En los tiempos que corren parece que está prohibido tener defectos. Parece que nadie se puede equivocar y que cualquier error cometido (hoy o en el pasado) se convierte en motivo para restar validez a una persona, para lastimar su reputación.
En los tiempos que vivimos la gente se ha vuelto sensible en extremo y alguien que brilla en su campo, mañana puede ser desprestigiado de manera implacable, solo por manifestar su posición ante un tema determinado. Pasa en asuntos políticos, sociales, religiosos, económicos, entre otros.
Basta un error, basta una declaración que no cayó bien a un grupo, una fotografía del pasado, una mala interpretación sobre su accionar para que las críticas se multipliquen y para que la imagen y credibilidad -muchas veces construidas durante décadas- queden en el piso, con escasa oportunidades de recuperar el prestigio.
A veces no importa la trayectoria de alguien; un paso mal dado o un tropezón son suficientes para que la gente, amparada en las redes sociales, destroce sin piedad a una persona y deje en entredicho su nombre.
Ojo que no estoy defendiendo a personajes de diferentes ámbitos que han sido denunciados, investigados y condenados por la justicia. Ellos tienen que pagar sus culpas y punto. Allí no hay nada que discutir.
A lo que voy es que no somos perfectos, no somos máquinas infalibles, no somos ángeles, ni seres celestiales libres de pecado. Un padre, una hija, un profesional o un emprendedor pueden fallar, todos podemos equivocarnos. Es parte de la condición humana. Y ser tolerantes ante los errores de los demás es también un valor muy apreciado.
Quienes nos movemos en el mundo de la comunicación sabemos lo importante que es cuidar la reputación, ese valor que se construye día a día, con paciencia e integridad. Se trata de una competencia o cualidad a la que aspiramos todas las personas, es la máxima carta de presentación de una mujer o de un hombre que se superan a diario.
Construir la reputación es un ejercicio de largo aliento, parecido al emprendimiento. En ese proceso cuentan los detalles, lo que se dice y cómo se dice. Por eso duele cuando una persona es atacada y desprestigiada sin razón y por nada. Y duele aún más cuando esas críticas se repiten, se amplifican sin ningún filtro y, lo más grave, sin verificar.
¿Cómo actuar? Para empezar podemos recordar los tres filtros de Sócrates: verdad, bondad y utilidad. ¿Si lo que deseas decirme no es cierto ni bueno e incluso no es útil, por qué decírmelo?. (O)