Parece que en los mercados internacionales se acabó la larga época del dinero barato (obviamente para algunos y del que no disfrutó el Ecuador). El Banco de Inglaterra inició el camino de aumentos de las tasas de interés. Lo hizo por primera vez en mucho tiempo y responde al cambio de dirección de la política monetaria hacia una que dé muestras claras de combatir el despertado proceso inflacionario que tiene, al igual que la pandemia, efectos claros de dimensión parecida en muchos países del mundo.
En los EEUU, la Reserva Federal por su parte profundizó el recorte de operaciones de liquidez, conocidas como QE, que ha venido manteniendo con mucho vigor desde el inicio de la pandemia, pero que históricamente tiene su origen o toma una dimensión relevante en los año 2008-2009 cuando la crisis financiera puso en jaque al sistema financiero mundial.
En el horizonte, la decisión del FED abre la puerta para seguir la linea del Banco de Inglaterra a partir del año 2022 y se estima que lo hará tan pronto concluya la reducción total de operaciones de liquidez, por lo cual el mercado cree que podrán ser tres aumentos de un cuarto de punto cada uno a lo largo del año.
Tan pronto se anunciaron estas decisiones, los mercados de capitales reaccionaron positivamente pues las tomaron como un claro mensaje de atención a los aumentos de precios que, si bien inicialmente se los consideraba como transitorios, conforme pasó el tiempo, se fueron multiplicando los productos (servicios como los salarios) que influenciaban en este comportamiento y, la visión sobre la temporalidad del problema empezó a perder fuerza, dando paso a una hipótesis de mayor permanencia en el tiempo.
La revisión de la política monetaria con estas decisiones cautelosas pero con clara indicación de su cambio llevan a las economías del mundo hacia una nueva etapa en la cual será necesario calibrar con mucho cuidado los efectos de las modificaciones de las tasas de interés en la solvencia general del sistema financiero, de las corporaciones y por supuesto e impacto en los presupuestos públicos. Y, es que en estos días el FMI acaba de publicar los últimos datos de la deuda mundial cuyo saldo ha pegado un fuerte brinco a lo largo del año 2020 como consecuencia de las decisiones de política económica de enfrentar la crisis de la pandemia, la paralización de las actividades y el complejo panorama de viabilidad general de las estructuras productivas.
Para quienes no han visto estos datos, la deuda total mundial de los 190 países analizados que representan casi el 100% del PIB mundial, llegó a 226 trillones de dólares (226.000.000.000.000) o lo que los mismo al 256% del PIB de todos estos países. El 2020 es el año de mayor crecimiento de la deuda desde la segunda guerra mundial y seguirá creciendo hasta el momento en el cual las políticas fiscales vuelvan a encontrar un equilibrio o su déficit sea inferior al crecimiento de las economías.
El 40 % de esta deuda es pública y el 60% lo comparten las corporaciones no financieras y las familias, de tal manera que la distribución de estos pasivos abarcan todo el espectro de trabajo de las economías.
Con esta realidad construida a lo largo de los últimos 12 años de tasa de interés bajas, negativas o neutras frente a la inflación para muchos países desarrollados pero no así para los emergentes, la combinación de una reducción de liquidez en los mercados internacionales (tema vital para las economías emergentes) con el aumento de tasas de interés necesarias para reducir las causas de la inflación, es evidente que hay una amenaza sobre la estabilidad de las empresas y las instituciones financieras si el proceso no guarda una compostura cuidadosa de ejecución.
Por supuesto, los anuncios provenientes de las instituciones encargadas de establecer las políticas económicas demuestran la sensibilidad con la cual piensan actuar lo cual en muchos casos los lleva a postergar un ajuste aún a costa de cometer un error de omisión antes que hacerlo de una forma anticipada que podría ocasionar los daños que precisamente se evitaron con la respuesta oportuna a los retos de las dos crisis de este siglo.
En fin, esto en algún momento iba a ocurrir, estaba avisado y parecería que en general los gestores de política económica tienen destreza suficiente para trabajarlo, mientras las economías vayan ajustando sus decisiones, que por su lado también parecer ser que reconocen la situación. Nuevos tiempos y cambio de vientos. (O)