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Nietzsche identifica una seria contradicción metafísica alrededor de la religión: creación del demonio por parte de un dios misericordioso. Son el amor y la bondad pregonados por este los que originan al mal.

29 Noviembre de 2023 13.42

En 1844 nace F. Nietzsche en Röcken, Prusia, actual Alemania, en el seno de una familia religiosa; de hecho, su padre fue ministro luterano. Cursa estudios en las Universidades de Bonn y de Leipzig, en teología y filología. Ejerció la cátedra de griego en la Universidad de Basilea. Contrajo sífilis a temprana edad… enfermedad que marcará su vida. Terminó sus días demente en Weimar (1900). Es uno de los mayores críticos “modernos” de la cultura de Occidente, en particular de la gravitación negativa del cristianismo sobre ella. Sus ideas están influenciadas por las lecturas que hace de A. Schopenhauer, simbólico representante del pesimismo metafísico.

Bien podemos resumir el sermón nietzscheano en su consideración de la fe, el amor y la esperanza como las “grandes ligerezas del cristianismo para huir del miedo a la vida”. Las denomina, irónicamente, virtudes cristianas. Desarrolla el enunciado en El anticristo, maldición sobre el cristianismo. Para Nietzsche, la fe es un descrédito de la razón: “Dios perdona a quien hace penitencia… sometiéndose al sacerdote”. En cuanto al amor, lo reflexiona como un estado de ánimo, o fuerza de ilusión, que lleva al hombre a ver las cosas como no son. La esperanza, por último, afirma que es “un estimulante de la vida, mayor que cualquier felicidad experimentada”. Por ende, dice, es idoneidad para sostener a los infelices… nosotros agregamos, con el estúpido mensaje de felicidad en el más allá. Fortísimas afirmaciones, por cierto, pero no alejadas de la verdad sensata.

La muerte de dios la difunde Nietzsche con base en la supremacía del hombre. De allí su teoría del superhombre. La noción primaria de esta defunción la toma del deceso de los dioses germánicos elaborado por M. Müller. Al ser el dios judeocristiano uno más del politeísmo, asevera que también debe morir como preceptivo hacia la realización del individuo. Siendo que aquel impone límites a la santidad pragmática de este, que se sobrepone a cualquier eticidad etérea. Por encima del enunciado cristiano del “tú debes” nacido de una “revelación”, está el “yo debo” a título de compromiso que nada tiene de misticismo pero de imperatividad moral.

No perdamos de vista que, al margen de su ateísmo, el prusiano/alemán, nacionalizado suizo, no cuestiona a la religión per-se pero a la devoción irracional. Si dejamos que la contemplación condicione la vida – la vida es eje del quehacer humano – atentamos contra nosotros mismos. El filósofo no mata a dios por voluntad pero por necesidad de que el hombre retome su rol de humano, que le es negado por un ser superior que en los hechos carece de supremacía. El mundo fue creado por los hombres según estos lo concibieron. Dios no hizo al hombre a su imagen y semejanza… fue el hombre quien hizo a dios. 

Hay estudiosos de la filosofía nietzscheana que se preguntan ¿cómo un ateo, alguien que no cree en dios, habla de la muerte de quien no existe? La respuesta es afirmar que el dios de Nietzsche es esa “nada” ideada por la religión para controlar al ser humano… el nihilismo cristiano. La extinción de la nada conlleva la negación de todos los “valores absolutos” coaccionantes, apremiantes y condicionantes de la persona. En símil con la cultura egipcia antigua, habla de que la religión “momifica la vida”. Es el nihilismo decadente que subyuga al individuo, del cual solo puede abstraerse matando a cuanto representa algo distinto de uno mismo.

Nietzsche identifica una seria contradicción metafísica alrededor de la religión: creación del demonio por parte de un dios misericordioso. Son el amor y la bondad pregonados por este los que originan al mal. Señala a Pablo de Tarso como creador de un cristianismo alejado de las enseñanzas del Hijo de Dios, dando nacimiento a una doctrina de poder corrupta. Llama al Mesías el único y verdadero cristiano, cuya sabiduría fue tergiversada por Pablo, y por la Iglesia. Refiriéndose al Mesías sostiene en El Anticristo que fue un “dulce mensajero que enseñó no para redimir a los hombres pero para mostrar cómo se debe vivir (…) no indignarse, no atribuir responsabilidad”, dice.

Cataloga a la compasión como la debilidad conducente precisamente a la muerte de dios. Lo hizo en tanto virtud decadente en la cual confluyen la cobardía y el cansancio del alma, a la que se obedece sobrepasando los límites de la razón, afirma. No cabe un dios que menosprecia la vida prometiendo “vida después de la muerte”, castigando con el sufrimiento a quienes dice amar.

Creemos haber resumido una teorización harto polémica de la religión. No por ello menos válida para quienes gusten de profundizar en un tema que no puede ser aprendido en lecciones catequistas superficiales. La ignorancia condena al hombre al infierno terrenal.  (O)

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