Con alguna frecuencia se encuentran columnas de opinión como la que está leyendo en este momento que se refieren a lo que se ha dado en llamar “el dinero digital” cuya irrupción ocasiona profundas disquisiciones técnicas, elucubraciones políticas y formulaciones de un nuevo mundo monetario. ¿Será así o estamos exagerando? Acaso existe demasiada atención a un hecho real, vigente, que sin duda remueve las estructuras convencionales de operación de los sistemas actuales de pago, pero que resulta difícil entenderlo como un rompimiento de toda la configuración construida con tanto esmero, desvelo, éxitos y errores del sistema actual.
Pensar que se desplazará el papel de los bancos centrales como los pilares básicos de la emisión de este bien singular que tiene características tan importantes que sirve de valor de cambio, de medio de acumulación o poseedor de una representatividad que le hace tan poderoso que cancela o crea obligaciones y tiene eso que se llama poder liberatorio, por otras instituciones de propiedad difusa, desconocida, con reglas que en nada se vinculan con la realidad económica y nadie responde por ella. Pero, eso si son atractivas precisamente por ese velo de intriga que lleva sobre sus hombros y ocasiona un enfermizo interés por descubrirlo y participar de lo que podrían ser los beneficios de su uso.
No será que ahora la tecnología nos lleva a tener ese mismo dinero pero configurado de una forma distinta, a la cual no estamos acostumbrados pero que con el tiempo se nos volverá muy familiar, como es hoy una tarjeta de crédito, que antes nadie le veía como un medio de pago, tenía miedo de usarla y reemplazó en gran medida al dinero físico o a la emisión de cheques, cuyo nacimiento fue otra forma de facilitar las transacciones y no acarrear bultos enormes de billetes, idea ésta desarrollada de forma insurgente cuando se volvió inmanejable el peso de las monedas o la movilización de productos que hacían las veces de dinero.
La complejidad del establecimiento de este dinero digital no está en la parte de mercado en el cual los intermediarios financieros-bancos, cooperativas- operan, pues ya lo hacen con el uso de los celulares en los cuales introducen una aplicación que permite depositar una parte del dinero disponible y usarlo como a bien tenga cada propietario. Lo difícil radica en la forma como debe diseñar este mecanismo el Banco Central pues debe reemplazar la emisión monetaria física que hace hoy por este sistema virtual y a la vez mantener el control de todo ese monto en circulación, controlar los pagos intrafronterizos y para el caso del Ecuador conciliar sólo para el acuñamiento de moneda fraccionaria.
Otro cuento son las mal llamadas monedas digitales privadas como el caso del Bitcoin que, configurando las características de un activo financiero de alto riesgo, no llena las características propias que requiere tenerlas para que pueda ser denominada dinero. Entre ellas, las más importantes son: A.- Ser confiables por su estructura legal sólida, integridad financiera y más que nada protectiva de los tenedores y consumidores. B.-Ser estable y vinculada con las condiciones de la economía. C.-Ser parte del conjunto de instituciones oficiales que forman parte de la política monetaria. D.-Formar parte del sistema monetario internacional por su vital papel en las transacciones intrafronterizas. E.-Garantizar la existencia de un sistema de pagos ágil, oportuno y seguro. En fin, tantas cuantas sean necesarias para hacer de “ese dinero digital privado y oscuro” un medio seguro, transparente, eficiente y confiable. Es decir, todo lo contrario de lo que es. (O)