El artículo que está leyendo en este momento en una revista totalmente digital- de circulación mundial gracias al internet - fue escrito en una Laptop en las afueras de Quito- enviado y recibido también de forma digital mediante el uso del Mail y el WhatsApp. En su preparación participaron otros medios como los libros impresos o libros bajados de alguna plataforma y que constan en un Kindle personal. Se consultó uno que otro dato histórico en el celular, muy especialmente en Meta AI y se escucharon otros contenidos en audiolibros que también llegaron de manera digital.
El vertiginoso avance tecnológico de la era digital ha dado lugar a nuevos lectores y a nuevos escritores, personas que leen en pantallas y seres humanos que, obviando el papel y la imprenta, producen contenidos de todo tipo que podrían ser consumidos inmediatamente y en cualquier parte del planeta, situación asombrosa e increíble para antiguas generaciones y naturales para la actual.
Entre las manifestaciones propias del ser humano, están la escritura y la lectura, actividades que nos hacen únicos y diferentes del resto de especies. La materialización de estas ha sido todo un logro de los humanos, la necesidad de comunicarse, de contar sus vivencias, sus sueños y experiencias, ha marcado un largo y tortuoso derrotero que no tiene final predecible.
Entre los años 3500 aC y 1500 aC las marcas, dibujos o señales, en cuevas y rocas que con el nombre de pictogramas y jeroglíficos expresaban alertas, peligros, pero especialmente singulares acontecimientos, cuya interpretación podría ser el inicio de la lectura y escritura que luego fueron abarcando la trasmisión de sentimientos y emociones, para lo cual fue preciso el surgimiento de expresiones puramente gestuales, acompañadas de iniciales sonidos guturales y fonemas que paulatinamente alcanzaron la condición de vocablos y con ellos lo que hoy se denomina como "oralidad efectiva" .
Códigos y decodificadores
La escritura como tal y su interpretación apareció -posterior al lenguaje oral- pero sus inicios lentos y complejos, advirtieron la llegada de un proceso infinito que acompaña a la humanidad para siempre. La investigadora española Maribel Riaza, en su obra "La voz de los libros" nos reseña la historia de la lectura y escritura, asignando un rol estelar a los escribas y "copistas" como también a los privilegiados que leían en voz alta para otros, afirmando que varios autores de la Edad de Oro española, como Miguel de Cervantes, Lope de Vega o Francisco de Quevedo escribieron para ser "escuchados antes que ser leídos".
Dos inventos fueron claves en el desarrollo y crecimiento de la escritura y la lectura: el papel, inventado en China e introducido en Europa por los árabes en el siglo XII y la imprenta de Johannes Gutenberg creada en 1450. El ingenio humano de manera paulatina fue alcanzando con ello altas cotas para su elevación como especie: la transmisión de conocimientos se había cimentado.
No obstante, y así lo dicen investigadores, el acto de escribir y leer estuvo confiado a un pequeño círculo que tenía como centro monasterios o conventos, donde monjes, sacerdotes y escribas transformaron a estos, en verdaderos ateneos de escritura y lectura-especialmente de temas religiosos- donde se cruzaban idiomas y dialectos diferentes, motivando diversidad de interpretaciones y muchísimas confusiones hasta que se unificaron las "grafías" más populares.
El alfabeto fenicio y el griego se fundieron en uno solo- la palabra alfabeto tiene la primera y la última letra del alfabeto griego Alfa y Beta- y su empleo se extendió por todo el Mediterráneo. El papel, la imprenta y el nuevo alfabeto contribuyeron a que se acelere la producción de materiales impresos, mientras el número de lectores- especialmente entre las élites- crecía gradualmente, a igual que sus demandas.
Aparece entonces, la posibilidad de aprender a leer y escribir y con ello asoma el lector individual y silencioso, aquel que no necesitaba de otra persona para enterarse y dominar los contenidos impresos, y el escritor que facultado por una incipiente tecnología podía comunicar sus creaciones, su imaginación, sus vivencias o sus descubrimientos.
La palabra escrita y la palabra leída
Las fases creativas a partir de la palabra escrita se multiplicaron y encontraron en las incipientes "artes gráficas" los complementos ideales para transmitir toda clase de pensamientos, historias, realidades o ficciones, tesis o ideas -desde religiosas hasta domésticas- y que a su vez propiciaron la elaboración de infinidad de libros, catálogos, enciclopedias, periódicos de todo tipo a igual que revistas, textos, afiches, etc., emergiendo con ello una masa de lectores dispuestos consumir todo lo que periodistas, historiadores, novelistas, poetas, dramaturgos, maestros, ensayistas y científicos podían escribir y las nacientes editoriales imprimir y distribuir.
Las diferentes "escuelas del pensamiento", acogieron a la palabra escrita como la principal fuente de difusión y de confiabilidad, llegando incluso a afirmar que "lo que no está escrito no existe", máxima que perdura hasta nuestros días especialmente en el plano legislativo y judicial. Las leyes, reglamentos y acuerdos sociales tienen que ser escritas y difundidas, por ello y en todo el orbe, la norma suprema con el nombre de "Constitución" está escrita, impresa, publicada y circulada entre sus ciudadanos con la finalidad de garantizar su cumplimiento y vigencia.
A lo largo de la historia la palabra escrita ha jugado un papel trascendente en la educación formal, la creación de textos educativos y la transmisión de conocimientos encontraron en ella un pilar fundamental. Leer y escribir ha permitido el tratamiento de corrientes filosóficas y religiosas, de fundamentos científicos, políticos, o económicos y muy particularmente de quienes encontraron en la palabra impresa la posibilidad de crear arte y lo lograron.
Los lectores han evolucionado conforme a los cambios tecnológicos que gradualmente han ido apareciendo. Los diferentes tipos de lectores también han fluctuado, desde el llamado "lector profesional" de la antigua Roma o el monje que susurrando descifraba sus textos religiosos, hasta la madre que lee un cuento a sus hijos o el estudiante que calladamente aprende frente a una pantalla. (O)