Con el paso del tiempo y, sobre todo, con el aparecimiento de algunas canas (muy pocas, la verdad), te das cuenta a la distancia de muchas cosas. Pero lo más importante es descubrir que nada es tan importante.
Nada es tan importante en absolutamente todos los sentidos. No hay que quedarse en la solemnidad. Si analizamos bien, hay veces que nos pasan cosas y nos hacemos dramas por eso que nos está pasando. Sin embargo, luego del drama siempre descubrimos que ya fue y que no tenían tanta importancia. Nada era tan importante: amores o desamores, ser gordo, el Deportivo Quito en la segunda categoría, quedarse de año, que te pongan los cachos. Lo que quieras. Es que nada es importante, después. El Quito subirá de categoría y será campeón nacional y los cachos serán una traición que ya pasó y que nos dejarán ver otras alternativas.
No hay tiempo para hacerse drama en cosas que no son importantes. Y nada es importante. Nada es tan importante como para que valga la pena con el tiempo. Unas lágrimas, un mal momento siempre son parte de la vida, pero no vale la pena dedicarle tanta energía a cosas que no son importantes (es decir, a nada). Siempre, al final del día, son más las cosas buenas y los recuerdos que nos quedan que las cosas que nos hacen llorar o sufrir. Es tan poquito el tiempo que vivimos, que es mejor no complicarse de gana.
Las cosas siempre pasan y nos volvemos a levantar. Con el paso del tiempo, muchas de las cosas que vivimos (las que son representativas en nuestra memoria y forman un recuerdo) terminan siendo una anécdota y vemos que no era tan importante como pensamos. Terminamos viviendo un día a la vez, que es la única forma que tenemos de vivir.
Puede haber cosas urgentes. Puede haber cosas importantes y, sin duda, a todo hay que darle la categoría debida. Pero después, descubres que nada es tan importante como muchas veces creemos. Siempre hay que poner las cosas en perspectiva para darnos cuenta, pero relajarnos por lo que pasa es una manera de entender que las cosas pasan y que, al final, no son representativas. El sentido de la ubicación es trascendental para entender que el mundo, aunque no queramos, siempre sigue girando.
Muchas veces pasa lo mismo con personas o con fechas como la Navidad y un regalo que nunca llegó. Por eso, es mejor que no nos generaremos expectativas, de nada y de nadie. Poniendo distancia a la idea para verla mejor, no hay que esperar nada de nadie y si viene, que nos sorprenda en el camino. Es mejor el asombro a la desilusión. Nadie es tan importante, tampoco.
Nada es más importante y las cosas simples son las que más debemos valorar: un ¿cómo estás? sincero, un plan sin plan, una sonrisa cuando no tengas monedas que cambiar ni billetes que compren tus sueños, la curva mojada de un lunes, una mano en el hombro, una carta escrita que tenga tu remitente, que sea de noche y que el sol todavía queme, una conversación sin prisas, morir de risa, un momento que te deje sin aire, vencer un miedo, ese reencuentro, un abrazo que calce como pieza de rompecabezas, que te dediquen una canción, los atardeceres junto al mar, que te brinden un toro, una foto en un marco, los regalos inesperados, un sello mojado, un remitente encendido: un sobre blanco, un beso rojo de carmín; menos, una esquina de tu boca.
Los problemas hay que enfrentarlos y darles importancia, qué duda cabe. Siempre los peores momentos pasan… y los mejores también. Las alegrías, hasta en las depresiones más salvajes, son la tabla de salvación que nos permiten vivir. No hay que darle importancia a las cosas que no valen la pena, porque, como dice una frase popular, las cosas más importantes no son cosas. Y nada, nunca, es tan importante. (O)