Desde que recuerdo siempre han dicho que al Ecuador le faltan mejores políticos. De hecho, he estado de acuerdo con esa afirmación y es que todos los escándalos de corrupción, la doble moral en los discursos y el reciclaje de tantas caras ya conocidas eran argumentos suficientes para creer en ello. Sin embargo, mientras más me involucro en el sector empresarial más me convenzo que realmente lo que nos falta son mejores empresarios.
Necesitamos empresarios que no evadan impuestos. Si nos quejamos que el Gobierno no logra satisfacer nuestras necesidades básicas en salud y educación, debemos también preguntarnos cómo estamos nosotros colaborando con eso. La recaudación tributaria es una de las herramientas que tiene el gobierno para poder financiar sus actividades. Es cierto que puede resultar incómodo pagar impuestos y no ver avances tanto en salud como en educación. Pero es importante a su vez saber que al menos de nuestro lado estamos cumpliendo con nuestras obligaciones legales y morales. El no hacerlo aunque no parezca tan evidente es solo un perjuicio para nosotros mismos.
Debemos contar con empresarios más empáticos y solidarios. Todas las empresas deberían no solo tener una política de responsabilidad social sino también aplicarla y evaluarla. Permitir que esa política rompa resentimientos y estereotipos entre empleados y empleadores para que la relación que los une sea más honesta, más sólida y eso se transmite a las demás partes interesadas de la organización. De esta manera logramos equidad y equilibrio en el ámbito laboral-financiero y dejamos de esperar que el Estado sea el único responsable de proporcionarnos gratuitamente todo. Debemos trabajar por romper esa ideología de que el empleador es el explotador y el empleado la víctima. En realidad somos socios que vivimos una simbiosis ya que el éxito de uno de ellos permite el éxito del otro.
El tercer punto y más crítico es que debemos actuar frente a la corrupción que existe. Si nos sorprenden los escándalos de corrupción que hay en las instituciones públicas la realidad en la empresa privada no es tan distinta. Ahora el ganar o perder contratos no está basado en el desempeño de una empresa sino en su capacidad de financiar los pedidos de la contraparte. Bajo la excusa de ser “acuerdos entre privados” nadie saca a la luz que para hacer un trabajo pidan comisiones, que para cobrar ese mismo trabajo pidan otra comisión y para mantenerte trabajando es necesario una tercera comisión. Lo triste es que esto ya está institucionalizado; no importa el tamaño de la empresa o el sector de la misma para que te hagan este tipo de propuestas.
Si este tipo de prácticas se instaura en la cultura organizacional de una empresa entonces estamos fomentando estos compartimientos y justificando el porqué de los mismos. Al igual que un colegio, el trabajo es un lugar de formación no solo profesional sino ética y moral. El actuar de sus directivos se traspasa a sus colaboradores a través de la cultura organizacional ya que los valores y actitudes. El actuar de sus fundadores es un ejemplo y una enseñanza para todos quienes forman parte de la organización. Por eso debemos preocuparnos de lo que transmitimos como directivos tanto directa como indirectamente.
Cualquier político si no tiene una empresa es o fue parte de una y es por eso que insisto en que si mejoramos el tipo de empresarios que somos podemos mejorar indirectamente en la clase política de nuestro país. Aunque el sector privado no sea tan mediático y controversial no quiere decir que su actuar no pueda ser cuestionado. (O)