Hay héroes positivos y negativos, ordinarios y extraordinarios, amados y odiados, reales o imaginarios. Todos están cargados de simbolismo y emoción. De ellos se ocupan la historia, la literatura, la ética, la filosofía, la sicología; aquí solo proponemos unas breves reflexiones acerca de su existencia y su utilidad.
Qué es el héroe
Es un símbolo y testimonio de la vida, dicen algunos; es un luchador permanente contra lo imposible o la definición permanente de la propia humanidad, dicen otros. Son figuras morales que nos dan ejemplo, personajes fuera de lo común que admiramos, pero que nos revelan también nuestra incapacidad. Se dice, por último, que sólo son proyecciones de nuestra fantasía. Las definiciones pueden ser tan variadas como la diversidad de héroes existentes, desde personajes legendarios casi divinizados, hasta seres casi anónimos que exhiben gran abnegación y enorme coraje cuando las circunstancias lo demandan.
Las religiones, los imperios y las ideologías demandan héroes que encarnan los valores que pretenden difundir; las empresas proponen un nuevo tipo de héroe, el gurú, que tiene los secretos del éxito. El deporte demanda de héroes para justificar la movilización de recursos y de muchedumbres. La sicología enseña que la aproximación al héroe puede ser ambigua, necesaria para la formación de la persona y la comunidad, pero proclive a la proliferación del fanatismo.
La contingencia de los inmortales
Asistimos a una etapa de desesperación por fabricar héroes falsos, sujetos deleznables que buscan el reconocimiento multiplicando el número de seguidores en las redes sociales o desesperados que cometen crímenes, sin aparente, motivación o se auto inmolan en nombre de causas, lo mismo sublimes que ridículas. También asistimos a la destrucción de héroes que inspiraron monumentos y designaron calles y parques como reconocimiento a sus hazañas; ahora son destruidos y borrados en un intento por cambiar el pasado cuando no se puede cambiar el presente y como testimonio de que también los inmortales pueden perecer. Los que matan a los héroes del pasado proclaman el derecho a matar en el futuro a los héroes de hoy.
Los héroes tienen la capacidad involuntaria de producir fanáticos a favor y en contra, unos y otros, con frecuencia llegan hasta lo ridículo. Vemos en las noticias cómo se destruyen monumentos de Cristóbal Colón que tan prolíficos eran en otro tiempo. explorador y navegante genial era considerado una muestra sobresaliente de la capacidad humana de aventura y temeridad. Ahora, sin embargo, historiadores fanáticos y políticos mediocres le tildan de genocida, racista y enfermo.
Uno de los ejemplos más impresionantes es el de Simón Bolívar. Venerado hasta la mistificación por los fanáticos y considerado como un impostor, enfermo y megalómano por otros. El caudillo de la revolución bolivariana, Hugo Chávez, llegó hasta el ridículo cuando decidió profanar su tumba para probar la tesis de que su muerte fue provocada por asesinos y no por la tuberculosis. Creyó que la muerte de un héroe debe ser también heroica y no ordinaria, como la de Bolívar y más tarde su propia muerte.
Los héroes nos hacen grandes
La sociedad necesita héroes para creer en sus propios valores, para tener una línea de conducta, un modelo, para creer que lo imposible es posible, porque el héroe encarna la perfección física, moral e intelectual. Aunque Brecht declaraba desventurados a los países que necesitan héroes, la mayoría de los pensadores han visto a los héroes, como les miraban los griegos: mediadores entre los dioses y los hombres. El filósofo Robert Redeker dice: Los héroes -como antes los santos- nos impulsan hacia arriba. Porque hay héroes es que sabemos que no somos bestias ni máquinas.
La mayoría de los héroes son anónimos, hacen el bien sin mirar a quién porque no lo hacen para ser reconocidos sino para cumplir su destino. La novelista George Eliot dice: Si las cosas no han ido tan mal para ustedes y para mí, como pudo haber sido, agradezcamos a aquellos que vivieron fielmente una vida escondida y que reposan en tumbas que nadie visita. Lo que tenemos en abundancia son desesperados buscadores de gloria y falsos héroes, políticos mediocres, de los que se puede decir, como dijo un político francés de otro como él: era un falso gran hombre cuyo destino ha sido hacer a Francia más pequeña.
Tan necesitados estamos de héroes que un columnista argentino lo pedía como regalo de Navidad: Papá Noel: regálanos un estadista. Es la invocación más triste que pueda hacer una república. Nuestra sociedad, como todas necesita héroes y relatos de heroísmo para redescubrir nuestro destino histórico. Por desgracia nuestra sociedad ya no produce héroes ni estadistas. Nuestros legisladores encarnan lo contrario del héroe, tratan de impedir que alguien haga algo fuera de lo ordinario. La banalidad política está en las antípodas del heroísmo. (O)