está dentro de las carreras más demandadas como enfermería, medicina o derecho. Y aunque sabemos que, un maestro es insustituible, porque eso lo demostró la pandemia, la tendencia es elegir una carrera “competitiva en el mercado” y esto más allá de cuestionarnos si es bueno o malo, debe llevarnos a pensar qué tan valorado es un maestro en nuestro país y claro, también a preguntarnos ¿por qué no quieren ser maestros?
Es una pregunta difícil de responder, pero entre lo que podría suceder es que no hemos llegado a dar a los maestros lo que realmente necesitan, en países como Finlandia los maestros son muy valorados y la carrera docente es prestigiosa, exigente y está reservada a los más talentosos y esforzados hay mucha inversión en la formación y capacitación, tienen autonomía para impartir sus clases y aunque tienen un plan de estudios como guía, se les brinda la confianza para que trabajen de manera interdisciplinar y colaborativa con sus pares a través de proyectos y además, hay un componente clave que es, la retroalimentación, aquí los docentes se asesoran y aconsejan constantemente, es decir, un verdadero trabajo en equipo.
En Ecuador se sabe que un maestro debe presentar más de 50 planificaciones al año un número que nos lleva a pensar en papel y más papel; y que solo un 2% de ellos recibe retroalimentación, así resulta muy complejo “aprender a aprender” o realizar ajustes al proceso de enseñanza.
Lo heroico de todo esto es que incluso en estas condiciones, tengamos a maestros que van construyendo vidas a través de buenas prácticas pedagógica e innovación, recordemos a Carolina Espinosa, quien se hizo tendencia en redes sociales en época de pandemia, porque con su bicicleta y una pizarra iba a las casas de sus alumnos en Playas, luego de su jornada laboral para brindar las lecciones a aquellos niños que no tenían cómo acceder a sus clases virtuales por no contar con computador e internet.
Aquí no solo tenemos maestros que cambian vidas, sino aquellos que día a día, se muestran resilientes, perseverantes y por qué no generadores de paz. Debe llegar un momento en el que, todo el sistema cambie, les recompense y les brinde lo que necesitan, solo entonces podremos dejar de cuestionarnos, “por qué no quieren ser maestros”. (O)