A propósito de la ceremonia de incorporación de los nuevos terceros secretarios al servicio exterior ecuatoriano y a las puertas de una nueva convocatoria pública de méritos y oposición para el ingreso de un flamante grupo de postulantes a la renovada Academia Diplomática, vienen a mí varias reflexiones que me sobrepasan por su contundencia y profunda realidad.
En días pasados el Canciller de la República nos contaba su experiencia personal sobre un editorial de prensa que caló hondo en su conciencia y que, desde su calidad de Ministro de Estado del lado de los buenos, rechazó. Otros criterios de mis compañeros, por el contrario, calificaron al artículo como una radiografía de la triste realidad de muchas figuras públicas y servidores del Estado, con un importante componente de verdad.
A mí que me gusta escuchar en lugar de opinar, toda esta discusión me sumió en mis más profundas reflexiones sobre mi papel como funcionaria pública, desde mi pequeña trinchera, desde mi mínimo curul. Y lo cierto es que, cuando sentí este llamado por el servicio a mi país, desde las filas de la diplomacia ecuatoriana, nunca me imaginé lo desafiante que podría ser vivir una vida en calidad de servidor público, y peor aún de “servidor público privilegiado” (una ironía).
De entrada, es común escuchar que mucha gente califica al gremio de los servidores públicos de “vagos”, “corruptos” y “palanqueados”. Critican a diario que el Estado gaste tanto dinero en los sueldos de burócratas, pero al mismo tiempo exigen servicios públicos de calidad. Por otro lado, a quienes hacemos parte del servicio exterior nos consideran como de “otra categoría”, funcionarios con supuestos derechos y acreedores por default de: casa, carro, sueldazo y posición; cosa que está absolutamente alejada de la realidad.
Quienes hacemos parte del servicio exterior ecuatoriano hemos debido pasar por arduas evaluaciones sobre nuestras capacidades y profesionalismo, hasta pruebas psicológicas y psicosomáticas; así como de aptitudes adicionales como el conocimiento de varios idiomas extranjeros. Tras ese intenso período de evaluación, compitiendo con miles de postulantes a nivel nacional, solo los “sobresalientes” tienen acceso a ser parte de una carrera que te cambia la vida. Y te la cambia porque te exige múltiples y sistemáticas renuncias, la primera de ellas es la renuncia a una vida rodeada de tu familia y seres queridos, porque si cumples con los tiempos estipulados en la ley, el rato menos pensado tienes que coger tu par de maletas y embarcarte hacia el otro lado del mundo, donde “el deber llama”.
Así es nuestra vida, cinco años en el exterior, tres años en el Ecuador y de esa forma, en ese vagar continuo, unos años aquí otros años allá, cuando nos damos cuenta empezamos a entonar esa conocida canción “no soy de aquí, ni soy de allá…”. Renunciamos en el camino a nuestros padres, a nuestros hermanos y hermanas, a nuestras amistades, a nuestra casa, a nuestras calles… Y en un momento dado, tendremos también que renunciar a nuestros hijos e hijas que quedarán en algún lado de mundo empezando su vida adulta y jamás volverán a estar con nosotros.
Así también renuncia nuestra familia, nuestros esposos y esposas toman una de las decisiones más potentes por amor, la de dejarse a sí mismos y posponerse para “luego”, para acompañar nuestro camino hacia donde nos lleve la acción de personal de traslado. Y ni qué decir de nuestros niños y niñas, que en algún punto de su vida nos reclamarán no haber podido echar raíces.
Pero toda esta realidad es completamente ajena al común de los ciudadanos y muchas veces incluso se cree que por ser diplomáticos somos acreedores a toda clase de “beneficios y prebendas”. Pues no hay nada más alejado de la realidad, porque cuando salimos de misión a nosotros mismos nos toca empezar a averiguar entre los nuevos compañeros, cómo se hace para vivir en ese nuevo país. Emprendemos la búsqueda de un nuevo hogar, en la mayoría de casos sin ayuda de nadie y menos aún con conocimiento de causa. Si requerimos un vehículo, habrá que ahorrar lo suficiente para comprarlo, como es obvio, con el sueldo propio, porque no existe eso de que “te dan carro”. En muchos casos nos moveremos en los transportes públicos disponibles, que suelen ser más baratos y hasta más cómodos que poseer un auto propio; lógicamente esa disposición dependerá de en qué recodo del mundo nos encontremos. Todos los servicios básicos, aquí, como en cualquier otro lugar, corren a cargo de la billetera propia. Incluso, en varias ocasiones hasta pagamos impuestos en ambos países, tanto en Ecuador como en el exterior, de forma simultánea, lo que llamamos la “doble tributación” que tantos dolores de cabeza nos trae.
