En su texto Coevolution of neocortical size, group size and language in humans, el antropólogo Robin Dunbar planteó los resultados afirmando que las personas tenemos grupos sociales compuestos por uno o dos amigos íntimos, cinco amigos cercanos, 15 buenos amigos, 35 amigos en general.
Este texto, que fue publicado en la revista Behavioral and Brain Sciences de la Universidad de Cambrigde en 1993, surgió de un estudio efectuado a simios y sus resultados se extrapolaron a los comportamientos humanos. Allí, se determinó que nuestra capacidad social nos permite establecer nexos significativos con 150 personas en promedio, con 500 conocidos y que logramos reconocer hasta 1.500 personas.
A estos números, Dunbar llegó tras un análisis de las características antropológicas de los primeros asentamientos y luego, en otra de sus obras, menciona que el paso para trascender de 'conocido' a amigo parte de que ambos sujetos compartan factores como el sentido de la moral, el idioma, el lugar de crecimiento, si han cursado alguna etapa estudiantil, gustos musicales y, por supuesto, el sentido del humor.
Estos datos estadísticos suelen utilizarse como base del debate que ha surgido en los últimos años sobre los cambios en las relaciones humanas en los escenarios en los que la virtualidad gana terreno y en una época postpandemia. El número de Dunbar suele ser rebatido actualmente por pensadores que mantienen que las plataformas de mensajería instantánea incluso nos permiten crear vínculos cercanos ilimitados, con personas a quienes no hemos conocido —ni conoceremos— físicamente.
Llegado este punto, amable lectora o lector, tengo una ligera certeza de lo que podría estar pasando por su cabeza en este momento. En un principio, y tal vez al igual que a mí me sucedió, podría parecerle inverosímil el hecho de que se intente cuantificar con parámetros técnicos un tema plenamente subjetivo. ¿Cuántos amigos puede tener uno en la vida?, o ¿Cómo se puede pensar en un límite de 150 conexiones válidas cuando nuestros contactos en redes sociales se cuentan por centenas, miles o incluso millones?
Luego, seguramente, su cerebro empezó a ubicar -en cuestión de milisegundos- quiénes son los 15 integrantes de su círculo de buenos amigos o, incluso, empezó un debate interno por situar a quienes ostentan el grupo de sus cinco amigos cercanos. Posiblemente, le fue más fácil identificar a su amigo o amigos más íntimos, los que al menos nos permiten solventar el instinto gregario de comunidad.
Profundizando en este último punto, confieso que mis círculos surgieron en un colegio católico ubicado en el centro de Quito, al calor de las dudas propias de la pubertad y el apoyo emocional que requerían los hijos de las familias atípicas que creó la ola migratoria ecuatoriana de los 2000. La amistad se forjó bajo el consumo desmedido de salchipapas y shawarmas, mientras transcribíamos las canciones de los españoles Mago de Oz escuchadas en un discman, y también aprendíamos a bailar reggaetón con Tego Calderón. Todo, mientras manteníamos la esperanza de lograr buenas calificaciones en los exámenes de Física, aunque dedicábamos extensas jornadas a jugar en las máquinas de videojuegos.
Muchas amistades más llegaron en la época universitaria y es en estos años, según el mismo Dunbar, cuando se componen los círculos sociales que nos acompañarán hasta la llegada de la tercera edad. En los 2010's, mi círculo de amigos cercanos se mantuvo y, además, fueron un soporte fundamental para los primeros retos de la edad adulta: abandonar el seno familiar para buscar la independencia, las rupturas amorosas, las frustraciones académicas, los primeros festejos laborales y las complicaciones financieras. En otras palabras, sobrellevamos bien el proceso en el que las amistades se convierten en la familia que uno elige, y en la que se confía plenamente para buscar ese consejo que no podríamos pedirles a nuestros padres.
Como si se tratase de una de las bases narrativas de la serie televisa Friends, aquella gran sitcom emitida de 1994 a 2004, este grupo de amigos veinteañeros se consolidó en un nuevo círculo familiar, como si se tratase de una tribu, en las selvas de cemento a las que también llamamos ciudades.
Tal vez Friends, cuyos réditos hasta la actualidad se calculan por sobre los US$ 1.400 millones para sus creadores y elenco, marcó a varias generaciones en diversos aspectos, desde la moda hasta los gustos gastronómicos, a tal punto que damos por hecho que la mejor conversación sobre los problemas cotidianos se debe realizar con una taza de café en un sillón, junto a nuestros propios Chandler, Mónica, Joey, Phoebe, Ross y Rachel.
Coincidencia o no, los guionistas de la serie se acoplaron al número de Dunbar para crear un círculo de amigos cercanos con seis personajes. Ellos, durante 236 episodios, propusieron una nueva manera de pensar la estructura familiar en los 90's y que sigue vigente en la actualidad: la de unos jóvenes que afrontan sus propias disfunciones, con el apoyo mutuo que se brindan durante un periodo importante en sus vidas.
Al igual que en el capítulo final de la décima temporada, en la que Chandler y Mónica cargan a sus bebés en brazos, las tramas van tomando otra forma cuando los niños van llegando y empiezan a originarse los nuevos hogares, con lo que el ciclo de tener dos amigos íntimos, cinco amigos cercanos, 15 buenos amigos y 150 conexiones válidas de Dunbar sigue su marcha, de forma infinita, como las buenas amistades. (O)