Miércoles Santo, la novela policial de Íñigo Salvador
La habilidad narrativa del autor permite que la duda acerca del asesino se mantenga hasta el final y no solo eso, la novela adquiere mayor drama cuando un segundo personaje, el cura, también es asesinado.

En 2022, año del Bicentenario de la Batalla de Pichincha, el abogado y escritor quiteño Íñigo Salvador  Crespo publicó '1822, la novela de la Independencia', que fue la ganadora del Premio Joaquín Gallegos Lara del Municipio de Quito.

Una novela histórica que mostraba todo el recorrido que durante un año emprendió el Mariscal Antonio José de Sucre desde el sur del país hasta la decisiva batalla en las escarpadas quebradas del Pichincha, un hecho que consolidó la anhelada independencia de la colonia española.

Mucho antes de esta obra, en 2013, Íñigo Salvador había publicado una novela policial que no fue muy difundida en el ámbito literario nacional pese a que es una historia dramática e intensa, que se escenifica en la colonial San Francisco de Quito.

'Miércoles Santo, un caso de Nuño Olmos', Editorial Planeta AEI (Autores Españoles e Iberoamericanos) la reeditó este año con una portada que muestra la imagen de nuestra conocida Plaza Grande en un Lunes Santo de inicios de 1800.

El gran detalle de esta imagen es que, en el centro de la plaza, donde hoy se ubica el monumento de la Independencia, existía una pileta que está rodeada por fieles creyentes en una procesión y atrás la catedral, casi sin modificaciones respecto a cómo está en la actualidad.

La novela policial es uno de los géneros que más se leen en la literatura universal pese a que presenta algunos grados de dificultad en el desarrollo de la trama, porque no debería dejar ningún cabo suelto en la narración.

Entre las primeras autoras de esta clase de novelas figura Agatha Christie, pero en pleno auge del cine algunas novelas de Arthur Conan Doyle destacaron durante un par de décadas con el personaje Sherlock Holmes y su asistente Watson.

En América Latina Leonardo Padura dio vida a su serie de Mario Conde, un policía cubano jubilado que se dedicaba a contrabandear libros y obras de arte y de paso a encontrar soluciones a crímenes que parecían imposibles.

En España Lorenzo Silva creó a Bevilacqua y Javier Cercas a Melchor Marín y así en todo el mundo han surgido personajes que investigan, aclaran y resuelven los casos más complicados.

Lo más original en el libro de Íñigo Salvador es que crea a Nuño Olmos y a su asistente (o sea su Watson) Benito Sánchez, que deben aclarar el asesinato del oidor Calixto de Flórez y Orejuela, un hecho ocurrido en la apacible Quito de 1765.

Y no por apacible menos intrigante era entonces la ciudad de los Andes ecuatoriales que vivía bajo los dictados reales y las enormes desigualdades sociales.

Al contrario de lo que puede ocurrir con una novela contemporánea, en la que el lenguaje es más sencillo, en Miércoles Santo se rescata la lengua usada entonces, repleta de giros latinos, aunque también influenciada por el quechua. 

Para apreciar la prosa y ubicarnos en Quito de 1765 vamos a reproducir un tramo de la novela:

 En las calles adoquinadas de las pocas manzanas que circundaban la Plaza Grande, un albañal en medio de la calzada    acarreaba las inmundicias, con relativo éxito, hasta las numerosas quebradas que cruzaban la ciudad; pero las calles que se iban alejando del centro, como la que bajaba del Mirador de los Pobres, eran solamente senderos de tierra y los desechos de los quiteños permanecían donde habían caído hasta que un chubasco caritativo quisiera lavarlos.

El cómo fue asesinado el oidor se descubre pronto, el arma también, pero los sospechosos son varios y el detective se encuentra frente a un acertijo difícil de descifrar. Su percepción e instinto inicial fallan en un momento crucial de la investigación.

Pero la habilidad narrativa del autor permite que la duda acerca del asesino se mantenga hasta el final y no solo eso, la novela adquiere mayor drama cuando un segundo personaje, el cura, también es asesinado.

En medio de la investigación aparece un personaje muy conocido, Eugenio Espejo, entonces con 18 años, un estudiante de medicina que aporta con sus conocimientos para que Nuño Olmos confirme o ratifique las causas de la muerte.

El mismo Espejo interviene casi al final de la novela para ayudar a Olmos a recuperar su estado físico luego de un enfrentamiento con el autor del crimen del oidor.

Durante el desarrollo de la novela se intercalan apuntes de las clases de derecho que dictaba don Calixto Flórez y Orejuela en la Pontificia Universidad de San Gregorio Magno. Son reflexiones que permiten entender el entorno histórico, la evangelización y la conquista a sangre y fuego del Nuevo Mundo. (O)