El momento que elegimos ser padres (sea cual fuese la situación), nuestra vida cambia para siempre. Nos volcamos de amor y, en cierto modo, redención a esta criatura que viene a llenar nuestra vida de un sentimiento indescriptible de regocijo, combinado con angustia, ilusión y, algo de miedo. Es en ese momento que sabemos cómo nos han amado nuestros padres y la vida cobra aún más sentido.
Entonces, nosotros mismos, dejamos de ser nuestro centro para otorgarle este sitial de fuerza centrífuga a otro ser (o seres). Recordamos, lejanamente, cómo era nuestra vida antes de ser padre o madre y, si bien es cierto, nos causa nostalgia, también sentimos la templanza y entereza para salir adelante.
Usualmente, replicamos formas de crianza de cuando fuimos niños, o las rechazamos queriendo alcanzar la antorcha de ser buen padre, sin embargo, entre el mundanal ruido del siglo XXI, en una época confusa postpandemia, con el cortisol por los aires, la tarea de ser malabaristas de todas las responsabilidades sin dejar caer las pelotas dentro de nuestro show de vida, llegamos a sentirnos el payaso que puede sentarse a llorar en una esquina, sin saber qué hacer frente a ciertas situaciones que pensamos que son absurdas en nuestra dinámica familiar. Las pelotas del malabarista comienzan a caer.
Así, vamos sorteando obstáculos sin que haya quién nos tome la posta, porque la paternidad, esta exclusiva tarea de ser padres de nuestros hijos, no admite reemplazos.
Cuando actuamos desde el amor y con responsabilidad: no nos sacrificamos. Decir a nuestros hijos que nos hemos sacrificado por ellos, es asumir un rol de víctima y darles cargas que no les corresponden.
Nosotros decidimos ser padres, nosotros asumimos ese rol, es importante darnos cuenta del lenguaje que usamos y cómo estamos manejando nuestro poder de adultos al ser padres. Nuestros hijos no merecen sentirse responsables, menos aún culpables de estar en este mundo. El lenguaje marca y lo hace para bien o para mal.
La postergación de tus planes personales se da al ser madre o padre, porque tus planes incluyen a tus hijos. Cabe la reflexión de cómo estás asumiendo este rol y cuál es el mensaje que das en casa.
Tarea fácil no es, pero depende como lo veas: como un desafío, un compromiso, una bendición o un sacrificio.
Personalmente, lo veo como la fortuna más desafiante de mi vida y por ellos, procuro ser mejor, procuro ser motor.
Lo que se hace con amor, no cuesta, no es carga, no es molestia. Que nuestros hijos lo perciban así y lleven su mochila sin cargas nuestras. (O)