Habrán notado los lectores que, al menos en temas polémicos, partimos en nuestra columna de definiciones ofrecidas por el lenguaje común. Nos adentramos luego en sus conceptuaciones filosóficas y sociopolíticas, que permitan identificar las manifestaciones metafísicas y/o pragmáticas de los correspondientes fenómenos. La RAE concibe a la “obsesión” como la perturbación de ánimo producida por una idea fija, a su vez condicionante de actitudes. En cuanto al vocablo “limerencia”, el diccionario no lo incluye, pero el Observatorio de Palabras de la RAE lo recoge como extranjerismo o tecnicismo. Derivado de “limerence” (inglés británico, Collins Dictionary), es un estado mental resultado de una atracción – romántica, señala – caracterizada por sentimientos de euforia… deseos de que nuestras propias pasiones sean reciprocadas.
Al margen de lo que en la sociología puede representar la obsesión en la limerencia, o viceversa siendo que los dos desordenes están atados entre sí, los comportes en referencia tienen exposiciones individuales y consiguientes sociales que declaran trastornos conductuales. En su formación intervienen factores de diversa índole. En el contexto de este artículo se encuentran los ideológicos y socioculturales, tales como concepciones políticas, juicios religiosos, conciencia de clase, prejuicios morales y, en general, cualquier noción que lleva a detenernos en dogmatismo.
Cuando la obsesión deviene en limerencia el sujeto adopta portes monomaníacos, pues se aferra a ideas fijas que impiden apreciar la realidad del entorno. El “yo” pasa a ser “solo yo”. El agente se sume en un mundo ilusorio. Todo lo ajeno deja de ser válido a no ser que se adapte al “yo exclusivo”, que la psiquiatría lo cataloga de automatismo síquico. Los limerentes pueden producir “esquizofrenia social”. Esta es una traba para el desarrollo de los pueblos, que degenera en caos de la sociedad de que el limerente es parte.
Para la sicóloga británica N. Hayes, la limerencia es una “especie de pasión encaprichada y absorbente”. Sus titulares son individuos inescrupulosos. Al obsesionarse son capaces de emprender en los más variados ejercicios de carga de sus ofuscaciones sobre otros, a cualquier coste y sin ponderar consecuencias.
Los escollos causados por los limerentes en el campo económico son relevantes en función del daño que forjan sobre la equidad integral. Referimos a la obsesión de la extrema derecha política – más peligrosa que cualquier izquierda – por imponer modelos desarrollistas sin atender a las evidencias que abogan por primacía de la justicia social. Otra expresión perniciosa, que va en detrimento de la consolidación de sociedades racionales, son las degeneraciones mentales producidas por contemplaciones y credos. Si bien todas las adoraciones fundamentalistas son nocivas per-se, en Hispanoamérica las obsesiones de la Iglesia Católica han sido particularmente dañinas. En la Subregión Andina, Colombia y Perú supieron y pudieron superar ese lastre en buena medida. Ecuador aún se aferra a cierto catolicismo perturbador. Le cuesta apuntalar un estado plenamente laico. En muchas instancias, esa resistencia es promovida por segmentos sociales ignorantes, que no comprenden que el laicismo es imprescindible para el afianzamiento del progreso pleno de un país.
Baste citar a Mateo: “Bienaventurados los pobres en/de espíritu, pues de ellos será el reino de los cielos”. Con base en esta monstruosa “advertencia” hemos fraguado sociedades obsesionadas por el pecado, atentatorias de la más elemental lógica y cimiente de injusticias que están explotando en el continente. Remitirse a (https://www.elcomercio.com/opinion/pecado-tradicion-columnista-diego-almeida.html). La Iglesia se ha encargado de dar al enunciado las más variadas interpretaciones. Desde el temor a Dios hasta la resignación frente a la miseria tosca en beneficio de la explotación económica. El catolicismo pretende “limerentemente” que la pobreza sea reciprocada luego de la muerte sin perjuicio de las penurias terrenales. ¿Puede alguien sensato defender semejante estupidez?
A contrario sensu de lo que pueda creerse, el limerente es un ser inseguro de sí que se refugia en epítomes preconcebidos, fruto de análisis no racionales pero de desdoblamientos artificiosos de la evidencia. Su inseguridad lo conduce a subsistir en perenne autodefensa que lo atormenta ante la posibilidad de que alguien lo contradiga con razones que igual se resistirá a aceptarlas.
Enfrentamos a una sicopatía harto amenazadora. El obsesivo vegeta en constante angustia, que de transmitirla socialmente genera procesos de insatisfacción comunitaria. Es esencial para el bienestar social desprendernos de todo lo que no sea mirar a los fenómenos en su real dimensión. (O)