Hace algún tiempo, en una entrevista de Ramiro Ávila, escuché la historia de su viaje a la playa con amigos que terminó en un asalto a mano armada. Contó que 'viringos', como decimos en Loja, tuvieron que salir después de que se llevaran su auto, su ropa y hasta sus lentes. Luego, en Puerto López recibieron ayuda de algunas personas y después de pasar el susto y agradecer que todos seguían con vida, el sentimiento se transformó en rabia contra los asaltantes. Es ahí donde Ávila se ganó, a modo de burla, el apodo de “El Humanista”, debido a que era el único que no les deseaba el mal a los malhechores, o al menos no un castigo capital.
Creo que todos podemos empatizar con esta problemática ya que en algún punto de nuestras vidas hemos vivido una situación similar. La violencia está presente en todas las realidades de la existencia y en mi caso también la he vivido y la siento continuamente. Pero ya estoy a punto de convertirme en un treintón más de la patria y creo que ha llegado la hora de concretar un poco mejor mis ideas y mi brújula moral, que debido a mi ateísmo precoz no se construyó de la mano del dogma de la teología, pese a los muchos intentos de mi abuelita Inés de llevarme a la iglesia. Y a modo de reflexión, una de las verdades absolutas que he encontrado es que la mayor parte de las personas son buenas, y más importante aún, que nadie es 100 % malo.
Fruto de mis permanentes crisis existenciales, a modo de epifanía llegue a la conclusión de que nada en esta vida es blanco o negro, todos somos un cúmulo, siempre cambiante, de bondad y crueldad. Básicamente, que una acción mala no borra la buena y viceversa. Por ejemplo, un político corrupto, que tanto daño le hace a nuestro país, también puede ser un buen padre. Un estafador que engaña a alguien en la calle también puede ser un buen amigo o hijo. Pero antes de seguir por este rumbo, es necesario indicar que no justifico sus acciones, que deberán ser juzgadas desde el ordenamiento jurídico que hemos construido como sociedad. A lo que me refiero es que cuando se ve con ojos humanistas a un individuo se vuelve una persona, con todas sus complejidades, miedos, sentimientos, hobbies y sueños.
El contexto también implica un factor importante a tener en cuenta cuando aplicamos nuestro juicio. ¿Qué pasó en la vida de ese sicario que lo llevó a normalizar la muerte? ¿Cómo fue la niñez de ese pandillero que ahora está encerrado en la cárcel? A lo que quiero llegar es que entender el todo nos permite comprender cómo detener el flujo permanente de maldad. Es por ello que soluciones como las que promueve el gobierno de El Salvador no taclean el problema de raíz. No es cuestión de encerrar a todos los 'malos' en una mega cárcel, es cuestión de erradicar y asegurar que esto no se vuelva a repetir. Es hora de ver el bosque y no el árbol. Mientras al Estado ecuatoriano le encanta llegar con 'mano dura' a localidades del país que viven directamente la violencia, como es el caso de Esmeraldas, no se ponen a pensar en extender una mano más gentil a sus habitantes a través de mayor inversión en salud, educación, vivienda y bienestar.
Tener en cuenta esta perspectiva en el día a día te permitirá sobrellevar mejor tu vida. En mi caso, aunque pasen 30 años más, espero seguir creyendo y predicando lo mismo. Sucumbir a los discursos de odio es fácil. La desinformación y la falta de empatía es el caldo de cultivo del racismo, el machismo, la xenofobia, la homofobia y las demás fobias que no le dejan nada bueno al mundo. La próxima vez que alguien te haga enojar o que te encuentres en una discusión, viajando a tu trabajo, caminando en la calle, viendo las noticias o en el almuerzo con tu familia, observa el gran contexto de las cosas y todo se verá más pequeño. Todos estamos en un mismo bote y todos vivimos vidas únicas e irrepetibles. Algunas mucho más dolorosas de las que algunos de nosotros podemos imaginar. Es por ello que, mientras la peor mujer y el peor hombre aún puedan generar acciones de bondad, no creo que pueda odiar a nadie. (O)