Es curioso porque muchas personas, al enterarse de mi carrera, coinciden siempre en los mismos cuestionamientos y aseveraciones: “¿y no te asignarán carro del Estado?; ¿no te pagarán la residencia?”, “de ley te tienen listo todo para cuando llegues”, etc., etc., etc… Seguramente mis colegas tendrán presentes muchas otras frases de cajón de quienes ignoran las verdaderas condiciones “normales” en las cuales nos disponemos, cada lustro, a empezar una nueva vida en un lugar completamente desconocido.
En la gran mayoría de los casos, vivimos con un solo sueldo. Si tienes familia numerosa, seguramente el salario será muy justo y tendrás que ir abultando la deuda con la Asociación de Funcionarios del Servicio Exterior (AFESE). Si tienes una familia modesta y dependiendo dónde estés de misión, en el mejor de los casos si logras ahorrarte alguito, ese remante te ayudará a solventar los años de paupérrimo sueldo en el Ecuador. Sí señores y señoras, nuestros sueldos son apenas superiores a los sueldos de los soldados de tropa de nuestras Fuerzas Armadas.
Contemos además que, en la gran mayoría de los casos, nuestros cónyuges no tienen derecho a trabajar en los países a los que vamos de misión y si por suerte nos tocó uno de esos destinos que les permiten acceder a un ingreso propio, será cuestión de suerte que consigan algo, porque casi nunca quieren emplear a alguien que al cabo de unos pocos años deberá retornar a su país. Y esta tendencia se repite en el Ecuador, porque cuando volvemos, las opciones de conseguir empleo son aún más desalentadoras, si consideras casi 5 años de paro y una inminente competencia dada la altísima tasa de desempleo en nuestro país. Irónicamente, al cabo de tres años tendrán que renunciar nuevamente si corren con la suerte de que alguien los emplee en esas condiciones. Capaz las profesiones liberales son y serán las más resilientes para enfrentar los ires y venires de una familia en estas condiciones, por así decirlas, errantes.
Y aunque esto parezca un interminable discurso de las adversidades de ser servidora pública y particularmente diplomática de carrera, es mi afán que se entienda que a pesar de todas realidades que pocos conocen, la pasión y vocación de servicio de quienes hacemos este cuerpo diplomático trascienden todas estas peripecias. No podré asegurar que seamos todos, pero en su gran mayoría las y los diplomáticos estamos aquí porque creemos en el país, creemos en su gente y creemos en nuestra capacidad para defender, desde nuestras diarias actividades, los intereses máximos del Estado ecuatoriano y de sus ciudadanos en el exterior.
Nuestra vocación, tal cual la de un monje, nos lleva a renunciar a todo y a vivir una vida de entrega en favor de nuestras convicciones, poniendo por delante nuestro profesionalismo y capacidades. Entregamos literalmente nuestras vidas y familias a este trabajo, que como en mi caso, cuando amas lo que haces, el trabajo no es trabajo sino servicio público, pasión y vocación. Ingresamos a esta carrera con un “rango” de tercer secretario, en el lenguaje común, algo así como “cabos” y tras 25 o 30 años de servicio o más, con un poco de suerte llegamos a ser embajadores o embajadoras; generales de las filas del servicio exterior, en mucha soledad, con muchos arrepentimientos, con muchos “ojalá hubiera”, pero al mismo tiempo, con una maleta llena de vivencias, de anécdotas, de personas, … ¡de mundo!
Y volviendo a la reflexión inicial que nos trajo a estas líneas, sobre la cruda realidad de figuras políticas y servidores públicos, aquellos que valen la pena y aquellos que dejan mucho que desear… de eso hay en todo lado, a todos los niveles y en todas las instancias. Pero sinceramente, espero que esta reflexión los lleve, queridos lectores, a conocer y valorar la vocación de quienes ofrendamos nuestro servicio al país, desde cualquier espacio, porque si estamos aquí, lo hacemos por ustedes, lo hacemos por nuestra Patria, lo hacemos porque creemos en nuestra capacidad para aportar positivamente y generar cambios, por mínimos que sean, del otro lado del mundo, actuarán como un efecto mariposa. (O)