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Columnistas
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Casi siempre hablamos y gobernamos para el país formal, negando realidades informales vitales y extendidas. El negocio del oro ejemplifica esta división.

18 Julio de 2024 14.34

Vivimos en una realidad extraña, única. Una realidad marcada por dos mundos paralelos, que se influyen, se explican, se complementan, aunque se den la espalda. El uno, el mundo formal, oficial, el que aparece en los medios. El que está sometido (con trampas incluidas) al ordenamiento jurídico, al imperio de la ley, al pago de impuestos, al ejercicio de ritos y protocolos, a las odiosas estadísticas, a las decisiones de figurines sociales y políticos. Es el mundo visible, de papeles y contratos. Reglamentado mediante convenciones o imposiciones. 

El otro mundo es el informal, el subterráneo, más poblado y extendido. El mundo silencioso, que no necesita ni leyes oficiales ni prensa para existir; más bien las detesta y evita. Un mundo que roza la clandestinidad, que navega entre lo legal e ilegal. Muestra gran poder y maneja fortunas y miles de personas. Es funcional -mientras no se desborde- al mundo formal. A veces le ocasiona resquemores y miedos, pero al final los mundos se soportan, se acoplan. Son cientos de escenarios donde este mundo se despliega y manifiesta: trabajo, arriendos, transacciones comerciales, chulco... 

Mencionamos 3 realidades informales espinosas en la actualidad: el trabajo, las pandillas, la minería ilegal. 3 espacios por fuera del estado y sus ritos y de los medios -salvo las noticias amarillas-. Escenarios con sus propias normas, sus creencias, su sistema de poder, sus estímulos y sanciones, su cultura. No ser puede afirmar que no existe gobierno, ni principios ni leyes. Existen, pero son diferentes y a veces insólitas y violentas. Han sido creadas desde la experiencia y los intereses particulares y rara vez registrados por escrito. 

El asunto se complica cuando se cree y se gobierna solo para el mundo formal. Se cuenta apenas con retazos sobre lo que sucede en el fondo social, en sus pasillos secretos. El conocimiento y las estadísticas suelen ser pobres, incompletas. No hay análisis causal ni propuestas. Somos la sociedad de papel (ahora del texto virtual), y de las firmas y los contratos -aunque a veces se violen sin escrúpulos-

Oro a manos llenas

En las últimas semanas y gracias a los medios alternativos GK y Plan V, se han conocido dos ejemplos ilustrativos sobre el poder de la informalidad. Ambos ligados al oro: uno, referido a una comunidad oriental y otro, ligado a exportación de oro a India y Emiratos Árabes. Increíble. El país lo escondía sin vergüenza.

Y sí, hablamos del oro. El metal precioso que encandila, embriaga, enloquece. El símbolo por excelencia de poder, riqueza, eternidad. Desde la realeza hasta los líderes narco. Su valor descansa en su rareza y también en  maleabilidad, resistencia, no toxicidad, aplicaciones múltiples (adorno, medicina, electrónica, industria espacial. Y es reserva y respaldo de valor en forma de lingotes y monedas. Inversión segura y estable.

El periódico digital GK recogió la historia de la comunidad shuar de Shaim en la amazonía. Sus pobladores facilitaron a empresas informales extraer todo el oro posible, del río Nangaritza en especial. A cambio de un 20% del oro encontrado, lo cual significaba fortunas. Se llenaron los bolsillos y adquirieron autos de lujo, propiedades, muebles, licores, préstamos… Según GK hoy no queda nada, ni oro, ni lujos, solo tierras arrasadas y mayor pobreza…. Estado ausente. País desconocido. Minera informal e ilegal en su apogeo.

El otro caso, ligado al comercio exterior, lo ha dado a conocer Plan V. Se trata de una red de empresas fantasmas que se convirtieron en 3 años en las mayores exportadoras de oro. No existen sus direcciones, son escasos sus registros financieros y minúsculos sus pagos de impuestos. El destino lejano del oro incluyó la India y Emiratos Árabes… Estado ausente. Mundo formal ausente, ignorante o permisivo. Otros principios, otro país.               

En estos casos y en otros hay dos protagonistas, aparte de los bandidos. Primero, el estado que muestra lejanía, indiferencia, incompetencia, complicidad en ocasiones. Su información es escasa y sus políticas de control débiles. Y segundo, comunidades que han sucumbido ante las jugosas ofertas, ignorando las heridas a su medio ambiente. He aquí -minería informal- un punto de agenda que debería principalizar la CONAIE y sus dirigentes. 

Por lo menos, 4 actores más resultan indispensables para el diagnóstico, la información, la denuncia, el diseño de propuestas: la academia, los colegios profesionales, las corporaciones de derechos y los medios.  Si estado e instituciones de la sociedad civil no hacen algo coordinado frente al peso monstruoso de las operaciones informales de despojo, el país seguirá mintiéndose. (O)

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