Las elecciones presidenciales en Colombia son una fuerte advertencia para todos los gobiernos, incluyendo el nuestro. La elección colombiana de fines de mayo fue sorprendente. Dos candidatos completamente fuera del establishment ganaron las primeras posiciones y quedaron de cara a un ballotage que tuvo lugar en junio, y del que salió vencedor Gustavo Petro.
Uno es un excombatiente de izquierda, que propone un radical cambio económico, incluyendo ir por la crucial industria petrolera del país, aumentar los impuestos sobre los ricos y otro tipo de medidas socialistas varias. Su oponente es un exdesarrollador de real estate que hizo su campaña como un populista anticorrupción y quien, hasta días antes de los comicios, era visto como un candidato periférico. El tradicional candidato político terminó en una tercera y lejana posición.
¿Qué tiene que ver esto con la escena política de los Estados Unidos? Lo que está pasando en Colombia y otros países representa un fuerte descontento con los acercamientos actuales de la economía. Más allá de las etiquetas de los partidos, se considera que los gobiernos incumbentes de todos lados no están pudiendo cumplir con sus objetivos.
Hace unos meses, Chile eligió a un socialista con un fuerte apoyo comunista, que está presionando para una nueva constitución que le permitirá cambiar completamente lo que hasta ahora fue una economía de libre mercado con bajos niveles de pobreza. Pero, en los últimos años, no se persiguieron reformas procrecimiento, lo que llevó a un estancamiento exacerbado por las cuarentenas por la pandemia y la inflación.
El estancamiento y la corrupción también afectan al presidente de México, con cambios anticrecimiento y antidemocráticos. Argentina, Bolivia y Perú están comandados por líderes antimercado. Brasil está en camino a volver a poner en la residencia presidencial a un expresidente corrupto y de izquierda.
No es solo América Latina. Australia acaba de sacar a un gobierno conservador por la inflación y el descontento por las políticas de la pandemia. En Francia, una virtual fascista tuvo una muy buena elección presidencial. El enojo por su mala performance tiene al primer ministro británico, Boris Johnson, en una posición débil frente al resurgente partido laborista. Y, en los Estados Unidos, el programa impositivo y de gasto del presidente Biden es tan poco popular que se prevé que los demócratas pierdan su mayoría en ambas cámaras del Congreso en noviembre.
Exacerbando este malhumor está la ansiedad de que el orden mundial mayormente pacífico se está complicando. La ayuda insuficiente a Ucrania y la fea crisis global alimenticia que resulta de este conflicto todavía podrían darle algún tipo de victoria a Putin. China podría concluir a partir de la guerra en Ucrania que, a pesar de los primeros contratiempos, la persistencia puede ganar contra lo que ve como un Occidente en decadencia y declive.
En el frente económico, la mayoría de los líderes se niegan a abrazar políticas probadas de crecimiento, bajas tasas impositivas, monedas estables y regulaciones sensatas. Tomen a Colombia. Los impuestos son muy altos: los gravámenes combinados entre empleado y empleador son del 37,5%, dos veces y media los de Estados Unidos.
La moneda está débil desde hace años. Crear un negocio de forma legal no es fácil. No sorprende entonces que los expertos estimen que cerca del 60% de los colombianos tengan que trabajar en la economía informal para sobrevivir. La lección es clara sobre qué tiene éxito y qué no.