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Podemos tener luz, pero por dentro estamos apagados. Hasta que estos niños no regresen, no habrá verdadero brillo de esperanza.

27 Diciembre de 2024 11.38

En ocasiones anteriores he tratado el tema de la niñez y la importancia de la educación como herramienta para cerrar brechas y fomentar el desarrollo humano. Hoy, en lugar de enfocarme en propósitos para el nuevo año, vuelvo a reflexionar sobre la niñez ecuatoriana, esta vez con profunda tristeza. En nuestro país, los menores son siempre los más vulnerables, especialmente cuando viven en condiciones de pobreza e inseguridad.

El 8 de diciembre de 2024, cuatro niños de entre 11 y 15 años desaparecieron en el sur de Guayaquil, Ecuador. Steven Medina, Nehemías, Josué e Ismael fueron vistos por última vez en el barrio Las Malvinas, una comunidad marcada por la pobreza y la violencia. Según los padres, los niños salieron a jugar fútbol cerca del Mall del Sur y nunca regresaron. Videos muestran que fueron interceptados por militares, quienes los llevaron a la base aérea de Taura.

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Desde entonces, las autoridades han iniciado investigaciones, pero el caso está rodeado de contradicciones. La Fiscalía indaga a 16 militares por presunta desaparición forzada. El barrio Las Malvinas refleja una realidad que amplifica la vulnerabilidad infantil: escasez de espacios seguros, falta de infraestructura recreativa, y el acecho constante de bandas criminales.

La desaparición de estos niños ha sacudido al país. Mientras los padres esperan desesperadamente el retorno de sus hijos, los ciudadanos exigimos respuestas y justicia. Sin embargo, estas demandas parecen apagarse en el vacío.

Escribo esta columna con más que indignación; con un dolor que es ya insoportable. La niñez ecuatoriana sigue siendo atacada, privada de sus derechos más básicos y convertida en presa fácil de un sistema que no les protege. Garantizar sus derechos no debería ser solo un discurso, sino un compromiso real que movilice acciones para prevenir y sancionar el abuso de poder contra los más vulnerables.

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Recuerdo, siendo niña, haber visto en la Plaza Grande a los padres de los hermanos Restrepo sosteniendo las fotos de sus hijos, desaparecidos en un caso que aún clama justicia. Sus rostros eran el espejo del sufrimiento. Hoy, en 2024, volvemos a presenciar esta historia. Pero no podemos aceptar esta crueldad como un destino inevitable.

Es necesario alzar la voz, no solo para consolar a los padres de Steven, Nehemías, Josué e Ismael, sino para exigir que regresen y que nunca más se repita un acto de semejante barbarie. Si no lo hacemos, habremos fallado nuevamente a nuestra niñez, y a nosotros mismos como sociedad.

Si Steven, Nehemías, Josué e Ismael hubiesen tenido un entorno seguro de juego, libre de miedo e inseguridad. Si su entorno no fuera desfavorecedor, otra sería la historia.

La pobreza y la inseguridad van de la mano y atentan contra los más vulnerables, nuestros niños y niñas. Ya no tengo afán de dar más datos, con lo sucedido es suficiente.

Si tuviera el poder de cambiar historias, lo haría y en este caso al cerrar los ojos e imaginar pienso en que, estos niños merecían otra realidad, lejos de abusos de poder, de agresiones, de miedo, de terror, de armas, de amenazas. Merecían volver a sus casas.

Por los padres de estos niños que han desaparecido, levantemos la voz exigiendo justicia y freno al abuso que, hace que los niños y niñas sean así de maltratados y así, vulnerados en su dignidad y derechos.

Podemos tener luz, pero por dentro estamos apagados. Hasta que estos niños no regresen, no habrá verdadero brillo de esperanza. (O)

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